viernes, 22 de noviembre de 2013

De blanco


The Beatles. O “El Álbum Blanco”. Una de las más impresionantes creaciones de un grupo contemporáneo. Ha sido motivo de controversia durante años y hasta fue considerado una mera muestra de pistas solistas y hasta se asegura que fue concebido como la suma de esfuerzos individuales. Sin embargo, aunque al momento de editarse los problemas y tensiones por los que el grupo atravesaba eran muchos, el Álbum Blanco se abría ante el público como un manual de la música popular desde 1920 en adelante, una especie de fuente inagotable en la que todos bebieron luego.

Luego de cinco meses de trabajo en los estudios de EMI, un lapso sin precedentes para la época, el 22 de noviembre de 1968 los Beatles editan una obra nueva, el álbum doble llamado simplemente “The Beatles”. Desde sus tapas completamente blancas, el cuarteto anunciaba su intención de alejarse de la psicodelia para retornar al rock and roll de los comienzos. De hecho, el sonido simple del “Álbum blanco” era una virtual antítesis a la elaboración extrema de “Sargento Pepper”.

Los críticos se extasiaron ante la enorme selección y diversidad de gusto en este álbum que abarcaba desde la extraña Revolution  9 de John hasta la dulce Mother Nature’s Son (Hijo de la Madre Naturaleza) de Paul. Para muchos críticos, la variedad del disco representó una perfecta síntesis de la música occidental.

Tony Palmer, el crítico del “London Observer” comentó: “Si queda alguna duda de que Lennon y McCartney son los más grandes compositores desde Shubert, entonces este disco hará seguramente que el esnobismo cultural y el prejuicio burgués sean arrastrados en un diluvio de jubilosa interpretación musical”.

Si bien en el Álbum Blanco quedaba claro que los Beatles todavía funcionaban como grupo, no era menos cierto que –en determinadas ocasiones– no siempre se necesitaban los unos a los otros para dejar grabada una canción. Lo cierto es que para esa época, la relación laboral estaba en crisis y los Beatles se encaminaban hacia la separación.

India: la génesis

Los Beatles habían conseguido en 1968 lo que cualquier músico de cualquier época siempre hubiera soñado. Tan solo cinco años después del lanzamiento de su primer álbum eran considerados el mayor fenómeno Pop-Rock de todos los tiempos y tenían todo lo que pudieran desear. Tal vez la necesidad de vivir nuevas experiencias o de reencontrarse consigo mismos, les llevó a seguir un curso de meditación trascendental con el Maharishi Mahesh Yogi en Rishikesh, India.

Los Beatles fueron allí para olvidarse de su vida como superestrellas de la música. Pero aunque no se quedaron en India mucho tiempo, lo cierto es que el aislamiento y la ausencia de preocupaciones diarias hicieron que John y Paul escribieran un buen número de canciones. De hecho entre los cuatro Beatles, 32 canciones fueron traídas de la India. La naturaleza acústica de muchas de ellas se reflejó posteriormente en las pistas de su nuevo trabajo.

Con todas estas canciones, los Beatles decidieron publicar un doble LP que ofreciera tanto calidad como cantidad. Los talentos individuales de los cuatro encontraban la estructura del grupo demasiado restrictiva para sus propias ideas. A esta altura, ninguno de ellos estaba dispuesto a descartar alguna de sus canciones en favor de la de otro. El Álbum Blanco se convirtió así en un esfuerzo conjunto de cuatro individuos, cada uno reclamando tiempo en el disco para sus propias composiciones.

Una meseta elevada

Desde su primer álbum (Please Please me, 1963) hasta Help! (1965), la evolución de los Beatles en el terreno musical –si bien lenta e irregular– no conoció estancamientos ni mucho menos retrocesos. Es Rubber Soul (diciembre de 1965) el primer álbum que marca una ventaja considerable respecto del anterior. De ahí en adelante, comienza una escalada creativa que culmina en el preciosismo de Sargent Pepper’s LHCB (junio de 1967). No era poco pasar en cinco años de Love me do (Ámame) a Lucy in the sky with diamonds (Lucy en el cielo con diamantes). Pocas veces la historia de la música popular tuvo la oportunidad de experimentar un cambio tan visible como repentino. Pero el interrogante quedaba abierto: ¿podían los Beatles superar a Sgt. Pepper?

A partir de 1968 quedó claro que para el cuarteto de Liverpool la experimentación había agotado todas sus posibilidades. Por eso, en lugar de intentar lo imposible hicieron algo más inteligente: hacer de cuenta que empezaban de nuevo. Si la psicodelia se había caracterizado por la profusión de colores y los títulos exóticos, el disco siguiente tendría una portada blanca y el título más sencillo: The Beatles. De ese modo, interrumpieron el ascenso para transitar una meseta. Pero una meseta inmensamente elevada.

Visto en retrospectiva, el resultado final fue la obra más moderna del grupo. Fue justamente el hecho de haber sido concebido como un intento de hacer simplemente música –renunciando a la experimentación sonora– lo que les permitió alumbrar un producto menos pretencioso pero a la vez más atemporal.

Para quien no lo conoce, es difícil ubicar al Álbum Blanco en su época de elaboración y edición, justamente porque se trata de una obra revisiva, anclada simultáneamente en las últimas tendencias experimentales (Revolution 9) pero también en la antiquísima tradición del hombre cantando acompañado sólo por su guitarra (Julia; Blackbird). El álbum doble es una especie de resumen de toda su obra hasta esa fecha pero que devela la inevitable experiencia adquirida en cinco años. Así, la simplicidad que posee en algunos momentos el Álbum Blanco está cargada de un grado de virtuosismo que no poseían sus primeras grabaciones.

Escribiendo una canción

Las letras del Album Blanco muestran a los Beatles a cara descubierta, con sus luces y sus miserias. Abundan las referencias autobiográficas y en algún caso, el sujeto que canta parece un delegado de la voluntad del conjunto (“Bueno, estamos haciendo lo que podemos”, Revolution 1). Pero la acidez es de otro tipo y en algunos pasajes la nueva obra sabe a resaca de fiesta (¿qué otra cosa había sido 1967?). La depresión absoluta (Yer Blues; I’m so tired) y la crítica en su forma más pura y directa se instalan y -por primera vez- aparece la desilusión del mundo. Contrariamente, también abundan los pasajes celebratorios del día y la naturaleza y las tendencias idílicas en la reabierta zona de la canción de amor.

John Lennon muestra un vuelco desde el surrealismo a la canción de protesta. El contexto social (recién se apagaban los fuegos del Mayo Francés y la guerra de Vietnam era ampliamente repudiada por los jóvenes) está presente en Revolution 1 y Glass Onion (Cebolla de vidrio). También está presente su entorno inmediato: Julia (dedicada a su madre y a Yoko Ono), Sexy Sadie (que muestra su desilusión para con el Maharishi) y Everybody’s got something to hide except for me and my monkey (Todos tienen algo que ocultar excepto yo y mi mono), otra vez sobre Yoko y la visión que ambos tienen del mundo. Los temas que John introduce en el Album Blanco son una colección insuperable. Quizás su mejor trabajo para un LP de los Beatles y superior en su conjunto a cualquier obra solista posterior.

Pero quien más fácilmente se adaptó al retorno a formas primitivas fue Paul McCartney, poseedor de una gran habilidad para reproducir estilos de cualquier época. El homenaje a la música sencilla de los comienzos está presente en I will (Lo haré) y Birthday (Cumpleaños), claros ejemplos de la época en que los Beatles subordinaban las letras a la melodía y los arreglos. Rocky Raccoon y la encantadora Honey Pie (Pastel de miel), recogen la nostalgia de Paul por la vieja música americana y Helter Skelter planta la semilla de lo que luego conoceríamos como “heavy metal”.

Por último, la obra de George Harrison alterna entre las fórmulas revisitadas y la exploración. George también retoma la canción tradicional con Long long long (Hace ya mucho); se hace cargo de la crítica social en Piggies (Cerditos); ofrece un referente absolutamente original y con aires de soul en Savoy Truffle (Trufas de Saboya) y de paso nos regala una de las más grandes creaciones de los Beatles: While my guitar gently weeps (Mientras mi guitarra llora suavemente), donde le toma el pulso a su tiempo (“miro el suelo y veo que necesita una limpieza”) y critica al mundo que ha transformado al hombre en una ficha social, rotulado y con valor fijo (“No se como alguien te controló, te compraron y te vendieron…”).

La suma de las partes

Por primera vez en la historia de los Beatles y, tal vez, por primera y única vez en la historia musical, un grupo fue capaz de demostrar en una realización que podía transitar por el rock’n’roll, el reggae, el soul, el pop, el blues, el folk, el country, el swing e inclusive el avant-garde con consumada habilidad, sin dejar por eso de sonar como los Beatles, sentando además las bases para nuevas corrientes como el grunge y el hard rock.

George Martin, el productor de los Beatles, trató en vano de convencer a los chicos para que transformasen este doble álbum de treinta canciones y noventa minutos en un álbum pulido, con menos canciones y no más de cuarenta minutos de extensión. “Mi opinión es que debía haber sido un álbum sencillo. Hubiese sido un álbum fantástico de haber estado condensado”, comentó Martin algunos años después. Pero los Beatles prefirieron dejar dentro de su obra este legado al que todos deben referirse para saber de qué se está hablando en lo musical.

No hay que olvidar que en 1968, el nuevo trabajo de los Beatles fue juzgado por su música y sus canciones no fueron consideradas como astillas de cristal que reflejaban las desavenencias internas de la banda por una razón muy sencilla: nadie conocía lo que se cocinaba en el seno del grupo. Por el contrario, las canciones fueron vistas como una efusión musical de una enorme riqueza, cantidad y diversidad. Los Beatles trabajaron en conjunto en muchas de las canciones del álbum. Y como tan contundentemente lo demuestran While my guitar gently weeps, Back in the USSR, Yer Blues, Revolution 1, Helter Skelter, Birthday o Dear Prudence, los trastornos internos no tenían por que traducirse en una música mediocre.

Hoy, conociéndose la trastienda de la grabación, es probable que algún despistado pueda seguir cuestionándose el hecho de que el álbum es una suma de individualidades. Pero desde entonces nunca hubo (y me animo a decir que nunca habrá) en la historia de la música popular otras individualidades como esas y, mucho menos aún, sumadas.

Musicalmente imposible de superar, el Album Blanco transformó el panorama musical en un sistema planetario en el que The Beatles pasaron a ser el sol alrededor del cual todos giraron. Una luz sin la que nada ni nadie podría brillar por sí mismo.

viernes, 15 de noviembre de 2013

2014: El año de las sagas


Definitivamente, 2014 será uno de esos años en los cuales, a falta de ideas, Hollywood se decanta por terminar ofreciendo nuevos capítulos de éxitos ya probados en la taquilla de los cines. Así, los seguidores de las sagas de Marvel, Tolkien, y de los comics en general, estarán mas que contentos con los films anunciados para el próximo año.

Hay cinco títulos que -a priori- serán los más convocantes. El primero está basado en la novela gráfica de Frank Miller, «Xerxes»: «300: Rise Of An Empire» (300: El Origen de un Imperio), que con dirección de Noam Murro, se estrenará en 3D. Esta nueva entrega lleva la acción al campo de batalla (esta vez, en el mar) y nos narra los intentos del general griego Temístocles de unificar toda Grecia dirigiendo el cambio que modificará el curso de la guerra. Para ello debe enfrentarse contra las invasoras fuerzas persas capitaneadas por Xerxes (mortal devenido en dios), y Artemisia, la vengativa comandante de la armada persa. En el elenco, destacan Eva Green, Rodrigo Santoro y Jack O'Connell.

El segundo título que se destaca es «Captain America: The Winter Soldier» (Capitán América: el Soldado de Invierno), continuación de las aventuras del héroe de la Marvel dirigida por Anthony Russo. Chris Evans repite su papel del Primer Vengador, y también aparecen Scarlett Johansson (nuevamente como Black Widow), Samuel L. Jackson (Fury), y el eterno Robert Redford. El film arranca donde terminaba la primer entrega de «The Avengers» y el Capitán América, Black Widow y Halcón deberán enfrentarse a un enemigo extraordinario: el Soldado de Invierno.

«X-Men: Days of Future Past» (X-Men: Días del Futuro Pasado), es la nueva entrega basada en el equipo de los super héroes de la Marvel. Bryan Singer vuelve a ponerse detrás de la cámara para dirigir un elenco donde volvemos a encontrarnos con Hugh Jackman (Wolverine), Anna Paquin (Rogue), Patrick Stewart (Charles Xavier), Ian McKellen (Magneto), Halle Berry (Storm), Ellen Page (Shadowcat) y Shawn Ashmore (Iceman).

En esta ocasión los X-Men deben enfrentarse con un evento que, de ocurrir, generaría un futuro en el que 10 años después de «X-Men: The Last Stand», los mutantes vivirían en campos de concentración y serían vigilados por una armada de robots centinelas y muchos de los X-Men habrían sido capturados o muertos. Para evitarlo deberán viajar en el tiempo e impedir un importante suceso histórico acontecido en 1973, por lo que Kitty Pryde usará sus poderes con el fin de enviar la mente de Wolverine a su cuerpo del pasado donde coincidirá con las versiones jóvenes de Charles Xavier (James McAvoy), Magneto (Michael Fassbender) y Mystique (Jennifer Lawrence).

También la exitosa novela del escritor C. S. Lewis tendrá un nuevo capítulo, esta vez bajo el título «The Chronicles of Narnia: The Magician's Nephew» (Las Crónicas de Narnia: El sobrino del Mago). Será la cuarta entrega de la adaptación cinematográfica de la saga literaria y aunque «El Sobrino del Mago» es el sexto libro por orden de publicación de la serie, la historia es una precuela de «El león, la bruja y el armario».

Por último, en diciembre de 2014, verá la luz la tercera y última parte de la adaptación de la novela de J.R.R. Tolkien «El Hobbit», precuela de «El Señor de los Anillos». Lleva por nombre «The Hobbit: There and Back Again» (El Hobbit: partida y regreso) y -por supuesto- será estrenada en 3D con dirección y guión del neozelandés Peter Jackson. Martin Freeman, Hugo Weaving, Cate Blanchett, Elijah Wood, Andy Serkis, Ian McKellen, Christopher Lee, Ian Holm, Luke Evans, Evangeline Lilly y Richard Armitage repiten en los caracteres que ya aparecieron tanto en las tres entregas de «El Señor de los Anillos» como en las dos primeras partes de «El Hobbit». Uno de los rumores que han corrido con mucha fuerza es que Leonard Nimoy (el legendario Spock de la serie original de «Viaje a las Estrellas»), tendría una pequeña participación en la película.

Si bien las dos primeras entregas (la segunda de ellas, «Un viaje inesperado» se estrena el próximo 13 de diciembre) trataron específicamente del contenido del libro, esta tercera historia se centrará en los hechos que acontecieron entre el final de «El hobbit» y el inicio del libro «La Comunidad del Anillo». Para la realización de esta película, la historia fue ampliada con otros escritos de Tolkien, como por ejemplo la reunión del Concilio Blanco, que permite explicar a donde fue Gandalf cuando dejó a los Enanos y a Bilbo a las puertas del Bosque Negro.

viernes, 18 de octubre de 2013

ABBA: La música que vino del frío


El estreno de «Mamma Mia!» –oh sorpresa– disparó la venta de los discos del grupo hasta la cima de los ranking de Europa. Pero eso no es todo. Mientras el musical (compuesto en su totalidad por canciones de ABBA) es un éxito de taquilla, el pop meloso nacido en Suecia es considerado por las revistas especializadas «una obra maestra indispensable». Lo que sigue son algunas cavilaciones sobre dos matrimonios sospechados –entre otras cosas– de mantener la economía sueca con sus éxitos.

UNO. No quiero mentir. La pregunta revoloteaba en mi cabeza desde el mismo momento en que mi primo me llamó por teléfono para decirme que ya tenía las entradas para «Mamma Mia!» y que me invitaba a ver la película donde Meryl Streep y Pierce “007” Brosnan cantan muchas de aquellas canciones pop de tres minutos que se nos metieron en la cabeza para siempre allá por los años ’70. Entonces pensé: ¿el maquinista tendrá la amabilidad de pasar la película para nosotros tres (mi primo, su esposa y yo) o habrá alguien más en la sala? ¿Cuántos seremos los que a plena luz del día y a la vista de todos vamos a aceptar –finalmente– que desde nuestra más tierna juventud fuimos seducidos por esas melodías pegadizas que funcionaban tan bien y que –como los buenos vampiros– todavía se mantienen jóvenes y adictivas? Para hacerla corta: la sala estaba casi llena. Y hubo muchas risas y muchos aplausos al finalizar la película. Y seguro que todos los presentes (mayoría absolutísima de cuarentones largos) nos sentimos otra vez jóvenes y con ganas de ponernos a bailar –aunque sea por última vez– «Dancing Queen».

DOS. A principios del pasado agosto la noticia dio la vuelta al mundo: debido al estreno europeo de la película en cuestión ABBA hizo historia al conseguir que su álbum «Gold» –de grandes éxitos y publicado en 1992– se convirtiese en el disco más antiguo que consiguió el número 1 de las listas británicas. La recopilación, que lleva vendidas 26 millones de copias, logró esa privilegiada posición por cuarta vez, pero se trata de la primera vez que un título lo consigue con un intervalo de 16 años. Desde su formación, ABBA ha despachado casi 400 millones de álbumes y a pesar de llevar separados décadas aún logra vender tres millones de títulos cada año. Y los críticos lo han recomendado como «Obra maestra del pop de tres minutos» e «Indispensable». ¿Cuál es el motivo? No se puede hablar de uno de esos revivals del los grupos raros o excéntricos porque ABBA siempre fue un grupo raro y excéntrico y, al mismo tiempo, misteriosamente respetable en su factura. ABBA está más cerca de Queen, de Elton John, de George Michael y de Madonna de lo que a ellos –y a sus seguidores– les gustaría reconocer. Y a propósito de Madonna, ¿no fueron acaso Agnetha y Anni-Frid las originales «chicas materiales» con su «Money, Money, Money»?

TRES. Un botón de muestra: los australianos mueren por ABBA, apenas unos milímetros por debajo de sus adorados Beatles. Basta ver películas como «El casamiento de Muriel» o «Priscilla, Reina del Desierto», para saber lo que les pasó a los australianos con el cuarteto sueco. Para ellos, ABBA es el mejor manual de autoayuda, sus canciones son terapéuticas. Para el resto de nosotros, Agnetha, Benny, Björn y Anni-Frid son lo más parecido a un Expediente X imposible de cerrar, a un mensaje en botella que nos llega desde la Dimensión Desconocida. ABBA es el Triángulo de las Bermudas musical donde todos se pierden y en el que las publicaciones especializadas más prestigiosas y poco piadosas no vacilan en afirmar que –«probablemente”– «Dancing Queen» sea la mejor canción pop de todos los tiempos. Para el especialista argentino Sergio Marchi (periodista víctima de cierta furia enciclopédica y discográfica) esa canción «es irresistible y dan ganas de cantarla a voz en cuello. Los odiaba cuando era adolescente y rockero y contestatario. Eran lo grasa. Hoy me parecen el epítome de la música pop…». Y Bono la interpretó para cerrar cada concierto del ZOO TV Tour que los muy rockeros U2 realizaron a lo largo y ancho del mundo hace algunos años.

CUATRO. Ya saben: un pianito de introducción. Tan reconocible como el riff de guitarra de «La Bamba» o de «Satisfaction» y –como en el «She loves you» de los Beatles– la astucia de empezar con un estribillo que más que un estribillo es una orden. Para muchos, para casi todos, «Dancing Queen» es la obra maestra de ABBA. Tina Turner piensa eso y, junto a ella, buena parte de los críticos musicales más feroces e impiadosos del universo. Fue estrenada para una gala televisiva el día anterior al matrimonio entre el rey Carl XVI Gustaf (no estoy loco, se escribe así, con el número en el medio) y la reina Silvia. Corría junio de 1976. Enseguida la canción era número uno en diez países, incluyendo Bolivia y Estados Unidos. En el atemporal funcionamiento a prueba de modas de «Dancing Queen» es donde reside la grandeza de ABBA. En realidad, basta escuchar la ya mencionada versión que hacían los U2 en vivo para saber que las canciones del cuarteto sueco funcionan en cualquier ambiente y para cualquier ocasión. Que –como Woody Allen en «Zelig»– se adaptan automáticamente a lo que sea a partir de sus siempre muchas, demasiadas partes, ensambladas con precisión de relojería. Por supuesto que «Dancing Queen» aparece en la película. Y cuando lo hace, sonrío. La pregunta es, ¿por qué cuernos sonrío?

CINCO. Claro, también están «Super Trouper», «Money, Money, Money», «S.O.S.», «Lay all your love on me», «Does your mother know», «Gimme! Gimme! Gimme!», «Mamma Mia», «The winner takes it all», «I have a dream», «Slipping through my fingers», «Take a chance on me», «When all is said and done»… Impresiona un poco darse cuenta de todas las canciones que uno anda canturreando por ahí sin recordar que son canciones de ABBA.

SEIS. Una vez leí unas declaraciones de Joey (aquel de los Ramones) donde el músico emblema del punk-rock afirmaba que su canción favorita llevaba un nombre fatal y derrotista: «Waterloo». Ni más ni menos que la canción con que ABBA ganó el concurso Eurovisión en 1974. ¿Y qué tiene que ver ABBA con el punk-rock?, pensé entonces y pienso ahora. También leí que tanto Pete Townshend (de los Who) como Peter Hamill (músico genial salido de Van Der Graff Generator) consideraban una canción de ABBA entre sus preferidas de todos los tiempos. ¿Se habían vuelto locos? La canción era «Knowing me, Knowing you». La primera vez que la escuché me pareció muy buena. Y al escucharla ahora (mientras escribo esta nota ABBA suena en los auriculares que tengo puestos para no molestar el sueño de los vecinos) me parece muchísimo mejor todavía. Me parece muy buena. Una de las mejores canciones divorcistas jamás escritas y cantadas. Eso de empezar con un «No más risas desinhibidas, silencio para siempre» y el brillantísimo estribillo donde se enciman varias capas de voces conforman una de las astutas constantes de ABBA: canciones de melodía feliz con letras muy tristes. Canciones para que bailen los desgraciados (ver «El casamiento de Muriel»), canciones de verano pero con nubes. La melancolía siempre detrás de la euforia. Y a la hora final –con el álbum The Visitors, oscuro canto del cisne de ABBA–, esas extrañas canciones sobre la locura y la soledad golpeando a tu puerta. Pero siempre con una sonrisa en la boca.

SIETE. Hace poco vi un documental de ABBA en un canal de cable. Películas caseras filmadas en el estudio. Inevitable compararlas con las películas caseras que los Beatles desenterraron para su Anthology. La comparación no es gratuita. Con diez años de actividad y casi treinta de desaparecidos, ABBA es –junto a los Beatles– el grupo zombie (muerto pero no del todo) con más éxitos de la historia. En vida, como los Beatles, siendo básicamente un grupo «de estudio» con fobia a las presentaciones en vivo, llegaron a las mismas alturas de furia desatada: en 1977, sus dos shows en el Royal Albert Hall de Londres –con capacidad para 5500 personas– recibió tres millones y medio de solicitudes para comprar entradas. En sus filmaciones privadas los Beatles trabajando parecen niños traviesos. ABBA, en cambio, remite a los científicos de laboratorio tratando de dar con un descubrimiento milagroso. Cuentan los que allí estuvieron que cada canción del cuarteto demoraba siete días con sus siete noches en alcanzar la perfección de la hipnosis.

OCHO. La saga de ABBA, en síntesis. Rock matrimonial. Dos parejas. Atractivo extra de telenovela para los escuchas de todo el mundo. Dos hombres que se descubren geniales componiendo a dos manos descubren a dos chicas cuya combinación de voces resulta perfecta, implacable. Una de ellas, la rubia, ya era bastante famosa antes de ABBA. La pelirroja compensó la ecuación mostrando más pierna y convirtiéndose en la favorita de los adolescentes aunque –en su momento– el trasero de la rubia creció a mito fetiche. Se aman, les va mal, más o menos y bien. Triunfan en Eurovisión ’74 y entonces les va muy bien. Se ponen ropa que convierte a la expresión “mal gusto” en algo insuficiente. Les va cada vez mejor. Filman una película (ABBA: The Movie), la séptima más vista del año 1978, el mismo año que se estrenó «Star Wars» y «Fiebre del sábado por la noche». Después ellos se enamoran de otras, se van de casa y –detalle perturbador– siguen trabajando con ellas y por el solo placer de escribirles cosas como «The winner takes it all» (El ganador se lleva todo): canciones de mujeres abandonadas para que las canten y, claro, lleguen al número uno de todos los ranking de ventas. Al final, se pelean y se separan. Se sabe: pop y pareja no hacen buenas migas. Supongo que los Wings de Paul McCartney son la excepción. Y Pimpinela, porque hacen de pareja pero son hermanos y así cualquiera.

NUEVE. ABBA se separó casi sin que nadie se diera cuenta, casi sin que ellos se dieran cuenta. Desde entonces, muchas veces se ha especulado con una posible reunión. Cuando les preguntan a Björn y a Benny (los que más exposición pública han tenido desde la ruptura y los cerebros detrás del film «Mamma Mia!») ponen cara de nada. Y lo bien que hacen. ¿Qué sentido tiene resucitar a un muerto cuyo fantasma goza de mejor salud que la que alguna vez disfrutó el sujeto vivito y coleando? Reunido y resucitado ABBA sería apenas otro de esos grandes grupos que se juntan por dinero con, para peor, dos mujeres grandes. Si ABBA se juntara, seguro que yo jamás sentiría estas inexplicables ganas de volver a oír «Knowing me, Knowing you». En mi casa y a todo volumen. Si ABBA se juntara, yo nunca me descubriría subiendo las escaleras del Plaza Oeste (la parte izquierda de mi cerebro sin entender lo que hace la derecha) para entrar al cine donde proyectaban «Mamma Mia!», justificándome a mí mismo que, después de todo, necesito ver la película para escribir esta nota.

Septiembre de 2009

jueves, 17 de octubre de 2013

TV - The Blacklist: Un tipo poco confiable


Desde que en los ’80 quiso robarle la novia a su amigo (Pretty in Pink), fue un prestamista frío y bestial (Less Than Zero), filmó a chicas para que les contaran sus perversiones (Sexo, mentiras y video) o se enfrentó a Jack Nicholson para eliminarlo y quedarse con Michelle Pfeiffer (Lobo), los personajes de James Spader no son dignos de confianza. Lascivia, manejo del poder y elocuencia es todo lo que proyecta el sujeto de rostro cerrado. También supo tomarse en sorna su physique du rôle en las series The Office y Boston Legal.

James Spader
En The Blacklist (estrenada hace tres semanas por Sony, va los miércoles a las 22 y repite los jueves a las 23 horas) esas dos facetas, la siniestra y la graciosa, están presentes. Aquí encarna a un ex agente, llamado Raymond Reddington, que durante años estuvo en el Top 10 de los más buscados por el FBI, ya que vendía su know how y data al mejor postor. En la primera escena se rinde como el asesino serial de Pecados capitales. Su oferta será la de entregar su «lista negra» de criminales y fugitivos a cambio de... Por ahora el único requerimiento de Reddington es trabajar junto a Elizabeth Keen (Megan Boone), una agente del FBI recién salida de Quantico. Y sí, suena un poco a la relación de Hannibal Lecter con Clarice Starling en «El silencio de los inocentes»... En esa línea de múltiples –y peligrosas– referencias se mueve The Blacklist.

En pocos minutos del piloto supimos cuál va a ser el argumento central de la serie. Como ya dije, uno de los fugitivos más buscados por los servicios de inteligencia norteamericanos se presenta en las oficinas centrales del FBI y se entrega voluntariamente. Este hombre, Raymond Reddington, con el magnetismo que tienen las personas que parecen controlar siempre la situación en la que se encuentran, llega con una propuesta bien jugosa para los federales: les ayudará a detener a un montón de maleantes, los peores delincuentes que hay sobre la faz del planeta, si a cambio... En fin.

Raymond llega con su Lista Negra, tan golosa, con exigencias al estilo Lecter, quid pro quo, y la primera se llama Elisabeth 'Clarice' Keen, que será la coprotagonista de la serie. Y paro de contar.

Megan Boone
Llevaba mucho sin ver a James Spader y su imagen, para mí, era la que tenía hace veinte años en las películas Stargate y Crash (no lo vi en Boston Legal y en las temporadas en las que participó en The Office), así es que encontrarlo tan mayor (lo mayor que le toca ser) y sin su cabellera rubia fue todo un shock fílmico. A los cinco minutos su personaje se había comido el recuerdo y se convertía en el principal foco de atención de The Blacklist, la razón por la que vi el segundo capítulo, y luego el tercero. La agente del FBI es Megan Boone, una actriz poco conocida que aguanta como puede el nivel de su compañero de andanzas interpretativas.

La intenciones ocultas de Reddington y el poder que ejerce sobre el siempre idealizado FBI son el primer cebo de la serie. Luego llegaremos a la histora de la agente Keen y su novio, que imaginamos relacionada de alguna manera con la trama principal. Por último, tenemos las variadas cacerías de cada episodio, que tratan de ser originales, y la verdad es que por ahora lo son. Lo mejor hasta ahora es que la trama principal y la relación entre los protagonistas es suficientemente interesante como para que ver el resto merezca la pena. El problema es que si -más adelante- esa trama principal se vuelve tediosa y se cae, ver cómo el FBI captura malechores por el bien de la humanidad no tendrá el más mínimo interés.

Spader y su personaje son el centro de atención, lo diferente en 'The Blacklist'. No parece ser mucha responsabilidad para este hombre. Veremos si los guionistas y el resto de personajes están a la altura.

Aún es pronto para saber su suerte.

sábado, 5 de octubre de 2013

¡Feliz aniversario, Beatles!

51 años de "Love Me Do"... Y como cada día, desde aquella primera vez que los escuché, me contento con experimentar esta música que mañana estará todavía mejor compuesta e interpretada que hoy. Una belleza que ya está grabada de manera indeleble en mi cuerpo, y aun así sigue conmoviéndome porque todavía hoy es, de la manera más inexplicable, inesperada.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Volver a imaginar

Fue el segundo álbum en solitario de John Lennon y se transformó en el trabajo más popular de su carrera. Grabado entre el 23 de junio y el 5 de julio de 1971 en sus estudios privados en Tittenhurst Park y publicado en Estados Unidos el 9 de septiembre de ese año, el álbum contiene muchas de las mejores canciones escritas por John. Entre ellas, la que le daba título al álbum: “Imagine”, su mayor regalo musical al mundo, un tema indispensable para entender a un hombre irrepetible.


UNO. John Lennon compuso Imagine (Imagina) una mañana de principios de 1971 en su habitación de Ascot, la propiedad que tenía en Tittenhurst, Inglaterra. Su mujer, Yoko Ono, le observó sentarse ante el gran piano blanco que tenían en casa (ahora famoso gracias a las películas y las fotografías de las sesiones de grabación del álbum) y terminar la canción: la serena melodía; esa irresistible figura de cuatro notas; y prácticamente la letra completa, veintidós versos que, en términos sencillos y de enorme belleza, hablan de la fe en la posibilidad de que un mundo unido por la imaginación y por un objetivo pueda cambiarse a sí mismo.

«No es que pensara: ‘Esto puede ser un himno’ - dijo Ono recordando esa mañana años más tarde-. Imagine era lo que John creía, que todos somos un país, un mundo, una misma persona. Quería transmitir esa idea».

La idea no era sólo suya: el arte de Ono también celebraba el poder de los sueños. El primer verso de Imagine («Imagine There’s No Heaven» [Imagina que no hay cielo]) desciende directamente de un libro de Ono de 1964, Grapefruit, en el que decía «imagina un pez de colores nadando por el cielo», «imagina que las nubes caen como gotas; cava un agujero en tu jardín para ponerlas allí dentro». Pero Lennon, como buen ex Beatle, era un experto en las imágenes populares. Una vez admitió que Imagine era, prácticamente, «El manifiesto comunista». Pero la belleza elemental de esta melodía, la calidez de su voz y el toque poético del coproductor Phil Spector enfatizaron la profunda humanidad de la canción.

Lennon sabía que había escrito algo especial. En una de sus últimas entrevistas declaró que Imagine era tan buena como cualquier canción que hubiera escrito con los Beatles. Poco más de cuarenta años después, sabemos que es aún mejor: un tema imperecedero que nos ha ayudado a superar momentos de gran dolor, entre ellos, el asesinato del propio Lennon. Es imposible soñar un mundo mejor sin Imagine. Y la necesitamos más de lo que nunca soñamos.

Con George Harrison, durante las sesiones de
grabación de Imagine
DOS. Imagine aparece como la cúspide artística de la vida de Lennon pos-Beatles. El deseo de escapar de su tormento interior impulsó el idealismo utópico de Lennon y su aspiración de hundirse en algo más grande que él mismo. John escribió la letra en un avión, y la canción –su plácida evocación de un reino de belleza abstracta más allá de los males de este mundo– se ha convertido en un mensaje universal y se mantiene como exponente e himno de la paz mundial, particularmente luego de la muerte violenta de John. Nueve de cada diez personas repiten eso cuando escuchan esta canción: «es un himno». Pero tengo un amigo que sostiene que, como toda canción, es tan fácil de malinterpretar que muchos prefieren entenderla como el definitivo e insuperable jingle pacifista cuando en realidad es una llamada a ir borrándolo todo hasta convertirse (resulta más fácil si se es millonario) en un perfecto hombre de ningún lugar, fuera y lejos de todo. En Imagine, Lennon –como en lo mejor de su obra: canciones como «I’m Only Sleeping», «I’m So Tired», «Lucy in the Sky with Diamonds», «Tomorrow Never Knows», «Across the Universe», «God», «Isolation», «Watching the Wheels», «#9 Dream» y «A Day in the Life»– apuesta por una virtual eliminación de todo. La receta que nos ofrece es ir descartando el cielo y el infierno y los países y las religiones y las posesiones materiales hasta que lo único que quede sea él. Un «soñador» flotando en un limbo donde –como en el por siempre idílico «Strawberry Fields»«nada es real y no hay nada por qué preocuparse».

No sé si mi amigo tenga razón. Pero viniendo de Lennon, nunca se sabe.

TRES. Pero, insisto, son muchos los millones que consideran la canción Imagine como un himno de esperanza universal. Imagine es una canción humanista por excelencia, que niega a los humanos el lugar que a menudo se adjudican a sí mismos en el universo espiritual y que, en cambio, los relega a su material y exquisitamente hermoso hogar terrenal. Lennon hace esto para impulsar a sus prójimos a unirse en la creación de un mundo que valga la pena, sin países ni guerras impulsadas por la religión o la propiedad privada. Su deseo de compartir este mundo juntos como una auténtica «hermandad de los seres humanos» ha hecho que más de uno se haya preguntado si acaso Lennon no escribiría esta canción después de haber leído el Socialist Standard, lo cual no es una idea descabellada, puesto que después de la separación de los Beatles empezó a frecuentar con avidez la prensa radical, pero no se sabe con certeza si llegó a leer el Standard, un periódico que desde 1904 también aboga por una sociedad de propiedad compartida, sin naciones, sin clases y sin dinero.

CUATRO. Desde luego, John Lennon expresaba su cólera y su sentido del absurdo en las mordaces letras de sus canciones. Resulta interesante constatar que, si se dejan de lado sus nueve años como Beatle famoso, el carácter político de sus últimos años es una extensión lógica de su época como miembro del cuarteto de Liverpool. A menudo se encuentran rastros de su rebeldía en las entrevistas que concedió como Beatle, y su declaración de que eran más famosos que Jesucristo fue un raro aunque involuntario uso de la fama para poner patas arriba el statu quo, probablemente sin parangón alguno hasta que los Sex Pistols empezaron a blasfemar en la televisión británica doce años después.

Es curioso que la primera canción de Lennon en un álbum de los Beatles –Please Please Me (1963)– fuese Misery, que empezaba con las palabras «el mundo me trata mal». John lanzaba a menudo estas pequeñas bombas líricas de su auténtico yo en canciones que, por otra parte, eran perfectas gemas de la música pop que se hacían eco de las sensibilidades musicales del pop estadounidense. Dado que tenía el mundo rendido a su alrededor, es posible que Lennon disfrutara utilizando sus canciones como una oportunidad para hacer una crítica de la realidad.

Tan pronto como los Beatles fueron historia, John Lennon empezó a hacer historia con sus canciones dolorosamente honradas y políticas. El primer ejemplo alumbró en 1970: el álbum John Lennon/Plastic Ono Band. Además de la canción que trata de la pérdida de su madre y de Love (una de las melodías más hermosas que se puedan escuchar en cualquier álbum, sea o no sea de los Beatles), el músico comenzó a explorar a lo grande temas humanistas y políticos. La convicción lennoniana de que vivía en un universo ateo se revela en diferentes lugares. Por ejemplo, en I Found Out, declara: «No hay ningún Jesús venido del cielo» y en God va un poco más lejos, pues la afirmación de que «Dios es un concepto con el que medimos nuestro dolor» hunde sus raíces en la psicología humana. La canción Working Class Hero es un clásico ejemplo de la humillación de los obreros en entornos tales como el hogar, la escuela y el trabajo. Incluso, siendo él multimillonario, en ella se identificó con la situación de las masas trabajadoras y tomó plenamente conciencia de clase al cantar «Te dicen que puedes llegar a la cima / pero antes has de aprender a matar sonriendo / si deseas triunfar como los de allá arriba».

«Siempre he tenido conciencia política y he estado contra el statu quo –decía Lennon en enero de 1971, cuando le concedió una extensa entrevista al diario comunista británico Red Mole–. Es bastante básico, cuando has aprendido desde chico, como yo, a odiar y a temer a la policía como tu enemigo natural y a despreciar al ejército como algo que se lleva a todos y los abandona muertos en alguna parte. Es simplemente un asunto básico de la clase trabajadora, aunque comienza a desteñirse cuando vas envejeciendo, tienes una familia y te traga el sistema».

CINCO. Tal como la presentó en una entrevista, Imagine es «antireligiosa, antinacionalista, anticonvencional, anticapitalista, pero aceptada por su dulzura». Más allá de que esto fuese así, lo que John dejó tras de sí fue la imaginación utópica que todos compartimos, que todavía existe en un millón de cerebros y que se niega a que nadie la silencie. La canción Imagine fue incuestionablemente el momento más elevado de Lennon. Su claridad lírica y conceptual arrojó luz sobre un mundo oscuro y violento, impulsándonos a imaginar otro mundo: no a la guerras, no a los conflictos generados por el dinero y las instituciones políticas y religiosas, no a la matanza debido a las fronteras, un mundo que viva en paz y en un orden económico en el que tanto la avaricia como el hambre resultase algo imposible. Si miramos un poco el mundo en que vivimos, nos daremos cuenta de que Lennon habla de la realidad cruda y no de sueños de fantasía.

«Imagine fue lo mejor de John Lennon –confesó alguna vez Phil Spector, coproductor del álbum–. Si uno tuviera que determinar con precisión cómo era John -cómo se paraba, cómo se sentía y cómo pensaba-, este álbum lo diría todo por sí mismo. Yo sabía que sería un enorme éxito, una declaración de principios definitiva de John. Y lo fue».

SEIS. ¿Cuántos somos los que hoy compartimos la visión de John Lennon? ¿Cuántos somos los que apoyamos todas las causas que acercan a la humanidad hacia el objetivo de un orden económico sin las coacciones impuestas por el sistema de mercado? ¿Cuántos somos los que todavía nos animamos a soñar un mundo de paz, de igualdad y de abundancia?

«Podrás pensar que somos unos soñadores, pero no somos los únicos. Ojalá un día te unas a nosotros. Y el mundo será de todos.»

miércoles, 7 de agosto de 2013

Hiroshima: Muertos conocidos, criminal anónimo


La Historia sigue su curso y el ser humano parece no querer aprender. La estupidez humana –esa que, sabemos, no tiene límites– continúa coqueteando con la posibilidad de arrasar el planeta. Ante cada encontronazo, la frase “todas las posibilidades serán consideradas” (eufemismo para plantear que el ataque nuclear siempre está presente en la mente de los señores de la guerra) aparece en las altisonantes declaraciones que los susodichos se esmeran en desparramar en los medios de comunicación.

¿Tiene sentido recordar Hiroshima? Pienso que la amenaza de nuevas matanzas “preventivas” le da una estremecedora actualidad. Y, además, ejercitar la memoria sobre lo ocurrido en aquella ciudad japonesa es parte de la lucha contra el olvido. No sólo para honrar a las víctimas sino también para tener presente aquel crimen. Para que no vuelva a suceder.

En un excelente artículo escrito por Mario Benedetti en 1985, “Maniobras y mecanismos de desinformación”, el poeta uruguayo se preguntaba: “¿Qué es la desinformación sino una desfiguración de la historia, aunque se trate de lo que está sucediendo en este instante?”

E ilustraba la hipótesis recordando que al cumplirse aquel 1985 los 40 años del ataque atómico a Hiroshima, su intendente pronunció un discurso muy emocionante en el que lamentó el sufrimiento de los supervivientes e hizo un llamado a luchar por la paz. Benedetti señala el curioso hecho de que el número uno de la municipalidad de esa ciudad japonesa no hizo la menor alusión al país responsable ni al presidente que ordenó la matanza. “¿Será que Hiroshima –se pregunta el escritor– se puso inadvertidamente debajo de una bomba de autor anónimo?”

Diez años después, al cumplirse en 1995 el medio siglo del primer bombardeo atómico de la historia, la Municipalidad de Montreal envió a los medios de difusión un comunicado invitando a una conferencia de prensa, el 9 de agosto, en la que se inauguró la exposición Hiroshima.

El diario La Presse reprodujo un cable de la agencia Reuter que hacía referencia al aniversario. También Le Devoir publicó un artículo al respecto en su edición del 9 de agosto. Ambos diarios calificaban al bombardeo de “catástrofe”, y eludieron nombrar o tan sólo sugerir al misterioso bombardeador. La carpeta de prensa entregada por la municipalidad de Montreal a los medios de difusión continuó con la ambigüedad, ya que tampoco nombraba al responsable e insistía en el carácter azaroso y hasta accidental de la explosión. Se hablaba de “tragedia” en 3 oportunidades, de “catástrofe” en 9, y una vez de “hecatombe”. En la muestra canadiense, las fotografías exhibidas eran de Hiromi Tsuchida, quien fue a tomarlas a Hiroshima, según sus palabras, “...para satisfacer mi curiosidad de artista”.

La muestra en la municipalidad presentaba –además de las fotos del curioso de Tsuchida– objetos quemados, deformados o fundidos por los aproximadamente 4.000 grados centígrados que liberó la detonación que aún sigue matando a las personas expuestas a la radiación. Había fotos de lo único que quedó de personas ubicadas en el perímetro del epicentro de la deflagración: una sombra sobre la pared. Y aparecían testimonios como el de Yukihisa Tokumitsu: “Me acuerdo claramente de las últimas palabras de mi madre: «¡Viene el diablo! ¡Viene el diablo!» Hiroshima era entonces verdaderamente un infierno”.

Desde entonces, las muestras y los recordatorios sobre Hiroshima se han venido sucediendo. Los testimonios son espontáneos y no dejan nunca de ser conmovedores, sí, las fotos y los objetos también; pero a mí me parece que los supervivientes deben haber dicho algo más. Algo que se omitió y que se omite todavía. Me parece que –como planteaba Benedetti– la desinformación sigue desfigurando la historia.

Porque Hiroshima continúa siendo un misterio al seguir evitando nombrar al travieso de la bomba, al jodón que estrenó su chiche aquel 6 de agosto de 1945. Es como si se intentase hacer creer que un fatalismo inevitable, sobrenatural –no alguien– descendió sobre la ciudad japonesa, la convirtió en cenizas radioactivas, mató a la mitad de sus 300.000 habitantes, mató y sigue matando al resto de distintos tipos de cáncer, produjo las más espantosas y dolorosas heridas jamás producidas por una explosión, y destruyó la flora y fauna por obra y gracia de una accidental e involuntaria catástrofe-tragedia-hecatombe.

En aquel mismo artículo, Benedetti agregaba otra perla que confirma cómo actúa la desinformación. Poco antes de aquel 40 aniversario se realizó una encuesta en la que se preguntaba a los escolares japoneses: “¿Quién arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima?” La gran mayoría de los niños respondió: “Los rusos”.

No hay que ser un licenciado en psicología para saber que los recuerdos de la infancia son los que quedan más profundamente grabados en la memoria. No olvido, por ejemplo, un maestro de primaria de esos que se las sabía todas. Un maestro de esos a los que les gustaba mucho conversar con sus alumnos y recuerdo que fue la primera persona a quien escuché hablar sobre Hiroshima, un tema que le apasionaba tanto como le atormentaba. El hombre nos contaba que durante mucho tiempo no voló un pájaro sobre Hiroshima; que la onda de choque se desplazó aproximadamente 3.700 metros en unos 10 segundos; que la radiación, en un radio de 900 metros destruyó huesos y vasos sanguíneos y daño gravemente hígados, riñones, pulmones y otros órganos; que la ciudad estuvo en llamas todo un día en un área de 2 kilómetros. En fin –decía–, fue una increíble crueldad.

El maestro sabía quién era el responsable. Por eso, cuando terminaba de hablar de Hiroshima, hacía un silencio que todos acompañábamos respetuosamente; la cara manchada por los años se le ensombrecía, dejaba caer su cabeza, se pasaba una mano flaca por su infaltable corbata negra, y decía muy despacito, acaso para sí mismo: “La puta que los parió”.

jueves, 1 de agosto de 2013

The Concert for Bangladesh: Una buena idea


Hoy se cumplen 42 años desde que el ex beatle George Harrison y su amigo Ravi Shankar, junto con varias otras estrellas musicales más, incluyendo a Eric Clapton (que toca aquí como podrán imaginar), Ringo Starr, Leon Russell, Billy Preston y la milagrosa salida de Bob Dylan de su retiro para participar del evento, compartieron el escenario del Madison para dos conciertos que hicieron historia para alertar al mundo sobre la difícil situación del pueblo de Bangladesh, víctimas de las inundaciones, el hambre y la guerra civil. Fue la primera vez que un artista de rock organizaba un recital a beneficio.

La historia es más o menos conocida por todos. Bangladesh hasta 1971, era la provincia oriental de Pakistán. Sucedió que además del problema independentista, un ciclón se llevó por delante el país. Y de ahí hasta la noche del primero de agosto de ese año no hay que tener mucha imaginación. Ravi Shankar y George Harrison echaron a rodar el proyecto de un gran concierto benéfico para ayudar a las víctimas, contactando con unos cuantos amigos, de los cuales unos pocos terminaron arriba del escenario, motivo por el cual el ex beatle Harrison, aunque no hubiese hecho hasta aquel momento nada con su vida, ya se habría ganado el cielo. Él y todos los que consiguieron montar semejante show en cuestión de un mes largo en el Madison Square Garden.

Hay mucho de pose en la idea de ayudar y los grandes conciertos solidarios suelen no escapar a la regla: unos músicos millonarios tocando en una pachanga entre amigos para que uno -que paga la entrada- deje su dinero en, por ejemplo, la miseria de un país como Bangladesh.

Claro que, en el tema que nos ocupa, otra cosa es que los músicos sean los primeros en donar sus ganancias. Y que, para mejor, ese concierto resulte ser una de las conjunciones planetarias más sublimes de la historia de la música, que es lo que pasó allá por agosto de 1971. Me arrodillo ante George Harrison y compañía por realizar el Concierto para Bangladesh. Porque demostró que una buena idea se puede llevar a cabo. Aunque en Bangladesh sigan igual.

Por eso vale la pena volver a comprarse el disco ahora, reeditado: esa cajita roja con George Harrison en portada con una americana blanca preciosa y una camisa roja que me encanta. Cuando se nombran los mejores shows en vivo de todos los tiempos siempre se suele pasar por alto este disco, pero juro que como desfile de dioses del rock no se ha hecho nada igual. Bueno, tal vez "The Last Waltz".

¿Y por qué hay que tener este concierto en su cajita, con sus dos discos, su librito, con las fotos, las frases, olerlo, manosearlo, cuidarlo como el tesoro que es? Porque el Fondo de George Harrison para UNICEF lleva adelante desde hace algunos años una campaña especial de donación que continúa proporcionando ayuda de emergencia para Bangladesh y que, además, amplio sus horizontes colaborando con la atención de los niños de las regiones afectadas por el hambre en el Cuerno de África. Todas las ganancias quitando impuestos de las ventas de el album «Concierto para Bangladesh» benefician directamente al Fondo para la UNICEF. El hambre fue declarada por las Naciones Unidas en dos regiones del sur de Somalia en 2011. Más de 2 millones de niños sufren de malnutrición aguda, incluyendo medio millón de niños en riesgo inminente de muerte si no reciben asistencia vital inmediata. La esperanza de vida en Somalía es la de llegar a los 40 años. Un dato: todas las personas asociadas con el concierto se mantienen sin ingresos de cada venta y han renunciado a todas sus ganancias.

Al son de "My sweet Lord", "Beware of Darkness", "While my guitar gently weeps", "Here comes the sun", "Something", "Jumpin' Jack Flash", "A hard rain's a- gonna fall", "Blowin' in the wind", "Mr. Tambourine man" y tantas otras canciones inmortales que se dejan escuchar de un tirón, podremos concluir que lo que pasó esa noche de 1971 es una buena manera de creer en el ser humano.

viernes, 19 de julio de 2013

Seis años sin el "Negro"


La noticia cayó como un rayo cuando entraba la noche del jueves 19 de julio de hace ya seis años: en su Rosario natal había muerto el "Negro" Roberto Fontanarrosa.

Costó (y todavía cuesta) hacerse a la idea que ya no habría más conversaciones entre Inodoro Pereyra y Mendieta y que Boogie el Aceitoso ya no desparramaría machismo desde una hoja de papel. En el último Mundial de Fútbol, extrañamos los comentarios incisivos de “La hermana Rosa”, esa mentalista excéntrica que gustaba de analizar diversas historias vinculadas a los eventos en los que jugaba nuestra Selección Nacional. Posiblemente lo mismo nos ocurra cuando llegue el Mundial del 2014 en Brasil.

Cuando le preguntaron cuál era su deseo para la posteridad, el "Negro" sentenció: “A mí lo que me gusta es que un tipo me diga que se cagó de risa con mi cuento. Con eso estoy bien”.

Quiero contarte que así fue, "Negro" querido. Yo me cagué de risa con vos.

Tal vez por eso no puedo dejar de preguntarme, como me pregunté aquel jueves 19 de julio de hace ya seis años: ¿quién me va a hacer reír ahora?

viernes, 12 de julio de 2013

Mordida mortal


Pasaron 38 años, pero la gente todavía tiene miedo de entrar al agua. Es el legado de una película estrenada en julio de 1975 por un entonces casi desconocido director llamado Steven Spielberg. Una película que convirtió el acto hasta entonces banal de ir a la playa en un fantasma destructor de los nervios, caracterizado por el zumbido, a velocidad cada vez mayor, de apenas dos notas musicales.

La conocimos como “Tiburón”. Y además de envenenar para siempre nuestra relación con los peces, también dejó un impacto indeleble en la cultura moderna como el primer “tanque de verano”: la primera película que marcó el récord de superar los cien millones en la taquilla, la primera en ser promocionada por un gran estudio de Hollywood como un evento cultural y no sólo como un film. Después de “Tiburón” los estudios comenzaron a pensar en mayores apuestas. Sin “Tiburón”, las películas de “Star Wars” o las de Indiana Jones nunca hubieran obtenido la luz verde.

La gran ironía respecto del film, es que debe mucho de su éxito a un feliz accidente. Cuando se decidió a llevar al cine la novela de Peter Benchley, Spielberg se gastó buena parte del presupuesto filmando escenas clave en la costa de Martha’s Vineyard en lugar de hacerlo en un tanque de agua bajo techo, más barato y seguro. También decidió crear un escualo movido de manera hidráulica. Desafortunadamente, el bicho sufrió toda clase de problemas técnicos. Primero se hundió. Después, el agua salada afectó su mecanismo. Aún cuando funcionaba, se veía muy falso. Con lo que, cuando Spielberg entró al cuarto de edición, tomó quizá la decisión más importante de su carrera: levantó el hacha y la aplicó a su película, dejando afuera casi todas las escenas con el tiburón, que aparecería sólo al final y de manera fugaz. El público sólo vería el resultado del trabajo del pez: los veraneantes que gritaban y el agua teñida de rojo.

La decisión fue un acierto. Spielberg escondió al escualo pero duplicó el terror, que creció exponencialmente. La Universal promocionó fuertemente la película, con cientos de comerciales y un trailer con un slogan memorable: “¡No entren al agua!”. Se estrenó en 400 cines, un número poco común para la época. El margen de beneficio fue del 1500 por ciento. En la noche de estreno, filas de adolescentes se formaron fuera de las salas. En las semanas siguientes, muchos de ellos estuvieron listos para pagar por ver “Tiburón” varias veces. Se había convertido en la primera película-evento.

La vi (varias veces) en el viejo cine Metro, frente al Obelisco porteño. Todavía recuerdo la tensión que iba aumentando en la sala a medida que pasaban los fotogramas, los saltos que pegué en la butaca, la claustrofóbica y fascinante atmósfera de algunas escenas, la crueldad que destilaban los ataques (a la jovencita, al chico que disfruta del mar en su colchoneta) y la que se convertiría en una de las escenas más terroríficas de toda la historia del cine: la caída libre del capitán del barco en las abiertas fauces del tiburón.

Pero sobre todo, recuerdo el veraneo de aquel año en Mar del Plata, cuando cientos de bañistas mirábamos el mar (que apenas nos llegaba a los tobillos), sin decidirnos a entrar porque ahora sabíamos que darse un chapuzón podía convertirse en algo… diferente.

EFEMERIDES DE JULIO (I)

Un 12 de julio de 1817 nace en Concord, Massachusetts, Henry David Thoreau, escritor, poeta, filósofo y anarquista estadounidense, autor de "La desobediencia civil". Además de uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense, se le considera un pionero de la ecología, de la ética ambientalista y de las prácticas de desobediencia civil, al proponer ideas como el pacifismo y la no violencia.

sábado, 1 de junio de 2013

El mejor sargento


“Hace hoy veinte años”, canta la voz familiar desde el surco, y el hombre piensa al volver a escucharla en la primera vez, en todos esos años que la canción y el texto doblan con enigmática insistencia. El caleidoscopio de la memoria lo devuelve a la miserable reproducción del "Winco" y a ese sentimiento tan parecido a lo siniestro ante la contemplación de lo desconocido: una música decididamente extraña, una cubierta desconcertante, un estallido de imágenes y brillos que, aunque él todavía no lo supiera, le daban nombre a una época y apellido a una generación: Psicodelia.

El hombre trata de contar inútilmente cuántas veces tuvo que escuchar el disco hasta poder acostumbrarse a sus caprichos. Se da cuenta entonces de que esa obra maestra estaba por delante de él, dando cuenta de una parte vertiginosa de la historia en apenas dos caras de un pedazo de vinilo, como algo que había que correr para alcanzar, un tren que no podía perderse sin quedar fuera del tiempo. Quien en cambio pudiera capturarlo, tendría garantizado un viaje maravilloso.

Tal vez el hombre haya tenido, íntimamente, otras preferencias. Suele deslizar como un secreto su fascinación por “Revolver”, ese antecedente que admira por su minuto menos de grandilocuencia, por su no pretensión de obra cumbre. Pero el corazón le falla cuando llega la hora de los símbolos, y reconoce que cuando todo se hunda en el olvido, bastará el Sargento Pepper para dar testimonio de una música que tiñó la segunda mitad del siglo XX.

Ahora, al escucharlo por enésima vez, pero esta vez desde un moderno compact-disc, vuelve a sentir -como siempre- que es la primera. Todo está allí, intocado, mágico y misterioso. Las primeras experimentaciones con sintetizadores, el exquisito eclecticismo de los estilos, las armonías más complejas y más simples enroscadas en un trompo alucinatorio, con pedazos de grabaciones, gritos y susurros, con sonoridades inaudibles, con letras que cortan definitivamente el límite entre la realidad y el delirio, con juegos de palabras que se ríen de las palabras, con los músicos disfrazados de otros músicos que no existieron nunca.

Y que sin embargo están.

Hoy, 1º de junio, se cumplen 46 años de la edición de “La banda del club de corazones solitarios del Sargento Pepper”.

Happy Birthday, Marilyn!


lunes, 27 de mayo de 2013

Vincent Price: Estremecer con calidad


Llegó al género del terror tras una dilatada carrera. Vincent Price nunca quiso que se le recordara únicamente por sus papeles de malvado pero lo cierto es que los bordó, gracias a su voz y su aspecto de noble siniestro y decadente. Su galería de villanos ha pasado a la historia del cine de terror sin necesidad de recurrir al maquillaje, ya que le bastó la fuerza de su rostro para sembrar el escalofrío.

Fue uno de los pocos grandes “monstruos” del terror que no nació en el viejo continente, sino en Saint Louis (Missouri), aunque su aspecto y su cuidada dicción llevaron a muchos a pensar que Vincent Price era británico. Otro hecho que le diferenció de sus “rivales” por el título de “Rey del Terror” fue que su carrera no se centró en este género, sino que sólo una pequeña parte de sus más de cien películas buscaban estremecer al público.

Price hizo teatro, cine, radio, televisión, grabaciones e, incluso, recitales de lectura. Excelente crítico y coleccionista de arte, vio como esta pasión, favorecida por el ambiente culto que presidía su familia, surgía en él desde pequeño ya que contaba sólo doce años cuando adquirió su primera obra de arte y algunos más cuando sus padres lo llevaron a Europa para que conociera algunos de los más importantes museos del mundo.

Nacido un 27 de mayo de 1911, hijo de un fabricante de golosinas de la clase media alta y descendiente en línea directa del primer niño de las colonias nacido en Massachusetts, en 1933, Price se licenció en historia del arte en Yale y se trasladó a Nueva York donde se dedicó a la docencia. Desde allí viajó a Inglaterra para cursar estudios de Bellas Artes que finalizaría en 1935 cuando le aprobaron una tesis sobre el renacentista Alberto Durero. Convencido que nunca sería un buen pintor, cambió su vocación por la escena, y ese mismo año, gracias a unos amigos que le recomendaron, encontró su primer trabajo como actor en el melodrama "Chicago" en el que, paradójicamente frente a lo que sería su futura carrera, estaba del lado de la ley.

Su siguiente trabajo fue en la representación "Victoria Regina", en el papel de Príncipe Alberto. La obra pasó por Londres y llegó a Broadway y el éxito cosechado le abrió a Price las puertas del cine. Sus condiciones llevaron a la Metro a ofrecerle un contrato en 1937, sin embargo el actor decidió firmar para la Universal. El tiempo le haría arrepentirse de su elección. El debut llegó al año siguiente con "Service de Luxe" a las órdenes de Rowland V. Lee, el director que lo llevó a incursionar por primera vez en el género del terror, permitiéndole compartir cartel con dos de los actores más importantes de la compañía: Basil Rathbone y Boris Karloff.

La película en cuestión fue "The Tower of London" (La Torre de Londres, 1939), en la que Price encarnaba al Duque de Clarence. Después de filmar "The Invisible Man Returns" (El Regreso de el Hombre Invisible, 1940), continuación del clásico de James Whale, y un par de producciones de segunda fila, la Universal decidió no renovar el contrato del actor.

Todavía no era considerado una estrella y su altura (como le ocurrió a Chistopher Lee) le supuso alguna dificultad para trabajar con muchos de los “pequeños” actores de Hollywood. Finalmente firmó con la 20th Century Fox un contrato, similar al que mantuvo con la Universal, que le permitía seguir sus representaciones teatrales. Durante los seis años siguientes, Price realizó once películas en exclusiva para la Fox destacándose en algunos papeles memorables, como el de "Laura" (1944) de Otto Preminger. También en los años ‘40 comenzó su carrera radiofónica y durante algún tiempo le puso su voz al personaje de El Santo.

Cayendo en el lado oscuro

Fue precisamente en esta época cuando el actor comenzó a ganarse la imagen de galán perverso y malvado, que le llevó a interpretar sus dos primeros papeles protagonistas en 1946: "Shock" (El Susto) y "Dragonwyck" (El Castillo de Dragonwyck). La primera, fue una producción de bajo presupuesto en la que utilizó su poderoso magnetismo para interpretar a un psiquiatra que trata de volver loca a una paciente que le ha visto cometer un asesinato; la segunda, significó el debut de Joseph L. Mankiewicz. También participó en esa reunión de grandes monstruos que fue "Abbott and Costello Meet Frankenstein" (Abbott y Costello contra los Monstruos, 1947): en la última escena, se escucha su voz diciéndole a la pareja de cómicos: “Permítanme que me presente, soy el Hombre Invisible”. Un aporte muy particular.

Con Gene Tierney en "Dragonwick", 1946
Antes de renovarle el contrato la Fox también decidió dejarlo marchar, debido a que las exigencias económicas de Price habían subido considerablemente. Mientras las productoras se lo rifaban (participó en películas de la Metro, la Universal y RKO), tuvo tiempo de abrir, junto a su compañero George Mac Ready, una pequeña galería en Beverly Hills, con la intención de popularizar el arte. Para esta época también formó parte de algunos círculos de lectura, donde exponía su concepción del arte, y dió sus primeros pasos en la televisión. En lo personal, se divorció de Edith Barret, actriz con quien se había casado en 1938, y reincidió con la diseñadora de moda de la Paramount, Mary Grant, con la que le unía su afición por las bellas artes y la gastronomía.

Sin contrato fijo con ninguna productora, la calidad artística de la carrera de Price decayó, ya que la necesidad de trabajo le obligó a aceptar algunas producciones de escaso interés. Sin embargo, su posición en el género del terror se consolidó en 1953 con su trabajo en "House of Wax" (El Museo de Cera), film donde interpretó a un escultor desfigurado por un incendio que usa, en su museo de cera, los cadáveres de sus enemigos como base de sus figuras. La película, dirigida por A. de Toth, fue rodada bajo el sistema tridimensional y Price siempre cuestionó la elección del realizador, ya que le pareció poco oportuno contratar a un director tuerto para un film en 3-D.

Después de participar en algunas producciones menores del género del terror ("The Mad Magician" en 1954 y "The Story of Mankind" en 1957) y en "The Ten Commandments" (Los Diez Mandamientos) en 1956, realizó otro trabajo histórico en un nuevo clásico del terror: el hermano del científico que se convierte en un engendro, mezcla de hombre e insecto, en la primera versión de "The Fly" (La Mosca, 1958). Su fuerza interpretativa le convirtió en el protagonista del film y el éxito de la película permitió su continuación, en la que volvió a participar Price. Después llegarían interpretaciones a las órdenes del director William Castle, famoso por los trucos que preparaba en las salas de cine para sorprender y asustar al espectador. El fruto más importante de esta colaboración fue "House on Haunted Hill" (La Casa de la Colina Embrujada, 1958).

La cúspide: Corman, Price & Poe

Como Roderick Usher en "The Fall of
House of Usher", 1960
En 1960 comenzó una de las etapas más importantes dentro de la carrera del actor, al iniciarse la fructífera colaboración entre Price, la American International Pictures (AIP) y el productor y director Roger Corman, con Edgar Allan Poe como telón de fondo, adaptado por el guionista Richard Matheson. Corman había propuesto a la AIP realizar "The Fall of House of Usher" (La Caída de la Casa Usher), una película sin monstruos (el monstruo sería la propia casa), que permitiría abaratar los costos. Convenció a la productora y consiguió veinte días para el rodaje y 270 mil dólares de presupuesto, de los que una buena parte se destinaron a pagar los honorarios de Price. Corman estaba convencido que la presencia, la elegancia y la cultura del actor crearían la inquietud necesaria entre el público hacia el personaje de Roderick Usher. Vincent bordó su papel de barón atormentado y decadente.

Como pueden leer en este mismo blog (http://decinemusicayotrasyerbas.blogspot.com.ar/2013/01/roger-corman-e-poe-binomio-perfecto.html), el éxito de la película animó a la AIP a continuar explotando el filón Corman-Price-Poe. Cada nuevo film aprovechaba los decorados anteriores, lo que permitía ir mejorando el obsesivo universo de Poe. Así llegaron "The Pit and The Pendulum (El Pozo y el Péndulo, 1961), "Tales of Terror" (Historias de Terror, 1962), "The Raven" (El Cuervo, 1962), "The Haunted Palace" (El Palacio de los Espíritus, 1963), "The Masque of the Red Death" (La Máscara de la Muerte Roja, 1964) y "The Tomb of Ligeia" (La Tumba de Ligeia, 1965). Aunque existen críticos hacia esta serie (por repetitiva, por dejar de lado los relatos de Poe, o por cualquier otra razón), lo cierto es que el equipo funcionó a la perfección, se lograron obras originales y la serie permitió algunas de las mejores interpretaciones de la carrera de Price.

Durante aquellos años el actor alternó su trabajo con Corman con algunos de los papeles más flojos de su carrera. Tan sólo podemos destacar "A Comedy of Terrors" (La Comedia de los Terrores, 1964), que reunió, a las órdenes de Jacques Tourneur, a los grandes “dinosaurios” del cine de terror: junto a Price participaron Boris Karloff, Basil Rathbone y Peter Lorre, en una excelente parodia del género, en la que un empresario de pompas fúnebres, acuciado por las deudas, decide buscar sus propios “clientes”. La colaboración de Price con Tourneur continuó en "City under the Sea" (La Ciudad Sumergida, 1965) y se habría extendido a un tercer trabajo, basado en el relato de H. G. Wells When the sleeper wakes, si no se hubiera producido el súbito fallecimiento del realizador.

Con Virginia North en "The Abominable Dr Phibes", 1971
A esa altura la identificación de Price con el terror era inmediata y los papeles se sucedían pero no siempre en películas que pudieran aportarle algo a su carrera como las muy regulares "The Oblong Box" (El Ataúd) y "Scream, Scream Again" (La Carrera de la Muerte), ambos títulos de 1969. El éxito volvió cuando a comienzos de los años ‘70 filmó "The Abominable Dr. Phibes" (El Abominable Doctor Phibes). Previamente, el actor se convirtió en una de las tantas estrellas que participaron en la serie Batman, el éxito de la televisión americana de aquellos años. Su caracterización de “El Cascarón” quedó para una antología de los villanos.

En 1973 llegó el que el propio Price manifestó en alguna ocasión que fue su mejor trabajo: "Theatre of Blood" (Teatro de Sangre). En él, Vincent da vida a Edward  Lionhart, un actor shakesperiano que, despreciado por los críticos, decide vengarse de ellos. Durante el rodaje entabló relación con la actriz Carol Browne, que se convertiría en su tercera esposa un año más tarde. Después de trabajar en "Madhouse" (1974), sus interpretaciones, fuera como dentro del género del terror, se fueron distanciando y tanto "The Monster Club" (El Club de los Monstruos, 1980) como "The House of the Long Shadows" (El Caserón de las Sombras Largas, 1983), eran intentos de seguir haciendo un cine de horror como el de antes.

El género había evolucionado hacia caminos más sangrientos, un estilo que, según palabras del actor “era muy violento e innecesario”. Además, a pesar de su cuidada realización técnica, para Price el nuevo cine de terror no tenía ni historia ni humor. A esto había que añadir que su avanzada edad ya no le permitía demasiadas alegrías, aunque no le impidió, con más de setenta años, viajar a Venecia para mantener su afición culinaria y aprender la cocina típica del norte de Italia.

Con Diana Rigg (la Emma Peel de la serie
Los Vengadores) en "Theatre of Blood", 1973
En cualquier caso, su voz seguía en plena forma y la aportó para películas de dibujos animados como "The Great Mouse Detective" (Basil, el Ratón Superdetective, 1985) o en el homenaje que le rindió Tim Burton en su corto "Vincent", sobre un niño obsesionado con el actor. El propio Burton dirigió a Price en su última aparición cinematográfica: "Edward Scissorhands" (El Joven Manos de Tijeras, 1990). Con casi ochenta años, encarnó al creador de una criatura tierna e ingenua que muere antes de concluir su obra. Desde entonces, pocas veces abandonó su casa de Sunset Hills, sobre todo tras el fallecimiento de su esposa en 1991. El 25 de octubre de 1993, a pocos días de una nueva fiesta de Halloween, Vincent Price murió en Los Angeles.

Estuvo orgulloso de interpretar una amplia galería de villanos, de los que pensaba que eran los verdaderos creadores del suspenso y en los que se basaba el drama pero también los más divertidos de encarnar. Llegó al cine como tantos otros actores teatrales: por su voz; pero, como él mismo confesó, para triunfar en el género de terror “era necesario tener una voz profunda... y lo más importante: una risa diabólica”. Ambas, sumadas a sus naturales condiciones interpretativas, lo convirtieron en algo más que una estrella del horror en esas películas de terror de bajo presupuesto con las que acabó viéndose asociado. Es  innegable que logró colocarse a la altura de las más grandes estrellas del género y que lo hizo sin maquillajes, películas de primera categoría o el respaldo de un gran estudio.

Price, descubierto con admiración por las nuevas generaciones que se asoman al cine de terror, deleitó a los fans con su variedad única e inimitable de la villanía cinematográfica: llevó a cabo sus despreciables acciones con perversa astucia y un claramente perceptible brillo burlón en la mirada que indicaba a su público que él también estaba compartiendo esa diversión tan reprochable y llena de miedos.

Venerado Vincent

El Príncipe Próspero de "The Mask of
the Red Death", 1964
• Al igual que ocurre con la gran mayoría de villanos cinematográficos, el verdadero Vincent Price era muy distinto a la imagen que el público se había hecho de él. En una ocasión declaró a la revista Photoplay : “Lo que más me gusta interpretar es comedia... ¡incluso la más exagerada! Me encanta reír y pasarlo bien. Supongo que en el fondo de mi corazón soy un cómico nato, pero aunque al comienzo de mi carrera interpreté muchos papeles cómicos, parece ser que mi constitución y mi aspecto general no encajan demasiado bien con las payasadas realmente locas que me gustaría hacer, así que he de contentarme “exagerando” un poco algunas de mis interpretaciones más macabras”.

• Invitado en 1990 al Weekend of Horrors organizado en Estados Unidos por la revista Fangoria, Price reconoció que el gran atractivo de trabajar en películas de terror residía en el público que gusta de ellas: “Y cuando están hechas con la imaginación que Roger Corman invirtió en ellas a la gente le encantan. Son como los cuentos de hadas... Poseen una cualidad irreal, y sin embargo son reales. Te asustan y gritás, y luego te reís de vos mismo. Resultan muy divertidas”.

• Después de su debut cinematográfico, en 1938, con la película Service De Luxe, la revista Variety comentó: “Hasta este momento, Price era totalmente desconocido para el público que va a los cines, pero ha empezado con muy buen pie y puede que llegue muy arriba”.

• En 1978 Price declaró a la revista Esquire: “A principios de los años cuarenta, entre película y película, continué trabajando en teatro. Tuve la oportunidad de interpretar al malvado protagonista de la obra ‘Angel Street’, de Patrick Hamilton. Al finalizar la función, cuando salí a saludar delante del telón el público me silbó y comprendí que por fin había encontrado mi lugar”.

• Alguna vez Price comentó que "Laura", el film de misterio que rodó para la Fox en 1944, había sido una de las mejores películas de toda su carrera pero que si tuviera que escoger una sola película suya para salvarla de la desaparición esa sería "Dragonwyck", un drama gótico también producido por la Fox en 1946: “El de Dragonwyck era un papel muy difícil de interpretar, porque se trataba de un loco, un monomaníaco, pero él no lo sabía y eso hizo que interpretarlo supusiera todo un desafío”.

Junto a Tim Burton (izq.) y Jhonny Depp,
durante la filmación de "Edward Scissorhands", 1990
• Sus impresionantes interpretaciones en "House of Usher" y "Pit and the Pendulum" se cuentan entre las mejores de la carrera de Price. Comentando con un periodista del diario The Guardian sus trabajos basados en los relatos de Edgar Allan Poe, Price aseguró en 1973: “Quizá no sea el típico personaje de Poe, pero siento una gran simpatía hacia esa clase de personas solitarias y meditabundas. Me resultan muy comprensibles, y entiendo muy bien esa indefinible cualidad sureña y de Nueva Inglaterra que hay en Poe”.

• En 1982, Vincent Price dejó su impresión sobre el nuevo cine de terror: “Las películas de terror actuales no me gustan nada. Me niego a trabajar en ellas. Son pura y sencillamente bestiales y horrendas y, para ser franco, no las entiendo”.

• Algunas películas, como "El Cuervo" o el episodio 'El Gato Negro' del film "Tales of Terror", revelaron su talento para parodiar la imponente imagen cinematográfica que se había creado. “Casi todo me resulta divertido -dijo una vez Price-, especialmente mi propia persona. En cuanto empiezo a tomarme muy en serio no puedo contener las carcajadas”.

• A pedido de Michael Jackson, Price proporcionó la narración estilo rap del álbum y el video Thriller del cantante norteamericano. A propósito de ese trabajo el actor comentó: “Mis amistades pensaron que me había vuelto loco, pero siempre me han gustado los experimentos”.

Filmografía seleccionada

The Tower of London (La torre de Londres, 1939)
Laura (1944)
Leave her to heaven (Que el cielo la juzgue, 1945)
Dragonwyck (El castillo de Dragonwyck, 1946)
The Three Musketeers (Los tres Mosqueteros, 1948)
House of Wax (El museo de cera, 1953)
The Ten Commandments (Los Diez Mandamientos, 1956)
The Story of Mankind (La historia de la humanidad, 1957)
The Fly (La Mosca, 1958)
House on Haunted Hill (La casa de la colina embrujada, 1958)
Return of the Fly (El retorno de la mosca, 1959)
The Fall of the House of Usher (La caída de la Casa Usher, 1960)
Pit and the Pendulum (El pozo y el péndulo, 1961)
Tales of Terror (Historias de terror, 1962)
The Raven (El cuervo, 1963)
The Mask of the Red Death (La máscara de la Muerte Roja, 1964)
Tomb of Ligeia (La tumba de Ligeia, 1965)
The abominable Dr. Phibes (El abominable Dr. Phibes, 1971)
Theatre of Blood (Teatro de sangre, 1973)
The Monster Club (El club de los monstruos, 1980)
The Whales of August (Las ballenas de agosto, 1987)
Edward Scissorhands (El joven Manos de Tijeras, 1990)