miércoles, 27 de agosto de 2014

Los locos de la terraza: 94 años del nacimiento de la radio argentina


“Una audición llovida del cielo. Parsifal a precios popularísimos", tituló el diario La Razón aquel 28 de agosto de 1920. Era una crónica firmada por el crítico de música Miguel Mastrogiani que informaba así de un hecho inédito no sólo en nuestro país sino también en el mundo: la realización de la primera transmisión radial, desde el teatro Coliseo cuando, en directo, se emitió la ópera Parfisal, de Wagner, con dirección de Félix Weingartner y la interpretación de la soprano argentina Sara César y el barítono Aldo Rossi Morelli. “Anoche una onda sonora onduló vermicular, de las 21 a las 24, por el espacio, como cubriendo con su sutil celaje de armonías -las más caprichosas, ricas, grávidas de nobles emociones-, la ciudad entera", escribió, poético, Mastrogiani.

Enrique Susini, Miguel Mujica, César Guerrico
y Luis Carranza. Los "locos de la azotea".
El responsable de la transmisión fue el médico Enrique Telémaco Susini, un radioaficionado que un año antes había estado en Francia, interesado por los equipos transmisores utilizados por el ejército francés para las comunicaciones entre los frentes durante la Primera Guerra Mundial. De ese material, Susini trajo a Buenos Aires algunas válvulas Pathé, con las que armó un precario pero eficiente equipo. Junto a sus tres amigos -César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, a quienes luego se los llamó "Los locos de la terraza"- fueron los responsables de la primera transmisión radial del mundo. Aquel 27 de agosto de 1920, entre las 21 y la medianoche, nació la maravillosa historia de la radio.

Señoras y señores: la sociedad Radio Argentina les presenta hoy el festival sacro de Ricardo Wagner, Parsifal, con la actuación del tenor Maestri, la soprano argentina Sara César, todos bajo la dirección de Félix Von Weingarten, secundado por el coro y orquesta del teatro Constanzi de Roma”, dijo por aquel entonces Susini y marcaba un hito en la historia de la radiofonía mundial.

Aquella noche, pocos minutos después de las nueve, unas cincuenta personas -además de los tripulantes de un barco anclado en el puerto de Santos, en Brasil- escucharon Parsifal en las pocas radios de galena que existían. El presidente Hipólito Yrigoyen comentó: “Cuando los jóvenes juegan a la ciencia es porque tienen el genio adentro”.

La emisión de Parsifal fue una de las tantas transmisiones radiales que por ese entonces se realizaban en forma experimental tanto en la Argentina como en otras partes del mundo. Sin embargo, se la puede calificar de “la primera" en el sentido de que se trató de la transmisión de una obra artística completa e inauguró la regularidad y sistematización en el servicio. Ninguna de las dos condiciones se habían producido todavía. Recién el 2 de noviembre de 1920 se emitió en los Estados Unidos el primer programa de radio, que difundió desde Pittsburg los resultados de las elecciones presidenciales.

Enrique Susini y sus tres amigos eran verdaderos personajes. Un mes después de la primera transmisión, y finalizadas las funciones del teatro Coliseo, realizaron emisiones especiales en las que, además de ser el speaker, Susini cantaba en castellano, francés, alemán, italiano y ruso. Para disimular un elenco tan reducido, se cambiaba de nombre para cada idioma.

Un año después de aquella noche de Parsifal, Radio Argentina ya transmitía regularmente desde varios teatros de la ciudad. El 12 de octubre 1922 se realizó la primera emisión radiofónica de la asunción de un presidente argentino: Marcelo Torcuato de Alvear. La Radio Argentina de Susini también fue pionera en otros aspectos: fue la primera en propalar un noticiario, formar un equipo de locutores y ser inscripta como empresa en un registro internacional, al obtener la primer patente de marca en su tipo anotada y reconocida por la UIT en todo el mundo. En 1922, la antena se trasladó a la terraza de la casa de remates de Guerrico y Williams, en Carlos Pellegrini al 1000.

Haciendo la radio


Radio (definición esencial): frecuencia basada en una antena, un receptor y una batería infinita de sonidos. Ahora bien, tanta economía de palabras (y medios) podría llegar a ser confundida con la presunta pobreza del medio en sí, sobre todo en estos tiempos que vivimos, signados de sofisticación tecnológica. Por lo demás, el reinado inacabable de la televisión y la prensa gráfica, parece relegar el perfil de esa cajita misteriosa que se nos hace desprovista de identidad propia.

Pero la fuerza de la radio no se palpa sólo a través de frías mediciones. Quienes conducen (o, como en mi caso, han conducido) un programa radial, preferimos –ante todo– la prueba de amor de las cartas o los llamados telefónicos en el acto. Sin ellos, nos sentimos perdidos, porque el nuestro es el producto más desestructurado de todos: se termina de armar en la cabeza y en el corazón de los oyentes. Este componente emocional es propio de esa radio que se comporta como nuestra pareja: con ella nos levantamos, nos bañamos, tomamos el desayuno, viajamos, almorzamos y, naturalmente, nos acostamos.

La radio también ha sido señal de complicidad y fuerza de ánimo, en los años de miedo y mordaza, cuando bastaba girar el dial bien al costado y escuchar, desde Colonia, la verdad que aquí se nos negaba. Y, sobre todo, la radio es esa voz que nos nutre de sueños y esperanza, aún en los momentos más oscuros y desolados de la noche, cuando gracias a la radio, los oyentes se sienten menos solos a la madrugada.

Desde fines de la década del ’80 para acá, la radio se extendió todavía más gracias a la aparición de cientos y cientos de estaciones de frecuencia modulada de baja potencia, también conocidas como “libres”, “comunitarias”, “alternativas” o “truchas”, dependiendo cada definición del color del cristal con que se las mira. Sumadas todas, ocupan un buen porcentaje de la audiencia total, muchas veces más alto de lo que los medios “grandes” (o sea los monopolios de la comunicación) nos quieren hacer creer.

Pero al final… ¿qué somos?

La experiencia de las radios comunitarias arranca en América Latina a mediados de los años ’70, impulsada en la mayoría de los casos por comunidades de la Iglesia Católica de algunos países que supieron ver en este medio una herramienta importante en la lucha por la liberación de los pueblos. Perú, Bolivia, El Salvador y, sobre todo, Brasil, fueron los primeros en sostener esta iniciativa que pronto se extendió por el resto del continente.

En nuestro país, el auge de las radios de baja potencia se dio, como ya dije, a fines de los años ’80. Así, entre 1988 y 1992, las FM se instalaron a lo largo y ancho del país y, sin ser absolutamente conscientes de ello, comenzaron a sacudir los cimientos de los poderosos medios radiales, únicos y privilegiados dueños del espectro radial y de las posibilidades de explotación económica que el mismo ofrecía.

Con la llegada de las FM, los micrófonos y el “aire”, comenzaron a ser ocupados por voces desconocidas, dueñas de un lenguaje diferente y, en muchísimos casos, verdaderamente alternativo. Vecinos que salían al aire para dar a conocer los problemas de su comunidad, grupos que trabajaban en lo social y político sin otra intención que la de ayudar a sus semejantes y –por lo mismo– alejados del poder (económico y del otro), miembros de diversas etnias, hombres, mujeres, jóvenes… Aquellos que nunca eran tenidos en cuenta por las noticias se encontraban –de pronto– frente a la posibilidad de generar ellos mismos la comunicación y de poder hacerlo desde otra perspectiva.

Estas radios eran libres porque no respondían al dictado de nadie, a ningún poder; estas radios eran comunitarias porque reflejaban los sentimientos, las luchas, las aspiraciones y los sueños de una comunidad; finalmente, eran alternativas porque los espacios comunicacionales estaban puestos al servicio de la gente, la producción de los programas se presentaban como una opción a los formatos conocidos y, del mismo modo, el “manejo” del medio era encarado desde una perspectiva distinta, no mercantilista: autogestión, cooperativas, etc.

Pero el gran cambio estaba dado en que los “actores” de las noticias, los generadores de la información, eran otros: los que hasta entonces habían sido sistemáticamente ignorados o silenciados. Las radios alternativas pusieron el manejo de la información en manos del pueblo. Esto era algo peligroso para los grupos de poder que no demoraron en denostar al nuevo fenómeno, endilgándole un nombre que prendió en buena parte de la sociedad. Para ellos, las radios alternativas no eran otra cosa que radios “truchas”.

Ascenso, caída… y vuelta a empezar

Hoy, lamentablemente, la situación ha variado de manera sustancial. Para empezar, no fueron pocas las radios de baja potencia que han desaparecido, y no es menor la responsabilidad que le cabe a los continuos vaivenes económicos que venimos soportando desde hace tantos años. Pero no podemos ser tan miopes y echarle la culpa sólo a la situación económica.

Muchas de las radios de baja potencia han perdido el rumbo desde hace un tiempo largo. Y quiero mencionar algunos puntos que han tenido que ver con la debacle:

- El renunciar a lo “alternativo”. Muchas radios de baja potencia comenzaron a copiar los formatos de las radios grandes con la errónea idea de que eso les llevaría a conseguir más publicidad. Muchos adhirieron a la vieja idea de que “las FM están para pasar música” y renunciaron a lo más distintivo, aquello que sostenía el vínculo entre el medio y los oyentes.

- El abandonar lo “comunitario”. La brújula ya no marca el norte de la sociedad. Muchas veces, los problemas de la comunidad quedan relegados o, lo que es peor, no son informados para no indisponerse con los hombres que representan el poder en cada localidad. No es un secreto que la vida económica de muchas radios de baja potencia está atada al dinero que le puedan bajar desde un municipio, gobernación o partido político. Dinero que llega –en algunos casos– no como “publicidad oficial” sino como mordaza para comprar silencio. Demás está aclarar que ya no puede hablarse de radios “libres”.

- La necesidad de conseguir dinero para sostener la radio llevó a que se vendieran espacios sin importar ni la calidad de los programas que se ofrecen ni la idea de comunicación que tienen los que están al frente de ellos.

- Personas que teniendo la posibilidad económica de instalar una FM de baja potencia, lo hacían sólo con un interés mercantilista. Para estos señores, la radio no era más que un negocio, una posibilidad cierta de hacer plata, a través de la comercialización de publicidad o la venta indiscriminada de espacios.

- Dueños o directores de radio que no tienen la más mínima idea de qué significan las palabras “medio de comunicación” y “servicio”.

Pero el panorama no es completamente negro. Muchas radios de baja potencia siguen bregando por no arriar las banderas que supieron levantar años atrás y la aparición de las radios "on line" le han dado un nuevo impulso al medio así como también permiten la aparición de nuevas voces . Si bien es cierto que “el camino es árido y desalienta”, no lo es menos que “se hace camino al andar”.

El País de la Radio

Hugo Guerrero Marthineitz y Juan Alberto Badía.
A ellos les debo mi amor por hacer (y escuchar) radio
La multiplicación de frecuencias y programas –en los que las denuncias telefónicas, los saluditos y el pedido de temas musicales se cruzan en alegre ensalada– no siempre se traduce en una comunicación verdaderamente igualitaria, aquella donde los mensajes funcionan tanto de ida como de vuelta. La sola mención de la palabra oyente, por caso, remite a una actitud pasiva, meramente receptora.

En su Teoría de la Radio, Bertolt Brecht anticipó la posibilidad de que la radio se convirtiera en “el más fabuloso aparato de comunicación imaginable en la vida pública”, solo que “ese sistema fantástico de canalización lo sería realmente si supiera en el futuro no solamente transmitir sino también recibir. Por tanto, no sólo oír a quien está escuchando sino también hacerlo hablar, darle lugar y no aislarlo”.

Ese fantástico actor norteamericano llamado Sam Shepard contó alguna vez: “Conocí a un guitarrista que decía que la radio era su ‘amiga’. Se sentía emparentado con la música como con la voz de la radio. Su carácter sintético. Su capacidad para transmitir la ilusión de personas a grandes distancias. Dormía con la radio. Creía en un Lejano País de la Radio. Creía que jamás encontraría ese país, de modo que se conformaba con limitarse a escucharlo. Creía que había sido expulsado del País de la Radio y estaba condenado a rondar eternamente por las ondas, buscando una emisora mágica que le devolviera la herencia perdida”.

Aquel futuro al que aludía Brecht ha llegado aquí con sus carencias y sus haberes. Lejos de récords y manías de grandeza, la radio de ayer y de siempre “ataca” más desde su condición de confiable y fiel compañera de camino que desde los oficios del rating o la vanguardia tecnológica.

martes, 26 de agosto de 2014

Cortazar, cien años...

Un texto de Julio Cortázar, de quien se cumplen, hoy, 100 años de su nacimiento.


Progreso era el de antes
Por Julio Cortázar

Los niños son por naturaleza desagradecidos, cosa comprensible puesto que no hacen más que imitar a sus amantes padres, así los de ahora vuelven de la escuela, aprietan un botón y se sientan a ver el teledrama del día, sin ocurrírseles pensar un solo instante en esa maravilla tecnológica que representa la televisión. Por eso será inútil insistir ante los párvulos en la historia del progreso científico, aprovechando la primera ocasión favorable, digamos el paso de un estrepitoso avión a reacción, a fin de mostrar a los jóvenes los admirables resultados del esfuerzo humano.

El ejemplo del “Jet” es una de las mejores pruebas. Cualquiera sabe, aun sin haber viajado en ellos, lo que representan los aviones modernos: velocidad, silencio en la cabina, estabilidad, radio de acción. Pero la ciencia es por antonomasia una búsqueda sin término, y los “Jets” no han tardado en quedar atrás, superados por nuevas y más portentosas muestras del ingenio humano. Con todos sus adelantos esos aviones tenían numerosas desventajas, hasta el día en que fueron sustituidos por los aviones de hélice. Esta conquista representó un importante progreso, pues al volar a poca velocidad y altura el piloto tenía mayores posibilidades de fijar el rumbo y de efectuar en buenas condiciones de seguridad las maniobras de despegue y aterrizaje. No obstante, los técnicos siguieron trabajando en busca de medios de comunicación aun más aventajados, y así dieron a conocer con breve intervalo dos descubrimientos capitales: nos referimos a los barcos de vapor y al ferrocarril. Por primera vez, y gracias a ellos, se logró la conquista extraordinaria de viajar al nivel del suelo, con el inapreciable margen de seguridad que ello representaba.

Sigamos paralelamente la evolución de estas técnicas, comenzando por la navegación marítima. El peligro de los incendios, tan frecuente en alta mar, incitó a los ingenieros a encontrar un sistema más seguro: así fueron naciendo la navegación a vela y más tarde (aunque la cronología no es segura) el remo como el medio más aventajado para propulsar las naves. Este progreso era considerable, pero los naufragios se repetían de tiempo en tiempo por razones diversas, hasta que los adelantos técnicos proporcionaron un método seguro y perfeccionado para desplazarse en el agua. Nos referimos por supuesto a la natación, más allá de la cual no parece haber progreso posible, aunque desde luego la ciencia es pródiga en sorpresas.

Por lo que toca a los ferrocarriles, sus ventajas eran notorias con relación a los aviones, pero a su turno fueron superados por las diligencias, vehículos que no contaminaban el aire con el humo del petróleo o el carbón, y que permitían admirar las bellezas del paisaje y el vigor de los caballos de tiro. La bicicleta, medio de transporte altamente científico, se sitúa históricamente entre la diligencia y el ferrocarril, sin que pueda definirse exactamente el momento de su aparición. Se sabe en cambio, y ello constituye el último eslabón del progreso, que la incomodidad innegable de las diligencias aguzó el ingenio humano a tal punto que no tardó en inventarse un medio de viaje incomparable, el de andar a pie.

Peatones y nadadores constituyen así el coronamiento de la pirámide científica, como cabe comprobar en cualquier playa cuando se ve a los paseantes del malecón que a su vez observan complacidos las evoluciones de los bañistas. Quizá sea por eso que hay tanta gente en las playas, puesto que los progresos de la técnica, aunque ignorados por muchos niños, terminan siendo aclamados por la humanidad entera, sobre todo en época de las vacaciones pagas.

martes, 19 de agosto de 2014

Woodstock: Aquellas tribus


«Una reunión de las tribus». Ese fue el secreto imán de los festivales que proliferaron hasta 1972. No se acudía a ellos por la música, sino buscando un espíritu comunitario, la embriagadora sensación de ser multitud unida en el rechazo al resto de la sociedad y paladear una vida diferente.

Antes de Woodstock hubo otras reuniones: Monterrey, Newport, Miami, Atlanta, Atlantic City. Pero fue ese festival -celebrado realmente en Bethel, otro pueblo del estado de New York- el que creó el mito y el modelo. Desbordando las previsiones de sus organizadores, aguantando todo tipo de incomodidades, convergieron en Woodstock 400 mil personas durante los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969.

Woodstock fue Janis Joplin y Jimmy Hendrix y el soberbio Roger Daltrey de The Who. Woodstock fue Joe Mc Donald y Dirty Sly and the Family Stone fumándose con otras cientos de miles de personas. Woodstock fue Joe Cocker, con el cuerpo doblado como un espantajo pero cantando como Ray Charles. Woodstock también fue Joan Baez, esposa de un antimilitarista que no se cansaba de predicar la no-violencia. Woodstock fue lluvia y barro, soldados disfrazados y policías que dejaban las pistolas y se ponían a preparar salchichas para unos hippies hambrientos.

Todos dicen que Woodstock fue maravilloso, aunque la mayoría tuvo que enterarse de lo que pasó allí gracias a los discos y el documental posteriores. Para entonces, todos los presentes ya sabían que habían hecho historia: los medios de comunicación se desconcertaron ante aquel espectáculo y respetados comentaristas intentaron explicar qué había ocurrido en América para que sus hijos aplaudieran a rabiar a Joni Mitchell cuando la cantante gritó: «Somos polvo de estrellas, somos de oro y tenemos que lograr regresar al jardín.»

En Vietnam se mataban y en París quedaba el rescoldo de las hogueras de mayo que proclamaban «La imaginación al poder», y entonces en el campo de Woodstock se cantaron las dos palabras definitivas: Amor y Paz. De pronto y por tres eternos días destinados a los manuales de historia, ese vasto y embarrado campo germinó con extrañas semillas: piedras de collares cortados, pelo hasta la cintura y dedos en V, restos de grass, huellas de amor hecho al aire libre, ropas del Oriente y minúsculos anteojos negros y azules. «Sí, fueron tres extraordinarios días de lluvia y de música. - Comentó una vez Joan Baez. - No creo que haya sido una revolución. Más bien fue un reflejo de los años sesenta. Con mucho color y mucho barro.»

Los festivales permitieron escapar a la rutina diaria y -aunque sea brevemente- sentirse parte de un movimiento alternativo. Woodstock quedó entronizado como una visión de la nueva sociedad, pero su paradisíaca concepción se hizo añicos sólo un par de años después: el otoño del sueño hippy y la antipatía de las autoridades dieron el portazo a uno de los movimientos contraculturales más importantes de este siglo.

Es difícil que haya otro Woodstock, aunque vale la pena el recuerdo. Porque, con todo su barro y toda su gloria, pertenece a los años sesenta. Aquella época escandalosa, añorada, exaltada, trágica, loca, de barbas y collares, que se fue para no volver.