Dos hermanas que viven aferradas a sus glorias pasadas, un solitario y decadente caserón, actos macabros y una historia malsana que no es lo que parece. Y Bette Davis y Joan Crawford haciéndose daño en un ambiente opresivo y demencial. ¿Quién dijo que la sangre tira?
No era bonita, ni siquiera lucía un físico impactante, pero tenía una fuerte personalidad y un talento interpretativo fuera de lo común. Con su voz ronca, sus ojos saltones, sus ademanes imperiosos y esa boca tan carnosa como inquietante, marcó toda un época. Fue la gran excepción. Rompió el antiguo molde de las estrellas femeninas, le importaron un cuerno los requisitos formales más imprescindibles que imperaban por entonces en Hollywood (belleza física y glamour) y demostró que una gran actriz también podía reinar en un lugar donde las piernas contaban más que el talento. A su muerte dejó un legado impresionante: ochenta películas, diez nominaciones (marca únicamente superada por Katherine Hepburn) y dos Oscar. Se llamaba Bette Davis, y sin ella el cine no sería hoy lo que es. Como muy bien expresó Joseph L. Mankiewicz, en su tumba debería escribirse como epitafio: “Hizo siempre lo más difícil”.
Su estilo interpretativo estaba marcado por la desmesura. Daba la impresión de que no podía encarnar a una mujer como las otras, salvo con gran esfuerzo. Bette personificó en la pantalla el tipo de mujer fuerte, dominante, sin escrúpulos, incluso cruel. De ella se decía que “cuando es buena es maravillosa y cuando es mala, mejor”. Tenía, según la definieron en cierta ocasión, “los andares de una leona enjaulada, el instinto de una loba y la voracidad de una araña viuda negra”. Su talento para la histeria y su propensión al histrionismo la convirtieron en la más desalmada, destructiva y pasional de todas las malvadas que ha ofrecido el cine.
Pero, ¿era mejor, en efecto, Bette Davis cuando era mala que cuando era buena? Aquí caben opiniones para todos los gustos. Pero, lo cierto, es que sus personajes más memorables o eran absolutamente perversos (como la cruel Regina de La Loba o la viperina Leslie de La Carta) o tenían, cuanto menos, un barniz de maldad encantadora. ¿O es que era buena la inolvidable Margo Chaning de Eva al Desnudo? La cereza a su leyenda de “arpía del cine” la puso Baby Jane, el personaje más excesivo, enloquecido y vulnerable de todos. Un papel que surgió de la forma más sorprendente.
El director, a quien un sector de la crítica francesa había calificado como “el símbolo del cine norteamericano de posguerra”, remedió la situación ofreciendo a la actriz uno de los papeles protagonistas de What ever happened to Baby Jane? (¿Qué sucedió con Baby Jane?), un film de exiguo presupuesto, con pocos decorados y escasos personajes. Aldrich era un cineasta de reconocido talento, un excelente narrador y, sobre todo, un productor muy astuto. Apenas leyó la novela de Henry Farrell reconoció el inmenso potencial del tema y, como no quería intromisiones en su labor, decidió producir la película con su propia compañía, Associates & Aldrich, fundada para asegurarse su independencia.
Aldrich contrató al guionista Lukas Heller para realizar la adaptación cinematográfica y tuvo la genial idea de enfrentar a Bette Davis con otro monstruo sagrado en declive, ni más ni menos que Joan Crawford. Pese a su legendaria rivalidad, las dos actrices no dudaron en reunirse ante la cruel mirada del director para encarnar a dos singulares hermanas que se dedican a torturarse mutuamente. Tan deseosa estaba Bette de hacerse con el papel, que incluso aceptó firmar un contrato irrisorio (25 mil dólares) a cambio de cobrar un porcentaje en los beneficios de taquilla. Un riesgo que le proporcionó la nada despreciable suma de un millón de dólares.
Amores que matan
La acción del film giraba en torno a la truculenta relación que mantienen dos hermanas que viven aferradas al recuerdo de su glorioso pasado en el mundo del espectáculo. Baby Jane es una vieja arpía alcohólica y trastornada, todo lo contrario que Blanche, una inválida relativamente bien educada y confinada a una silla de ruedas. Ambas fueron actrices -la primera una estrella infantil del teatro; la segunda, una destacada actriz cinematográfica-, y ambas vieron truncadas sus carreras -la primera al envejecer; la segunda por un accidente-. Ahora viven aisladas del mundo en un solitario caserón. Cuando Jane descubre que su hermana, a quien cree paralítica por su culpa, pretende vender la casa y recluirla en un sanatorio, comienza a torturarla con actos macabros, encerrándola en su habitación, ocultándole cartas de sus admiradores y hasta colocando una rata en su bandeja de comida. Pero, como no todo es lo que aparenta, a la larga se verá quién castiga más a quién.
La película añadía al género de terror una despiadada exhibición de la decadencia que transforma en seres espectrales a grandes divas del Hollywood de antaño. Aldrich tenía en sus manos una bomba de tiempo: dos actrices que sufrían en carne propia la vejez y el olvido. Afortunadamente, el director supo controlar con sabiduría a las dos estrellas, que no se llevaban excesivamente bien ni dentro de la película ni fuera de ella, y la sangre no llegó al río. Pero no pudo evitar que en algunos momentos saltaran chispas.
La película fue uno de los mayores éxitos del año y relanzó las carreras de ambas estrellas, que encontraron en el nuevo ciclo de cine de terror que se avecinaba un campo abonado para sus morbosos excesos histriónicos, tan certera y oportunamente recuperados por Aldrich. Bette Davis obtuvo su décima nominación para el Oscar, pero, aunque se presentaba como una de las grandes favoritas, fue derrotada en la recta final por Anne Bancroft. No obtener esa tercera estatuilla llegaría a ser una de las grandes decepciones de su vida.
Ejemplo de un cine lleno de recursos inteligentes, dispuestos y utilizados con rigor dramático y excelente técnica, What ever happened to Baby Jane? es un sórdido relato -a medio camino entre el melodrama y el relato de suspenso con derivaciones hacia el terror- filmado en un decorado vetusto y poblado de fantasmas interiores. Manejando con esmero y madurez los golpes de efecto, las figuras casi caricaturescas y las imágenes chirriantes, Aldrich devolvió al cine de terror el esplendor de tiempos pasados y reivindicó un género normalmente condenado a los bajos presupuestos y al consumo exclusivo de un público juvenil. El director jugó con habilidad con la decadencia de las dos actrices, identificando en la mente del público a los personajes. Y de esta manera, sin vacilar ante los efectos más gruesos y haciendo gala de una eficaz crueldad, el film acaba por convertirse en una desasosegadora reflexión sobre el mundo del espectáculo.
Por supuesto, para llevar el proyecto a buen puerto no se necesitaba de cualquier actor: sólo quien domina a la perfección el arte de la interpretación puede, vulnerando sus propios límites, caer en el exceso sin resultar patético. Convertida en una especie de Boris Karloff con faldas por un maquillaje grotesco, decrépita y reducida a una caricatura de sí misma, Bette Davis bordó con hilo de seda su personaje y demostró, cuando su carrera parecía acabada, que aún le sobraba talento para resucitar de sus propias cenizas. Su antigua rival en la Warner, Joan Crawford, elevó el duelo interpretativo a los límites de lo sublime. Transformada en su propio fantasma, la inolvidable protagonista de Johnny Guitar ofreció al público el reflejo, a veces aterrador, de su antiguo glamour. Fue la suya una interpretación de las que rompen el molde, un estremecedor trabajo en el que sólo utilizó la voz y la expresión de sus inmensos ojos, en los que podía leerse la angustia y el miedo.
De lo dicho se deduce que estamos ante una película de actrices, aunque hay un tercer personaje que media entre las dos mujeres. El nombre de este actor, Víctor Buono, sonará únicamente a un reducido grupo de cinéfilos. Buono realizó en esta cinta un sorprendente debut que le valdría la candidatura al Oscar al mejor actor secundario. Su insólita presencia, su estatura y su enorme peso le encasillaron después en papeles de malvado y duro. Lástima que la escasez de personajes realmente interesantes y su prematura muerte le impidieran adquirir el relieve que merecía su lunática personalidad.
La elección de Bette Davis y Joan Crawford se mostró como el mayor acierto del film. Es evidente que sin ellas no existiría, pero también es cierto que Aldrich supo darle un carácter muy especial. Dirigió con mano maestra a los actores, acentuó sus peculiares rasgos físicos y obtuvo, con su blanco y negro muy contrastado, una película excepcional que siempre se deja saborear con gusto, sobre todo por las geniales y delirantes interpretaciones de dos grandes damas de la pantalla. Estrellas hasta el último suspiro, mujeres indomables, soberbias actrices aún cuando aparecieran en la pantalla como seres grotescos.
What ever happened to Baby Jane? es el retrato más acabado de la resistencia tosuda que se puede poner contra el inexorable paso de los años; es el retrato de quien quisiera congelar la propia vida y reducirla a un periodo de la misma en que se fue grande, reconocido y bello.