domingo, 21 de diciembre de 2014
Cine 2015: más sagas y secuelas
Nuevamente, el 2015 estará repleto de grandes estrenos, secuelas, sagas y conclusión de franquicias. En este sentido, los films basados en comics, de aventuras y los de ciencia-ficción ocupan los lugares primordiales entre los más esperados del año. Estos son algunos de ellos.
"Ant-Man" es la adaptación del superhéroe del primer comic de Marvel, publicado en 1962. Armado con la asombrosa capacidad de reducir su tamaño a la vez que aumenta su fuerza, el estafador Scott Lang (Paul Rudd) debe sacar a relucir al héroe que lleva dentro y ayudar a su mentor, el Dr. Hank Pym (Michael Douglas), a proteger de una nueva generación de amenazas su secreto.
Marvel Studios también presentará en 2015 la esperada secuela de "The Avengers" (Los Vengadores), cuando el director Joss Whedos de a conocer al mundo "The Avengers: Age of Ultron". Robert Downey Jr. (Iron Man), Chris Evans (Capitán América), Chris Hemsworth (Thor), Mark Ruffalo (Hulk), Scarlett Johansson (Black Widow), Jeremy Renner (Eyehawck), Samuel Jackson (Nick Fury) y Cobie Smulders (la agente de S.H.I.E.L.D. María Hill), conforman el equipo de súper héroes que deberá unir fuerzas para derrotar a Ultrón, un aterrador villano tecnológico que aspira a exterminar a la raza humana y que será interpretado por James Spader.
"Star Wars: Episodio VII", será el inicio de una nueva trilogía de la franquicia creada en los años '70 por George Lucas. Dirigida por J.J. Abrams (creador de las exitosas series Lost y Fringe y que se hiciera cargo hace unos años del retorno al cine de la saga Star Trek), estará ambientada 30 años después de "El regreso del Jedi", con Harrison Ford (Han Solo), Mark Hamill (Luke Skywalker) y Carrie Fisher (la princesa Leia) repitiendo los papeles que los consagraron hace tantos años. Sólo cabe esperar que "Star Wars Episodio VII: El despertar de la Fuerza" esté a la altura de las expectativas.
También Arnold Schwarzenegger vuelve para repetir uno de sus personajes más famosos en "Terminator 5: Genesis", bajo la dirección de Alan Taylor (responsable de "Thor: Un mundo oscuro"). ¿De qué trata? Skynet, la computadora más terca e insistente en la historia, se vuelve a enfrentar a la rebelión de los humanos, quienes demostraron ser mejor que las cucarachas y sobreviven a lo que sea. Bueno, la idea básica es esa, la guerra de hombre versus la máquina. Emilia Clarke encarnará a Sarah Connor y Jason Clarke será John Connor, su hijo y héroe de la resistencia.
"Jurassic World" será la cuarta entrega de la saga donde el ser humano volverá a enfrentar a los temibles dinosaurios prehistóricos. Dirigida por Colin Trevorrow, la acción -según información filtrada por los estudios- se desarrollará en Isla Nublar (la de la primera película) que ha sido transformada en un parque temático, tal como la ideó originalmente John Hammond. Con 10 millones de visitantes al año ahora el parque es un lugar seguro e incluye un área con dinosaurios submarinos que forman parte de un espectáculo acuático en el que devoran tiburones blancos. Pero los problemas llegan cuando aparece una nueva forma de dinosaurio desconocida que es mucho más inteligente de lo que se pensaba. Chris Pratt y Bryce Dallas Howard serán los protagonistas principales.
Por su parte, el director Zack Snyder vuelve a dirigir a el Hombre de Acero en "Batman vs Superman". Basada en el comic The Dark Knight Returns, se anuncia como la primera película que reunirá a parte de la Liga de la Justicia, con la cual DC Comics piensa competir con el éxito conseguido por los films de Marvel. Henry Cavill (Clark Kent / Superman), Ben Affleck (Bruce Wayne / Batman) y Gal Gadot (Diana Prince / Wonder Woman) encabezan un elenco multiestelar junto a Jeremy Irons, Amy Adams, Laurence Fishburne y Holly Hunter.
Por último, 2015 nos traerá una nueva película del agente inglés con licencia para matar. Con el título provisorio de "Bond 24", será dirigida por Sam Mendes ("Skyfall") y protagonizada nuevamente por Daniel Craig. No se conocen todavía datos específicos de la trama.
lunes, 15 de diciembre de 2014
75 AÑOS DE GONE WITH THE WIND: El huracán escarlata
Ejemplo de interpretación femenina, pilar de muchas actrices que empiezan y reflejo de poderosa alimentación para las noveles que esperan ser regadas con aquella lejana luz del incendio de Atlanta, Vivien Leigh –impresionante actriz proveniente del mejor teatro inglés– le puso el cuerpo y el alma al personaje femenino que está considerado el más famoso de toda la historia del cine: la Scarlett O’Hara de "Gone with the wind" (Lo que el viento se llevó). Lo que sigue es un compendio de las razones que hacen que uno no pueda dejar de volver a ella una y otra vez.
UNO. La entrada al baile de Doce Robles. Scarlett penetra jovial, feliz, al centro del salón principal. Una sociedad conservadora viva y colorista se retrata cruda ante los ojos de nuestra heroína, los mismos que buscan con avidez de serpiente la figura de su amado Ashley… Una de esas miradas capaces de encender varias guerras civiles al mismo tiempo.
DOS. La fuerza que consigue sacar a su familia de la pobreza en la que la sumergió la Guerra de Secesión. Scarlett se enfrenta a ser ella misma y a demostrar su fortaleza frente al mundo que la condiciona. Dueña de una voluntad poderosa, es una sureña con el espíritu pragmático del Norte que no se deja seducir por los sueños de gloria de los caballeros del Sur. Y si bien vive enamorada del soñador, honorable y decadente Ashley (Leslie Howard), son su garra y hasta su rapacería esencialmente norteñas las que le permiten sobrevivir.
TRES. El temperamento y la sensualidad que muestra –especialmente– en la primera parte del film, donde se describen los años de esplendor de una familia sureña adinerada. Padres abnegados, hijas en la edad del pavo, petimetres de uniforme y esclavos negros sonrientes se mueven alrededor de la gran mansión de Tara, en una atmósfera de idílico entendimiento. Pero por sobre todos ellos, la presencia mágica de Scarlett iluminándolo todo…
CUATRO. El parto de Melanie: momento que actúa de bisagra en el comportamiento de Scarlett haciéndola aterrizar en forma definitiva en el mundo que le ha tocado en suerte. Pura carne, todo sentimiento, fuerza y humanidad… Esos minutos previos al parto, justo cuando espera impaciente a la sirvienta, mientras detrás de ella una Olivia de Haviland –eficaz como siempre– se debate entre el dolor y la angustia. Todo el personaje es más Scarlett que nunca y transmite una gama poco común de matices: angustia, egoísmo, humanidad, descontrol, autoridad… La tremenda valentía de los O’Hara explota, deslumbra y eclipsa todo lo demás…
CINCO. La coherencia de un alma femenina que no admite límites para alcanzar lo que se propone y que escandaliza a toda una sociedad que consideraba a la mujer como un objeto de bondad y belleza para exclusivo solaz de los hombres y la alegría de los hogares bien constituidos.
SEIS. El juramento debajo del árbol, en el crepúsculo de Tara y de la familia diezmada por la guerra: "A Dios pongo por testigo, a Dios pongo por testigo de que no lograrán aplastarme. Viviré por encima de todo esto. Y cuando haya terminado nunca volveré a saber lo que es el hambre. Ni yo, ni ninguno de los míos. Aunque tenga que estafar, ser ladrona o asesinar. A Dios pongo por testigo de que nunca volveré a pasar hambre…"
SIETE. Tiene a sus pies a todos los varones existentes en ciento cincuenta kilómetros a la redonda, mientras su corazón se derrite por el único hombre que (por la razón que fuere) le resulta inaccesible. Pero Scarlett puede adaptarse a todo y así atraviesa tres matrimonios, dos etapas de viudez y un abandono, hasta que finalmente entiende que su único y verdadero amor es su amada tierra de Tara.
OCHO. Esa misma adaptación que demuestra para sobrevivir. Puede hacer frente a un ejército que avanza y, con helada tranquilidad, atravesar de un balazo la cabeza de quien significa una amenaza para sus seres queridos. Su capacidad para rehacerse de la tragedia es única y la hace apta para desempeñar hasta sus últimas consecuencias el mejor papel femenino (con sus caídas de ojos y una oportuna lagrimita) y también para hacer el trabajo que la época le tenía reservado a los hombres.
NUEVE. Esos aires de señorita mimada y orgullosa que mantiene aún en los momentos más difíciles. La vida la endurece para salir adelante, pero no consigue cambiar su carácter. Siempre se hace evidente que es una O’Hara, la favorita de su padre, la heredera absoluta de Tara.
DIEZ. Las redecillas, los vestidos, los sombreritos… Aún cuando se viste con las cortinas de su vieja mansión está impecable y no pierde esa altura que supo convertirla en la joven más deseada por los caballeros sureños. Y esa manera de levantar el mentón…
ONCE. Ese aire de final feliz que amenaza tener la vida de Scarlett pero que no puede impedir la tragedia: la guerra, la muerte de sus padres, la muerte de su única hija y el dejar escapar al hombre de su vida, al único que la amó incondicional y ciegamente.
DOCE. La última escena, esa que nos deja con una pregunta que jamás podrá ser contestada. Abocada a postergarlo a su antojo, a enrostrarle su amor secreto por otro, Scarlett ve como Rhett toma sus pilchas y se cabrea de tanta humillación, mal que le pese a la arrepentida, condenada en ese minuto, en esa escena épica del final, a arrastrarse literalmente por los suelos, suplicando una nueva oportunidad. Clamando a los cuatro vientos que no será capaz de vivir sin él, que sin él se va a morir o a pegarse un tiro. A lo que el enorme Clark Gable responde con una frase emblemática, acuñada desde entonces en el museo de los procedimientos viriles: "Francamente, querida mía, me importa un bledo".
TRECE. Y entonces sí, la apoteosis. Dolido, contra su propio deseo, Rhett Butler se pierde en la niebla. Los ojos llorosos de Scarlett que se agrandan ante la seguridad del recuerdo de la tierra, de su Tara. Todo su rostro es reflejo de la fuerza interior de este enorme personaje de mujer. Su cuerpo de desploma en las enormes escaleras, sobre el rojo terciopelo. Y al momento de recordar la frase de su padre ("La tierra es lo único que vale la pena de trabajar y de luchar y hasta de morir por ella, porque es la única cosa que perdura."), Scarlett, más invencible que nunca, vuelve a levantarse por enésima vez y proclama: "¡Tara, es mi hogar, es mi casa! Ya encontraré alguna forma de hacerle volver… Pensaré sobre eso mañana, en Tara. Allá lo podré soportar. Mañana pensaré en una forma de recuperar a Rhett. Después de todo, mañana será otro día…"
Nunca sabré si Scarlett pudo o no recuperar a Rhett. Pero en realidad no importa. En el fondo, sé que vuelvo a ella esperando que pose en mí sus claros ojos verdes, que me deje tomarla por la cintura y que bailemos juntos alguna tonada sureña. Y que sea yo quien le ayude a volver feliz a Tara y vivir juntos ese mañana y todos los mañanas que la magia del cine nos permita soñar.
75 AÑOS DE GONE WITH THE WIND: El film eterno
Cumple hoy 75 años. Y sin tener el apoyo unánime de los críticos ni el favor incondicional del públicom no deja de ser la película más mítica de la historia del cine. Intensa, deslumbrante, emotiva, triste y cruel, cuenta una historia compleja en la que todo encaja con una precisión milimétrica, no como fruto del cálculo sino de la pasión de sus creadores.
Tiene la presencia del personaje femenino más memorable de la historia del cine, Scarlett O'Hara. Seductora, caprichosa, cruel, atractiva, manipuladora, irresistible, apasionada, carnal, descarada. Estos y otros adjetivos se le pueden aplicar a esa mujer que nos lleva en un viaje lleno de encontronazos desde su adolescencia hasta una madurez que es como un nuevo renacer.
Un viaje donde conocemos desde las fascinantes tierras de Tara hasta la bulliciosa Atlanta, desde la bucólica vida de los hacendados sureños hasta la más cruel y dolorosa visión de la guerra. Un viaje en el que nos encontramos con personajes memorables, aunque ninguno supera en fuerza a la protagonista. Solo el descaro y la ironía del gran Reth Buttler es capaz de poner en su sitio la egoísta desesperación de la joven.
Dirigida de forma deslumbrante por Victor Fleming, desde las luminosas primeras secuencias hasta ese extraordinario final en la escalera, la película impresiona con una puesta en escena compleja y espectacular de una belleza insuperable en muchos momentos. Y todo ello hecho sin computadoras ni efectos especiales.
Para el recuerdo quedan secuencias históricas que incluso quienes no han visto la película sabrían reconocer. Scarlett poniendo a Dios por testigo, Reth Buttler diciendo eso de "francamente querida, me importa un bledo", o el memorable "mañana será otro día".
Y todo acompañado por una banda sonora de excelencia: la música de Max Steiner que es ya un clásico que transporta a otra época, a la altura del mito que representa "Gone with the wind".
Una película para la eternidad.
lunes, 8 de diciembre de 2014
lunes, 1 de diciembre de 2014
Rosa Parks: “La libertad no es gratis”
Rosa Louise Parks tenía 42 años cuando volvía de su trabajo como costurera en Montgomery, Alabama, el 1º de diciembre de 1955, y tomó una decisión que cambió la historia. Ese día, Rosa se negó a ceder su asiento a un blanco en un autobús y moverse a la parte de atrás como dictaba la ley de la época. Los reglamentos impuestos luego de la Guerra de Secesión determinaban la separación de razas en los medios de transporte, los restaurantes y las instalaciones públicas del sur. Algunos historiadores comentaron que la mujer estaba agotada luego de un duro día de trabajo, pero Rosa siempre lo negó. “La verdadera razón por la que decidí no levantarme fue porque sentí que tenía derecho a ser tratada como cualquier otro pasajero. Habíamos soportado ese tipo de tratamiento demasiado tiempo”, declaró después.
Entrevistada por la BBC de Londres, algunos años antes de su muerte, Rosa no olvidaba lo ocurrido aquel día: “El joven blanco que estaba de pie no había pedido el asiento. Fue el conductor quien decidió crear un problema. Yo estaba sentada donde se suponía que debía hacerlo. El conductor exigió a cuatro personas negras que se pararan por una persona blanca que no había pedido un asiento. Simplemente sentí que no podía permitirme seguir siendo maltratada de esa manera. Pero no tenía idea de que alguien se enteraría de lo que me había sucedido aquel día. Es más, ni siquiera tenía certeza de que sobreviviría aquel día. Simplemente estaba cansada del maltrato”, sostuvo.
Para cuando ocurrió el hecho, Rosa ya era una activista en el campo de los derechos humanos. A principios de la década 1950, Parks se unió al movimiento estadounidense de derechos civiles y se empleó como secretaria en la Asociación Nacional para el Avance del Pueblo de Color (National Association for the Advancement of Colored People, NAACP en Montgomery (Alabama). También asistió a la Highlander Folk School, un centro educativo que promovía los derechos de los obreros y la igualdad racial. Queda claro que Rosa sabía muy bien a lo que se exponía cuando decidió quedarse sentada, aunque nunca pensó que encendería la chispa de lo que luego fue el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos.
Como era de esperarse, su acción concluyó con su encarcelamiento. Acusada de haber perturbado el orden, debió pagar una multa de 14 dólares, pero su acto dio nacimiento a un movimiento no violento de masas contra la discriminación y ella se convirtió para siempre en la “madre de los derechos civiles” de su país.
Pero el gesto de Rosa y su posterior detención no pasaron inadvertidos para la comunidad afroamericana de Alabama. Un joven pastor bautista, poco conocido hasta entonces, encabezó y armó un boicot que afectó tanto al sistema de transportes como a la política estadounidense en su totalidad. Su nombre era Martin Luther King.La orden de King era clara y fue acatada con rapidez: ninguna persona de color volvería a subir a un autobús. De este modo, los habitantes negros llevaron adelante su lucha durante 381 días seguidos. Para cuando el boicot terminó, las compañías transportadoras estaban al borde de la quiebra, pues los buses eran 75 por ciento para la población de raza negra. A lo largo de ese año, cientos de trabajadores negros fueron despedidos y muchos otros terminaron en prisión. El fin de la lucha llevó también llevó a la creación de la Asociación por el Desarrollo de Montgomery, grupo que eligió como uno de sus portavoces a Luther King.
Previamente, el 13 de noviembre de 1956, la Corte Suprema decretó que en Montgomery la segregación racial en los buses terminaba porque estaba en contra de la constitución estadounidense, lo que se constituyó en todo un triunfo para los derechos civiles, pues se demostraba que alcanzar la igualdad era posible.
Sin embargo, en 1957 Rosa Parks tuvo que mudarse a Detroit con su esposo luego de ser amenazada de muerte, una situación común entre muchos líderes negros que fueron víctimas de atentados y arrestos injustificados. No obstante, continuó militando a favor de los derechos civiles y promocionando la igualdad sin importar el color, para convertirse en todo un símbolo de la justicia y de la lucha de las minorías.
“La libertad siempre ha sido importante para mi –decía Rosa–. Pero los sacrificios necesarios para lograr la libertad para todos no son la prioridad para suficiente gente hoy en día. Y eso que el desempleo y la criminalidad urbana siguen siendo problemas graves en las comunidades negras de Estados Unidos. Por supuesto queda mucho por hacer. Como he dicho muchas veces antes, la libertad no es gratis”.
En 1987, Rosa Parks fundó el Instituto Raymond Parks para el Auto Desarrollo –en honor a su esposo- para ayudar a los jóvenes a alcanzar su máximo potencial. “En el programa ‘Caminos hacia la Libertad’, en el que hacemos investigaciones históricas, nuestro tema es: ‘¿Dónde has estado? ¿Hacia dónde vas?’. Trabajamos con jóvenes de muchos grupos en la comunidad para ayudar a identificar sus necesidades”, decía Rosa.
Uno de los principales puntos que se enfatizan en el Instituto es el trabajo comunitario y la filosofía de “Serenidad y Fortaleza” (Quiet Strength), la habilidad de demostrar dignidad con orgullo, coraje con perseverancia y poder con disciplina. Esta filosofía enfatiza el crecimiento espiritual, el cuidado de la salud, la comunicación efectiva y el ser auto-suficiente en un clima de respeto mutuo y amistad.
“Hace 40 años la lucha por los derechos civiles unió a la comunidad negra –le decía Rosa a la BBC–. Hoy en día muchos jóvenes negros parecen no tener esperanza en la lucha social. Muchas cosas eran diferentes hace 40 años. Los negros vivían en una sociedad completamente segregada aquí en Estados Unidos. No importaba cuál fuera tu ingreso, tu educación o tu profesión. Si eras negro, debías vivir en un barrio para negros. 40 años después esto ya no es así. Era fácil identificar el racismo entonces. Se veía cada día. Se hablaba de eso en las casas, en las comunidades, en las iglesias, en las escuelas. Siempre estaba con uno. Pero todavía hay racismo en Estados Unidos, pero las formas de racismo no son tan obvias como hace 40 años. Hay que educar a la juventud sobre su pasado, su presente y futuro”.
El 24 de octubre de 2005 Rosa Parks falleció a la edad de 92 años. Sufría de demencia progresiva. El 30 de octubre sus restos fueron honrados en la Rotonda del Capitolio, convirtiéndose en la primera mujer y la segunda persona afroamericana en recibir este honor. Después de una vida de batallar contra el racismo, Parks había recibido, en 1999, una Congressional Gold Medal (Medalla de Oro del Congreso). Su muerte ocurrió pocas semanas después del paso del huracán Katrina (que golpeó en los estados de Alabama, Louisiana y Mississippi), y que dejó en claro que en “el país de las oportunidades” sigue habiendo racismo. Seis de cada diez negros acusaron al gobierno de racismo debido a la lentitud con la que les llegó la ayuda, mientras que sólo uno de cada ocho blancos pensaba lo mismo, según un sondeo de mediados de setiembre de aquel año.
Las cifras oficiales de Louisiana indican que 42% de los más de 1.200 muertos a causa del ciclón eran negros, mientras que la comunidad negra es sólo 32% de la población del estado. Militantes de los derechos negros organizaron una manifestación de miles de personas sobre la explanada de Washington a mediados de octubre para denunciar el hecho.
Según cifras oficiales de 2012, el 28% de los negros estadounidenses es pobre, más del doble que la población general (12,7%). Y la diferencia entre los ingresos familiares de blancos y negros creció de US$ 19.000 en 1967 a casi US$ 27.000 para ese mismo año.
Habrá que seguir educando, nomás…
domingo, 30 de noviembre de 2014
Rebecca: “Anoche soñé que volvía a Manderley…”
Hasta que Hitchcock la llamó para protagonizar Rebecca, su primera producción americana, Joan Fontaine sólo había intervenido en algunos papeles secundarios. La interpretación de la frágil muchacha desprotegida la elevó al estrellato pero la encasilló en un papel que repetiría varias veces a lo largo de su carrera. “Desde el principio yo sabía que Joan Fontaine era la más indicada porque percibí que ella misma era poco consciente de sí misma como actriz, pero veía en ella posibilidades para una interpretación controlada y tímida. Los primeros días de rodaje se mostró demasiado tímida pero presentí que llegaríamos donde quería,… y llegamos”, comentó el director inglés tiempo después.
La frágil presencia de la Fontaine fue requerida de nuevo por el maestro para protagonizar junto con Cary Grant Suspicion (Sospecha) una excelente película maltratada por los productores, en la que volvió a demostrar su categoría como actriz hitchcockiana, dando vida a la mujer que cree haberse casado con un asesino que pretende acabar con su vida. El papel de Fontaine es muy similar al que ya había jugado en Rebecca: una mujer atormentada que vive en una situación que la mantiene angustiada, pero que ama a su marido y aguanta de todo por no perderlo.
Tras el éxito en las interpretaciones en estos dos films (que le valieron a la actriz una nominación al Oscar por el primero y la estatuilla por el segundo), estrella y director no volvieron a coincidir en un set de filmación dado que don Alfred comenzaría a elegir en adelante otro tipo de personalidad para sus heroínas, dejando de lado el tipo de rol que Fontaine encarnaba a la perfección: mujeres más bien retraídas, tímidas y soñadoras, pasando a papeles femeninos en los que la mujer es mucho más independiente, atrevida, más abierta a la sexualidad y que vive su vida para ser feliz y ya no se conforma con soñar con la felicidad.
De amores…
La voz en off de Joan Fontaine, melancólica y apasionante, contándonos su vida en Manderley nos mete de lleno en la historia: una chica tímida que conoce a un millonario viudo del que se enamora (Sir Lawrence Olivier). Cuando llegan a su mansión se ve envuelta en una situación que la desborda: los recuerdos de la antigua señora de la casa, Rebecca, son demasiado fuertes para ella y están muy presentes tanto en cada rincón como en la memoria de todos los que la conocieron. La muchacha comienza a sentirse incapaz de luchar contra el peso de un fantasma con la que todo el mundo la acaba comparando de forma inevitable. Su esposo es el primero en no querer hablar de Rebecca, y la información que obtiene por unos y por otros es confusa e inquietante. Su sufrimiento se ve acrecentado por un ama de llaves que no quiere que haya una nueva señora allí. Estos dos personajes femeninos son para mí los más interesantes y son manejados lúcidamente por el maestro: Joan Fontaine, una mujer dominada por los recuerdos, que va acumulando un enorme complejo de inferioridad y Judith Anderson, enamorada de la anterior esposa y celosa de la posesión del grandioso edificio.
Hay un momento de la película que alcanza para sostener esta opinión: la aparición de Manderley ante los ojos asustadizos de Fontaine cuando vuelve junto a su marido del viaje de bodas. Cuando abre la puerta de las habitaciones de Rebecca y entra, observando y apenas tocando las propiedades de aquella mujer y la aparición fantasmal del ama de llaves a través de los transparentes cortinajes de seda… La forma en que Judith Anderson enseña y roza los vestidos que pertenecieron a su ama, su ropa interior ordenada en los cajones, sus cepillos para el pelo y esa manera de ir narrando a la aterrorizada Señora de Winter las maravillas de una mujer a la que amaba intensamente. Una maravillosa secuencia de escenas, encadenadas con maestría por el director inglés.
Hitchcock tuvo, entre otras muchas, la virtud de crear estereotipos tan definidos que se adhieren a sus intérpretes como una piel. Y así como Anthony Perkins será para siempre el Norman Bates psicópata disfrazado de ancianita en Psycho (Psicosis), a Judith Anderson le pasó algo parecido: su Señora Danvers de Rebecca le confirió un tono inquietante en todas las películas en las que apareció posteriormente. Bien dice Luis Gasca que “las amas de llaves cinematográficas, aunque no cronológicamente, sí artísticamente, nacen en Rebecca, con el rostro de Judith Anderson” (1).
…y fantasmas
Rebecca es uno de los pocos films en que un personaje ausente es el motor principal de las situaciones: la señora que le da nombre a la película era una hermosa mujer que causa una tremenda atracción personal tanto entre los hombres como entre las féminas. Rebecca de Winter, aparece adornada con las galas de una mujer fría, absolutamente convencional, creída de sí misma, de su belleza, de su situación de poder y con un toque de perversidad con el que manipula las vidas de los que la rodean incluso después de su muerte. Frente a ella, la joven señora de Winter, interpretada por Joan Fontaine, es una mujer-niña apocada, débil, sin espíritu ni iniciativa, absolutamente fuera de lugar en el gran mundo. Es el personaje puesto en un sitio al que no pertenece y al cual le suceden cosas que no le deberían pasar: “Cenicienta”, la llaman a escondidas, y esto queda demostrado la noche de la fiesta cuando, hecha una princesa como Rebecca, debe salir corriendo del salón y pierde el sombrero al subir las escaleras.
De a poco vamos cayendo en el brutal encanto de un personaje que jamás vemos, al que no oímos, al que no tocamos, pero que esta ahí, en cada secuencia. Rebecca nos envuelve y ese mismo personaje dirige los hilos de los demás con diabólica sensibilidad, hasta los momentos finales del film, cuando una asombrosa confesión lleva a que se nos esfume el morboso interés que sentimos hacia Rebecca de Winter.
Yvonne Yolis sostiene que “si el sentido de lo que vemos depende de lo que no vemos, podemos asegurar que el Fuera de Campo es uno de los elementos más importantes que diferencian al cine de las demás artes (…) Hitchcock lo incorpora sabiamente en sus películas, pero no con el sólo propósito de crear tensión o suspenso (…) sino que lo relaciona directamente con la identidad de sus personajes. Se establece una especie de triángulo imaginario que conforman los dos protagonistas y un tercero, representado por el fuera de campo, que es quien promueve o permite esa ‘sustitución de la personalidad’ en uno de ellos” (2). En el film que nos ocupa, el triángulo se establece entre Rebecca muerta, su viudo y su nueva esposa Y un detalle importante: de esta nueva ama de Manderley no sabremos su nombre en toda la película ya que se mantiene la ambigüedad de “Sra. De Winter” o “la esposa de…”.
Con esta novela romántica de Daphne de Maurier, ambientada en la Inglaterra de los años ‘30, Hitchcock nos atrapa desde el primer momento: la situación, los personajes e incluso el estilo romántico que rodea la atmósfera asfixiante, todo pertenece a ese retrato británico noble y misterioso, elegante y oscuro al mismo tiempo…
Y si bien es cierto que hay cierta coincidencia entre los biógrafos de ‘Hitch’ al asegurar que este maltrataba a sus personajes femeninos, creo que en Rebecca el director le hace justicia a la abnegada Fontaine de manera muy sutil pero brillante. En varias escenas, cuando la nueva Señora de Winter está siendo superada por los acontecimientos, Hitchcock realiza un movimiento de cámara que empieza siempre desde un primer plano de ella y poco a poco va alejando la lente de ella para dar esa sensación de que se empequeñece ante las circunstancias. Pues bien, al final de la película hay otro momento muy similar en el que Olivier le dice que no hay esperanza para ellos, y una vez más Hitchcock aleja la cámara de ella poco a poco, pero a diferencia de los otros planos, ahora Joan Fontaine, cuando la cámara ya está lejos, avanza acercándose a ella para dar una muestra contundente de su determinación: no está todo acabado, luchará para que no sea así.
Notas:
(1) “Diablesas y Diosas”, Ed. Laertes, Barcelona, 1990
(2) “Rebecca, una tensión invisible”. Revista Film, Mayo 1994.
Las rubias de Hitchcok: De frialdad aparente...
Un elemento esencial de las películas de Hitchcock, al igual que sucede en los filmes de Bond, es la actriz que tiene a su cargo el papel protagonista. Comenzamos entonces una serie de notas que nos permitirán conocer no sólo a los personajes a los que supieron dar vida aquellas memorables actrices, sino también la relación del director inglés con el sexo femenino. Una relación que no siempre resultó cordial.
Hitchcock dirige a Janet Leigh en la famosa escena de la ducha en "Psycho" |
Para empezar, Hitchcock elegía a la heroína de sus películas bajo la premisa de que debía gustar a las mujeres antes que a los hombres, “porque las mujeres forman las tres cuartas partes del público medio del cine, y, si bien las mujeres pueden tolerar la vulgaridad en la pantalla, nunca lo hacen cuando está encarnada en su propio sexo”. Y remarcaba, además, que “la heroína de la pantalla no debe ser sólo decididamente agradable, sino que tiene que tener vida, tanto en los ojos como en la voz”. Era evidente que no le interesaba sólo tener delante de su cámara un rostro bonito.
Las cuestiones estrictamente técnicas también eran tenidas en cuenta por Hitchcock a la hora de elegir a sus féminas. “Dado que la pantalla no dispone en absoluto de distancia para hechizar la vista -porque los acontecimientos que muestra son llevados por lo general tan cerca de los espectadores que el rostro de la heroína se encuentra de hecho sólo a unos metros de los que están en las últimas filas- ésta tiene que poseer una belleza y una juventud reales”, aseguraba el director. Y aclaraba además que una heroína de la pantalla “no debe superar la talla mediana, ya que una mujer muy alta es sumamente difícil de fotografiar”.
Madeleine Carroll, Alma Reville y Alfred Hitchcock en el set de "The 39 steps" |
Las rubias, sus favoritas
Las rubias pueden ser un peligro. Esto bien lo sabía Hitchcock que a través de sus films ofreció un variado haz de blondas sofisticadas, fantasmales, vulnerables, distantes, incluso alguna medio ñoña. El maestro decía que prefería las heroínas rubias porque resultaban ser las mejores víctimas. “Son como la nieve virgen en donde destacan las huellas sangrientas”, decía.
GRACE KELLY. Fue, sin lugar a dudas, la encarnación viviente del ideal que tenía Hitchcock sobre la heroína de sus filmes. Trabajó como protagonista con el director en tres películas consecutivas: Dial M for murder (La llamada fatal, 1954), Rear window (La ventana indiscreta, 1954) y To catch a thief (Para atrapar a un ladrón, 1955). Hitchcock siempre sostuvo que cuando la actriz se retiró del cine para convertirse en la princesa de Mónaco lo vivió como una verdadera pérdida y tuvo que buscar afanosamente otras actrices de características similares sin conseguir nunca la sustituta ideal. Incluso, cuando diez años después Grace Kelly le escribió una carta donde le preguntaba “¿Tiene una película para mí?”, respondió en seguida mandándole el guión de Marnie la ladrona. Grace estuvo de acuerdo, Hitchcock estaba de acuerdo y Rainiero también, pero el pueblo monegasco se opuso y el proyecto fue a parar a manos de Tippi Hedren.
Para Hitchcock, Grace Kelly era el tipo de mujer que hace pensar en el sexo sin tener que hacer exhibiciones. Tenía un aire inglés que cautivó al director. Tanto lo cautivó que, según cuentan varios biógrafos de ‘Hitch’, le pidió a la actriz que le regalase un striptease mientras el la observaba desde la ventana que aparece en Rear window. Kelly complació de maravillas al director.
KIM NOVAK. Aunque solo rodó una película con don Alfred (Vertigo, 1958), está encuadrada, hoy en día, dentro del colectivo de “chicas de Hitchcock”. Las relaciones de éste con la actriz no fueron precisamente un ejemplo de cordialidad y prueba de este hecho son las declaraciones del propio director: “Ella tenía unas opiniones muy definidas sobre sí misma: su pelo tenía que ser siempre el mismo color rubio que le hizo famosa; no debía llevar trajes bajo ninguna circunstancia. Vino a mi casa sin que yo la hubiese visto antes previamente, y trajo estas condiciones. Le dije: Mire señorita Novak, usted se pone el color de cabello que quiera y lleve puesto lo que quiera, con tal que todo esté de acuerdo con el tema a interpretar. Y el tema requería que fuese en parte morena y que llevase un traje gris. En estos casos acostumbro a decir: escuche, haga lo que quiera; siempre queda la sala de montaje. Esto los corta y es el fin del asunto”.
Tippi Hedren, en una foto promocional para el film "The byrds" |
MADELEINE CARROLL. Cronológicamente, la primera “chica Hitchcock”. Desde los filmes The 39 steps (Los 39 escalones, 1935) y The secret agent (El agente secreto, 1936) puso de manifiesto las principales características que habrían de reunir en el futuro las aspirantes a heroínas en las películas del maestro del suspense.
VERA MILES. Protagonista de dos de sus películas más representativas (Falso culpable en 1957 y Psicosis en 1960) y de varios episodios de su serie televisiva, el maestro deseaba convertirla en la nueva heroína rubia de todos sus films, aunque está claro que no daba ese aire atractivo y misterioso, respondiendo más bien a un tipo de mujer inteligente e interesante (perfil que, por cierto, no aparece para nada en Psicosis). La interpretación de la misteriosa Madeleine en Vértigo debería haber supuesto su lanzamiento definitivo. Todo el vestuario del film estaba listo y diseñado en función de su figura e incluso se había realizado un cuadro para el que había posado como modelo. Un inoportuno embarazo frustró sus aspiraciones profesionales y las ilusiones de Hitchcock.
Cary Grant y Eva Marie Saint en una escena de "North by Northwest" |
EVA-MARIE SAINT. Rubia gélida como pocas, supo dar la talla al lado de Cary Grant en North by northwest (Intriga internacional, 1959). Y debe mucho de su carrera posterior a su participación en ese film.
Psycho: En la ducha, nadie escuchará tu grito
Una casona en penumbras que respira encierro, soledad y locura por los cuatro costados. Una mujer que pagará el precio que el cine le tiene reservado a las que buscan salirse del molde. Un Edipo no resuelto. Una escena que se convirtió en un clásico. Y el gran Alfred abriéndole la puerta por primera vez al terror psicológico y demostrando, de paso, porque es uno de los grandes directores de todos los tiempos.
La famosísima escena de la ducha que Hitchcock filmó para Psycho (Psicosis, 1960), no es solo impactante por lo que sucede en ella, por su violencia, por el despliegue de ángulos que el director utilizó para realizarla (a una velocidad increíble, además), o incluso por la música de Bernard Herrman… Lo que realmente me impresionó la primera vez que la vi. –y todavía me impresiona– es que a media hora de haber comenzado la película, en aquella ducha del motel, bajo el grifo de agua hirviendo... ¡muere la protagonista! Y uno se preguntaba que demonios estaba pasando hasta que, llenos de asombro, comprobamos como la historia se retuerce hasta depositar el protagonismo en Norman Bates (ese muchacho desgarbado, de claro potencial psicótico, encarnado por Anthony Perkins) y en un personaje que recién se nos descubrirá al final: la madre de Norman.
Pero volvamos a la escena en cuestión. Hitchcock, con su punto de vista desde dentro de la ducha, nos muestra la sombra de alguien que se acerca a través de la cortina… Marion no sabe que esa sombra es una amenaza, ya que apenas puede ver… En décimas de segundo, la cortina de la ducha se descorre y aparece alguien a quien creemos identificar con una anciana que apuñala a Marion una y otra vez. La víctima cae muerta y con su mano derecha arranca la cortina, la sangre corre por el desagüe y el plano tremendo del ojo sin vida de Marion mirando la nada…
En realidad, esta secuencia es mucho más que una simple escena: sencillamente es una obra maestra del cine de terror. Marion Crane es salvajemente asesinada con nueve puñaladas, pero el espectador, en cambio, recibe cincuenta… Creo que en este contraste de la percepción visual y la impresión emocional está la clave de ese mítico e inolvidable momento. Cada plano en ese baño responde a la más pura esencia del cine de Hitchcock, a su mirada a veces sádica sobre la mente humana, y –posiblemente– a su visión del castigo que para él debían recibir las mujeres que no se comportaran correctamente.
Una rubia debilidad
¿Qué fue lo que hizo la pobre Marion para cerrar su calendario de forma tan violenta? Pobre secretaria en Phoenix, Arizona, Marion Crane no puede casarse con su amante, Sam Loomis, por la sencilla razón de no tener un peso para hacerlo. El destino pone en sus manos 40 mil dólares en efectivo, que su jefe le confía para depositarlos en el banco. Marion decide apoderarse de esa suma para comenzar con Sam una nueva vida en California. Durante su huida, una violenta tormenta la obliga a detenerse por la noche en un motel solitario. El dueño, Norman Bates, un joven tímido que diseca pájaros como hobby, vive con su anciana madre en una casa próxima de estilo gótico. La muchacha renta una habitación y será en el baño de la misma que encontrará la muerte a manos de la siniestra silueta. Crimen y castigo según Hitchcock.
Pero hay más. Durante la cena que comparten Marion y Norman antes de que la joven se meta en el cuarto, podemos observar como el muchacho parece sentirse atraído por ella… Tal vez su forma de hablar, sus ganas de conquistar una vida mejor o ciertos gestos seductores despiertan en Norman sentimientos que sencillamente no puede permitirse sin que su madre se enfade por ello… Y a escondidas, a través de un pequeño orificio en la pared, verá como Marion se desviste y se apronta para la ducha. Las luces amarillas se encienden en el cerebro del dueño del motel. ¿O es en el cerebro de su mamá? Una mujer que se aventura sola por los caminos no puede ser otra cosa que una perdida. Crimen y castigo según la madre y el hijo.
Cometido el asesinato, Norman queda desolado al ver el cadáver pero, leal a su madre, limpia con frenética minuciosidad el baño y hace desaparecer el cuerpo de Marion y, sin saberlo, los 40 mil dólares, al empujar su automóvil dentro de un estanque. Mamá puede dormir tranquila.
A la sombra de la madre
Como ya lo había hecho en Rebecca varios años antes, Hitchcock hilvana la segunda parte del film gracias a un personaje al que no vemos pero cuya presencia en la trama no puede disimularse: la madre. Apenas la inferimos como una sombra en la ventana de la casa y en contadas oportunidades escucharemos su voz chillona dirigiéndose a su hijo. Sólo al final sabremos que ver al muchacho es ver a Norma Bates, la mujer que le transfirió una pesada carga desde la misma elección de su nombre. En los últimos minutos de la película, el doctor Richmond explica que Norman es un maníaco homicida que conservó el cuerpo embalsamado de su madre en la casa y que, en su esfuerzo por negar su matricidio, asumió su identidad, tras envenenar, ocho años antes a aquélla y a su amante.
La explicación final del psiquiatra sólo confirma lo que ya sabemos: que Norman Bates está alienado y por ello ha cometido un número de asesinatos que no se puede fijar. ¿Pero cómo ha llegado a ese terrible estado? ¿Puede una madre odiar tanto a su hijo que destruya de tal modo su vida?
Pero por otro lado, ¿es Norman Bates un pobre hombre que está dominado por su madre y que llegará a extremos alucinantes simplemente porque tiene una dualidad en su cabeza? Lo que quiere y lo que piensa él, ¿es lo que quiere y piensa mamá? Si bien parece no reprimir el odio hacia su progenitora y rebelarse interiormente contra ella, ¿por qué acepta su papel y actúa contra su propia voluntad?
Creo que podemos aventurar la hipótesis de que el personaje de Norman Bates (me refiero a su construcción psicológica, no a sus acciones) está basado en H. P. Lovecraft: un hombre solitario, enfermizo, con una fuerte carga emocional producto de su atormentada infancia al lado de una madre neurótica por el abandono de su marido, que en represalia a su odio contra los hombres, descarga en su hijo sus múltiples insatisfacciones hasta el grado de no dejarlo desarrollar su propia vida, manteniéndolo siempre “pegado a sus faldas”. Robert Bloch, el autor de la novela original, tenía a Lovecraft al tope de la lista de sus autores más admirados.
Tratando de reconstruir la vida de Norman Bates, tenemos como punto de partida a una mujer que fue abandonada por su marido con un hijo pequeño, al cual tuvo que sacar adelante sola. Norma Bates concibe un odio irracional hacia los hombres, transmitiendo su neurosis a su hijo al someterlo a una relación de dominación total. De hecho, impide su crecimiento mental “al martirizarlo con sentimientos de culpa, pues para lograr esta sumisión, lo ha educado con la creencia de que si algún día llega a abandonarla por otra mujer (al igual que lo hizo su padre), algo terrible sucederá”. (1) La escena de la cena de Norman con Marion, cuando ésta insinúa que tal vez debería encerrar a su madre en un malcomió, deja traslucir esta idea de dependencia: si bien en un primer momento Norman se queja de la dominación, ante la posibilidad de romper esos lazos su mente se desboca, pues no puede ya concebir la vida sin la relación con su madre.
Además, no podemos olvidar que Hitchcock omite un factor fundamental que la novela de Bloch nos presenta explícitamente: la religión. La madre de Norman es una mujer frustrada sexualmente, que se refugia en la religión “como una forma de evasión a sus pulsiones y transmite a su hijo la idea de que todo lo funesto de esta vida es consecuencia de excesos en el sexo, lo cual es un gran pecado”. (2) Sin embargo, “esta visión enfermiza de lo sexual conlleva una realidad mucho más depravada que la que se acusa: el incesto. La madre, al volcar todo su afecto en el hijo, ha propiciado un desarrollo torcido del complejo de Edipo, término psicoanalítico desarrollado por Freud para explicar la temprana atracción del niño hacia sus padres, el cual en la mayoría de los casos se supera con facilidad”. (3)
En una de las mejores secuencias de la película, Lila Crane entra a la casa Bates en busca de la madre de Norman para interrogarla sobre el paradero de su hermana y, sin palabras, la cámara se convierte en nuestra mirada al recorrer las viejas habitaciones: la escalera; un cuarto de baño que parece salido de una estampa del siglo XIX; la habitación de la anciana madre donde se respira una atmósfera fuera del tiempo; la propia recámara del muchacho, llena aún de juguetes, con la cama de niño donde todavía duerme el hombre, con libros cuyos títulos no conocemos pero cuya naturaleza se insinúa con la azorada mirada de Lila al abrir uno que jamás se muestra en pantalla. En su recorrido, la cámara ha reflejado las tres personalidades que se encierran en la mente de Norman: la del adulto con motivaciones sexuales, la del niño que reprime esos impulsos y la de la propia madre.
Es de imaginar que, durante los largos años en los que Norman Bates vive solo con el cadáver disecado de su madre, todas sus manías se han exacerbado. Su sexualidad reprimida sólo se permite ser satisfecha por medio de la observación, del voyeurismo. Para esto, tiene un agujero en la pared de su oficina que va a dar a la habitación contigua. Gusta de mirar a las escasas jóvenes bellas que paran en su motel, a las que deliberadamente les proporciona ese cuarto con el objeto de espiarlas. Cuando Marion Crane decide alojarse, Norman titubea ante el manojo de llaves para decidirse por fin a entregarle la correspondiente al número 1. Tras la cena con la muchacha, que ha exacerbado sus deseos, la observa mientras se desnuda para tomar un baño. Y es entonces cuando convergen las múltiples personalidades de Norman: el hombre se siente excitado ante el cuerpo desnudo de la muchacha, pero el niño sabe que eso es pecado, que la mujer es mala porque lo ha tentado con su cuerpo y debe ser destruida. Pero ese ser infantilizado es demasiado débil como para llevar a cabo una empresa de esa magnitud, y debe ser por consiguiente la madre la que lo libre de esos terribles males, la que mate a la perra que lo ha perturbado.
Mamita querida
El psiquiatra que da su diagnóstico al final no logra captar en su totalidad la horrorizante situación en que ha quedado el protagonista. En su primera declaración, menciona que su madre es la que siempre ha matado a las mujeres que lo trataban de pervertir o a quien trataba de hacerle algún daño. Pero su realidad última es aun más escalofriante: las tres personalidades de Norman se han fundido en una sola, en la de la madre. Pero es una madre buena e inocente, que ha sido víctima de un niño malo que mató a su amante y desenterró el cadáver, y de un hombre malo que la tenía encerrada y que, dominado por sus sucios deseos, mataba a las mujeres. Ella, la madre, es inocente, “incapaz de matar una mosca”, según el libro de Bloch.
De un horror psicológico refinado que logra envolver al espectador, las soberbias escenas de Psicosis crean un lazo de simpatía con los personajes, primero con Marion, luego con Norman. Y tal vez en este punto se evidencia el macabro sentido del humor de Hitchcock, al hacernos sentir que lo sucedido con Norman puede pasarle a cualquiera de nosotros. Como diría el mismo Bates, “creo que todos nos volvemos un poco locos, a veces”.
NOTAS
1. El oscuro mundo de Norman Bates. Lic. Lenina M. Méndez. España, 1999.
2. Ibid.
3. Enciclopedia de la psicología. Lic. Carlos Gispert. Océano, Barcelona, 1983, p. 7
La famosísima escena de la ducha que Hitchcock filmó para Psycho (Psicosis, 1960), no es solo impactante por lo que sucede en ella, por su violencia, por el despliegue de ángulos que el director utilizó para realizarla (a una velocidad increíble, además), o incluso por la música de Bernard Herrman… Lo que realmente me impresionó la primera vez que la vi. –y todavía me impresiona– es que a media hora de haber comenzado la película, en aquella ducha del motel, bajo el grifo de agua hirviendo... ¡muere la protagonista! Y uno se preguntaba que demonios estaba pasando hasta que, llenos de asombro, comprobamos como la historia se retuerce hasta depositar el protagonismo en Norman Bates (ese muchacho desgarbado, de claro potencial psicótico, encarnado por Anthony Perkins) y en un personaje que recién se nos descubrirá al final: la madre de Norman.
Pero volvamos a la escena en cuestión. Hitchcock, con su punto de vista desde dentro de la ducha, nos muestra la sombra de alguien que se acerca a través de la cortina… Marion no sabe que esa sombra es una amenaza, ya que apenas puede ver… En décimas de segundo, la cortina de la ducha se descorre y aparece alguien a quien creemos identificar con una anciana que apuñala a Marion una y otra vez. La víctima cae muerta y con su mano derecha arranca la cortina, la sangre corre por el desagüe y el plano tremendo del ojo sin vida de Marion mirando la nada…
En realidad, esta secuencia es mucho más que una simple escena: sencillamente es una obra maestra del cine de terror. Marion Crane es salvajemente asesinada con nueve puñaladas, pero el espectador, en cambio, recibe cincuenta… Creo que en este contraste de la percepción visual y la impresión emocional está la clave de ese mítico e inolvidable momento. Cada plano en ese baño responde a la más pura esencia del cine de Hitchcock, a su mirada a veces sádica sobre la mente humana, y –posiblemente– a su visión del castigo que para él debían recibir las mujeres que no se comportaran correctamente.
Una rubia debilidad
Hitchcok y Janet Leigh conversan durante un descanso del rodaje |
Pero hay más. Durante la cena que comparten Marion y Norman antes de que la joven se meta en el cuarto, podemos observar como el muchacho parece sentirse atraído por ella… Tal vez su forma de hablar, sus ganas de conquistar una vida mejor o ciertos gestos seductores despiertan en Norman sentimientos que sencillamente no puede permitirse sin que su madre se enfade por ello… Y a escondidas, a través de un pequeño orificio en la pared, verá como Marion se desviste y se apronta para la ducha. Las luces amarillas se encienden en el cerebro del dueño del motel. ¿O es en el cerebro de su mamá? Una mujer que se aventura sola por los caminos no puede ser otra cosa que una perdida. Crimen y castigo según la madre y el hijo.
Cometido el asesinato, Norman queda desolado al ver el cadáver pero, leal a su madre, limpia con frenética minuciosidad el baño y hace desaparecer el cuerpo de Marion y, sin saberlo, los 40 mil dólares, al empujar su automóvil dentro de un estanque. Mamá puede dormir tranquila.
A la sombra de la madre
Como ya lo había hecho en Rebecca varios años antes, Hitchcock hilvana la segunda parte del film gracias a un personaje al que no vemos pero cuya presencia en la trama no puede disimularse: la madre. Apenas la inferimos como una sombra en la ventana de la casa y en contadas oportunidades escucharemos su voz chillona dirigiéndose a su hijo. Sólo al final sabremos que ver al muchacho es ver a Norma Bates, la mujer que le transfirió una pesada carga desde la misma elección de su nombre. En los últimos minutos de la película, el doctor Richmond explica que Norman es un maníaco homicida que conservó el cuerpo embalsamado de su madre en la casa y que, en su esfuerzo por negar su matricidio, asumió su identidad, tras envenenar, ocho años antes a aquélla y a su amante.
La explicación final del psiquiatra sólo confirma lo que ya sabemos: que Norman Bates está alienado y por ello ha cometido un número de asesinatos que no se puede fijar. ¿Pero cómo ha llegado a ese terrible estado? ¿Puede una madre odiar tanto a su hijo que destruya de tal modo su vida?
Pero por otro lado, ¿es Norman Bates un pobre hombre que está dominado por su madre y que llegará a extremos alucinantes simplemente porque tiene una dualidad en su cabeza? Lo que quiere y lo que piensa él, ¿es lo que quiere y piensa mamá? Si bien parece no reprimir el odio hacia su progenitora y rebelarse interiormente contra ella, ¿por qué acepta su papel y actúa contra su propia voluntad?
Creo que podemos aventurar la hipótesis de que el personaje de Norman Bates (me refiero a su construcción psicológica, no a sus acciones) está basado en H. P. Lovecraft: un hombre solitario, enfermizo, con una fuerte carga emocional producto de su atormentada infancia al lado de una madre neurótica por el abandono de su marido, que en represalia a su odio contra los hombres, descarga en su hijo sus múltiples insatisfacciones hasta el grado de no dejarlo desarrollar su propia vida, manteniéndolo siempre “pegado a sus faldas”. Robert Bloch, el autor de la novela original, tenía a Lovecraft al tope de la lista de sus autores más admirados.
Tratando de reconstruir la vida de Norman Bates, tenemos como punto de partida a una mujer que fue abandonada por su marido con un hijo pequeño, al cual tuvo que sacar adelante sola. Norma Bates concibe un odio irracional hacia los hombres, transmitiendo su neurosis a su hijo al someterlo a una relación de dominación total. De hecho, impide su crecimiento mental “al martirizarlo con sentimientos de culpa, pues para lograr esta sumisión, lo ha educado con la creencia de que si algún día llega a abandonarla por otra mujer (al igual que lo hizo su padre), algo terrible sucederá”. (1) La escena de la cena de Norman con Marion, cuando ésta insinúa que tal vez debería encerrar a su madre en un malcomió, deja traslucir esta idea de dependencia: si bien en un primer momento Norman se queja de la dominación, ante la posibilidad de romper esos lazos su mente se desboca, pues no puede ya concebir la vida sin la relación con su madre.
Además, no podemos olvidar que Hitchcock omite un factor fundamental que la novela de Bloch nos presenta explícitamente: la religión. La madre de Norman es una mujer frustrada sexualmente, que se refugia en la religión “como una forma de evasión a sus pulsiones y transmite a su hijo la idea de que todo lo funesto de esta vida es consecuencia de excesos en el sexo, lo cual es un gran pecado”. (2) Sin embargo, “esta visión enfermiza de lo sexual conlleva una realidad mucho más depravada que la que se acusa: el incesto. La madre, al volcar todo su afecto en el hijo, ha propiciado un desarrollo torcido del complejo de Edipo, término psicoanalítico desarrollado por Freud para explicar la temprana atracción del niño hacia sus padres, el cual en la mayoría de los casos se supera con facilidad”. (3)
En una de las mejores secuencias de la película, Lila Crane entra a la casa Bates en busca de la madre de Norman para interrogarla sobre el paradero de su hermana y, sin palabras, la cámara se convierte en nuestra mirada al recorrer las viejas habitaciones: la escalera; un cuarto de baño que parece salido de una estampa del siglo XIX; la habitación de la anciana madre donde se respira una atmósfera fuera del tiempo; la propia recámara del muchacho, llena aún de juguetes, con la cama de niño donde todavía duerme el hombre, con libros cuyos títulos no conocemos pero cuya naturaleza se insinúa con la azorada mirada de Lila al abrir uno que jamás se muestra en pantalla. En su recorrido, la cámara ha reflejado las tres personalidades que se encierran en la mente de Norman: la del adulto con motivaciones sexuales, la del niño que reprime esos impulsos y la de la propia madre.
Es de imaginar que, durante los largos años en los que Norman Bates vive solo con el cadáver disecado de su madre, todas sus manías se han exacerbado. Su sexualidad reprimida sólo se permite ser satisfecha por medio de la observación, del voyeurismo. Para esto, tiene un agujero en la pared de su oficina que va a dar a la habitación contigua. Gusta de mirar a las escasas jóvenes bellas que paran en su motel, a las que deliberadamente les proporciona ese cuarto con el objeto de espiarlas. Cuando Marion Crane decide alojarse, Norman titubea ante el manojo de llaves para decidirse por fin a entregarle la correspondiente al número 1. Tras la cena con la muchacha, que ha exacerbado sus deseos, la observa mientras se desnuda para tomar un baño. Y es entonces cuando convergen las múltiples personalidades de Norman: el hombre se siente excitado ante el cuerpo desnudo de la muchacha, pero el niño sabe que eso es pecado, que la mujer es mala porque lo ha tentado con su cuerpo y debe ser destruida. Pero ese ser infantilizado es demasiado débil como para llevar a cabo una empresa de esa magnitud, y debe ser por consiguiente la madre la que lo libre de esos terribles males, la que mate a la perra que lo ha perturbado.
Mamita querida
El psiquiatra que da su diagnóstico al final no logra captar en su totalidad la horrorizante situación en que ha quedado el protagonista. En su primera declaración, menciona que su madre es la que siempre ha matado a las mujeres que lo trataban de pervertir o a quien trataba de hacerle algún daño. Pero su realidad última es aun más escalofriante: las tres personalidades de Norman se han fundido en una sola, en la de la madre. Pero es una madre buena e inocente, que ha sido víctima de un niño malo que mató a su amante y desenterró el cadáver, y de un hombre malo que la tenía encerrada y que, dominado por sus sucios deseos, mataba a las mujeres. Ella, la madre, es inocente, “incapaz de matar una mosca”, según el libro de Bloch.
De un horror psicológico refinado que logra envolver al espectador, las soberbias escenas de Psicosis crean un lazo de simpatía con los personajes, primero con Marion, luego con Norman. Y tal vez en este punto se evidencia el macabro sentido del humor de Hitchcock, al hacernos sentir que lo sucedido con Norman puede pasarle a cualquiera de nosotros. Como diría el mismo Bates, “creo que todos nos volvemos un poco locos, a veces”.
NOTAS
1. El oscuro mundo de Norman Bates. Lic. Lenina M. Méndez. España, 1999.
2. Ibid.
3. Enciclopedia de la psicología. Lic. Carlos Gispert. Océano, Barcelona, 1983, p. 7
lunes, 24 de noviembre de 2014
Carrie: Ardiendo en el infierno
Con su primera menstruación, rompió una lamparita. Cuando la bañaron en sangre de cerdo, se llevó por delante a todo el pueblo. Y es que la hemoglobina la convierte en una fuerza de la naturaleza, un torbellino infernal capaz de crucificar a su madre con cuchillos dirigidos telepáticamente y de darle un falso susto, post mortem, fundacional, a la pobre Amy Irving. Hace unos días se cumplieron 38 años de su estreno, pero todavía asusta.
Stephen King escribió Carrie, su primera novela, en 1974 y el éxito conseguido provocó que de inmediato se planteara la conversión del libro al formato cinematográfico. Para tal fin, la United Artists contrató a Brian de Palma, que venía de ganar el Premio Británico En el Festival de Edimburgo de 1976 con su film Obsession.
King estructuró la novela intercalando su propia narración con extractos de noticias periodísticas, encuestas, actas de juicios, libros de medicina, etc., que contribuyeron a dotar de verosimilitud los hechos que narraba. Lawrence D. Cohen, sin embargo, optó por la narración lineal a la hora de adaptar el relato al cine, aunque las diferencias entre ambas obras son escasas: en el relato de King, la madre de Carrie muere a consecuencia de un paro cardíaco provocado por la joven, mientras que los efectos devastadores que provoca su venganza alcanzan en el libro proporciones tan astronómicas (todo el pueblo en llamas, decenas de muertos, explosiones, manzanas enteras desaparecidas) que sin duda habrían resultado excesivas en el film.
Por lo demás, De Palma construye su película siguiendo fielmente una historia que le ofrece suficientes elementos como para desarrollar su talento cinematográfico más allá de los obligatorios golpes de efecto que requiere un relato terrorífico (en este sentido resulta ejemplar el tremendo shock final, que puede considerarse iniciador de toda una interminable serie de sustos in extremis dentro del género).
Se ha dicho a menudo que las connotaciones religiosas de Carrie no tienen nada que ver con la imaginación visual de De Palma, mero ilustrador de un argumento ajeno. No obstante, es el director de Nueva Jersey quien asesina al personaje de la madre con una crucifixión (nada mejor para una auténtica fanática religiosa), acribillándola a cuchilladas y mostrándola en postura idéntica a la de la imagen de San Sebastián que guarda en el cuarto oscuro donde castiga a su hija. Evidentemente se trata de una muestra más del barroquismo del realizador, pero también de su interés por acentuar los aspectos religiosos de la historia. De hecho, la simbología en este sentido se sucede sin descanso, ya proceda del material literario original o del sentido visual de De Palma, desde el carácter iniciático de la menstruación de Carrie, detonante de todos los hechos posteriores (magníficamente rodada), hasta el bautismo macabro que recibe la joven cuando le cae encima el balde de sangre.
Independientemente de la calidad del material literario de King, Carrie es una de las mejores adaptaciones de su obra gracias a que De Palma convierte la historia en uno más de sus argumentos. Como el director reconoció, «una historia como la de Carrie me permite optar por el estilo más barroco que se pueda imaginar». No solo aporta soluciones argumentales de cosecha propia, sino que además condiciona la acción a su estilo visual, utilizando algunos de sus recursos habituales, aunque no siempre con idénticos resultados.
La cámara lenta, tanto en la coronación de Tommy y Carrie como en la escena inicial en las duchas, tiene una función dramática contundente, alargando las secuencias casi hasta la exasperación y creando un clima malsano, de expectativa de tragedia desconocida, que funciona de forma soberbia. En ambos casos, cuando la acción recupera su velocidad normal, sobreviene el desastre (la furia desatada en la fiesta y la burla en las duchas). En cambio, la utilización de la pantalla dividida en la escena de la masacre, sin bien sobrecoge no resulta tan efectiva, como el propio director reconoció posteriormente.
En la mayoría de sus primeras obras, De Palma hacía uso del split screen para mostrar dos puntos de vista de la misma acción de manera simultánea. Si bien acertó en algunas ocasiones no sucedió lo mismo con Carrie, donde la división de la pantalla tiende a dispersar la atención del espectador. Además, resulta imposible apartar la vista de la impactante imagen de Carrie bañada en sangre, con sus grandes y blancos ojos abiertos desmesuradamente.
La fotografía de Mario Tosi, con quien De Palma no volvería a trabajar, abunda en tonos que contribuyen a crear una atmósfera sucia e irreal, mientras que la música de Pino Donaggio (en su primera colaboración con De Palma, tras el fallecimiento de Bernard Herrmann) le calza a la película como un guante.
Otra de las grandes e indiscutibles virtudes de Carrie es Sissy Spacek, magnífica en el papel de la jovencita apocada que paulatinamente se hace consciente de sus poderes telequinésicos y acaba sembrando la destrucción en una sangrienta venganza que termina con otra acción simbólica: el asesinato de la madre. Spacek no era ya una adolescente (contaba 27 años, aunque Carrie era sólo su quinta película), pero su físico se adaptó perfectamente al personaje, por el que obtuvo una nominación al Oscar, además de verse beneficiada con el gran éxito que consiguió el film, un claro ejemplo de producto terrorífico resuelto con brillantez, altamente rentable y que hoy todavía es capaz de poner los pelos de punta.
Ficha técnica:
Título original: Carrie (Estados Unidos, 1976)
Dirección: Brian De Palma. Producción: United Artists.
Guión: Lawrence D. Cohen, según la novela de Stephen King.
Fotografía: Mario Tosi. Dirección artística: William Kenny y Jack Fisk.
Música: Pino Donaggio. Montaje: Paul Hirsch.
Efectos especiales: Gregory Auer. Duración: 94 minutos.
Intérpretes: Sissy Spacek (Carry White), Piper Laurie (Margaret White),
Amy Irving (Sue Snell), Nancy Allen (Chris Hargenson), William Katt (Tommy Ross),
John Travolta (Billy Nolan), Betty Buckley (Srta. Collins), P.J. Soles (Norma Watson),
Sydney Lassick (Sr. Fromm), Michael Talbot (Freddy), Cameron De Palma (niño de
la bicicleta).
King estructuró la novela intercalando su propia narración con extractos de noticias periodísticas, encuestas, actas de juicios, libros de medicina, etc., que contribuyeron a dotar de verosimilitud los hechos que narraba. Lawrence D. Cohen, sin embargo, optó por la narración lineal a la hora de adaptar el relato al cine, aunque las diferencias entre ambas obras son escasas: en el relato de King, la madre de Carrie muere a consecuencia de un paro cardíaco provocado por la joven, mientras que los efectos devastadores que provoca su venganza alcanzan en el libro proporciones tan astronómicas (todo el pueblo en llamas, decenas de muertos, explosiones, manzanas enteras desaparecidas) que sin duda habrían resultado excesivas en el film.
Por lo demás, De Palma construye su película siguiendo fielmente una historia que le ofrece suficientes elementos como para desarrollar su talento cinematográfico más allá de los obligatorios golpes de efecto que requiere un relato terrorífico (en este sentido resulta ejemplar el tremendo shock final, que puede considerarse iniciador de toda una interminable serie de sustos in extremis dentro del género).
Se ha dicho a menudo que las connotaciones religiosas de Carrie no tienen nada que ver con la imaginación visual de De Palma, mero ilustrador de un argumento ajeno. No obstante, es el director de Nueva Jersey quien asesina al personaje de la madre con una crucifixión (nada mejor para una auténtica fanática religiosa), acribillándola a cuchilladas y mostrándola en postura idéntica a la de la imagen de San Sebastián que guarda en el cuarto oscuro donde castiga a su hija. Evidentemente se trata de una muestra más del barroquismo del realizador, pero también de su interés por acentuar los aspectos religiosos de la historia. De hecho, la simbología en este sentido se sucede sin descanso, ya proceda del material literario original o del sentido visual de De Palma, desde el carácter iniciático de la menstruación de Carrie, detonante de todos los hechos posteriores (magníficamente rodada), hasta el bautismo macabro que recibe la joven cuando le cae encima el balde de sangre.
Independientemente de la calidad del material literario de King, Carrie es una de las mejores adaptaciones de su obra gracias a que De Palma convierte la historia en uno más de sus argumentos. Como el director reconoció, «una historia como la de Carrie me permite optar por el estilo más barroco que se pueda imaginar». No solo aporta soluciones argumentales de cosecha propia, sino que además condiciona la acción a su estilo visual, utilizando algunos de sus recursos habituales, aunque no siempre con idénticos resultados.
La cámara lenta, tanto en la coronación de Tommy y Carrie como en la escena inicial en las duchas, tiene una función dramática contundente, alargando las secuencias casi hasta la exasperación y creando un clima malsano, de expectativa de tragedia desconocida, que funciona de forma soberbia. En ambos casos, cuando la acción recupera su velocidad normal, sobreviene el desastre (la furia desatada en la fiesta y la burla en las duchas). En cambio, la utilización de la pantalla dividida en la escena de la masacre, sin bien sobrecoge no resulta tan efectiva, como el propio director reconoció posteriormente.
En la mayoría de sus primeras obras, De Palma hacía uso del split screen para mostrar dos puntos de vista de la misma acción de manera simultánea. Si bien acertó en algunas ocasiones no sucedió lo mismo con Carrie, donde la división de la pantalla tiende a dispersar la atención del espectador. Además, resulta imposible apartar la vista de la impactante imagen de Carrie bañada en sangre, con sus grandes y blancos ojos abiertos desmesuradamente.
La fotografía de Mario Tosi, con quien De Palma no volvería a trabajar, abunda en tonos que contribuyen a crear una atmósfera sucia e irreal, mientras que la música de Pino Donaggio (en su primera colaboración con De Palma, tras el fallecimiento de Bernard Herrmann) le calza a la película como un guante.
Otra de las grandes e indiscutibles virtudes de Carrie es Sissy Spacek, magnífica en el papel de la jovencita apocada que paulatinamente se hace consciente de sus poderes telequinésicos y acaba sembrando la destrucción en una sangrienta venganza que termina con otra acción simbólica: el asesinato de la madre. Spacek no era ya una adolescente (contaba 27 años, aunque Carrie era sólo su quinta película), pero su físico se adaptó perfectamente al personaje, por el que obtuvo una nominación al Oscar, además de verse beneficiada con el gran éxito que consiguió el film, un claro ejemplo de producto terrorífico resuelto con brillantez, altamente rentable y que hoy todavía es capaz de poner los pelos de punta.
Ficha técnica:
Título original: Carrie (Estados Unidos, 1976)
Dirección: Brian De Palma. Producción: United Artists.
Guión: Lawrence D. Cohen, según la novela de Stephen King.
Fotografía: Mario Tosi. Dirección artística: William Kenny y Jack Fisk.
Música: Pino Donaggio. Montaje: Paul Hirsch.
Efectos especiales: Gregory Auer. Duración: 94 minutos.
Intérpretes: Sissy Spacek (Carry White), Piper Laurie (Margaret White),
Amy Irving (Sue Snell), Nancy Allen (Chris Hargenson), William Katt (Tommy Ross),
John Travolta (Billy Nolan), Betty Buckley (Srta. Collins), P.J. Soles (Norma Watson),
Sydney Lassick (Sr. Fromm), Michael Talbot (Freddy), Cameron De Palma (niño de
la bicicleta).
viernes, 17 de octubre de 2014
Coleccionismo: A la caza del tesoro perdido
Discos de pasta o vinilo con las voces de Gardel o Mick Jagger, revistas «Caras y Caretas», figuritas de jugadores de fútbol, autitos y hasta lápices. Cualquier cosa tiene cabida en el alma (y en los estantes) de un coleccionista. Una raza que, sorteando las crisis económicas con envidiable pericia, se niega a desaparecer.
A una edad imprecisa, pero que casi siempre coincide con el colegio secundario, cierta clase de humanos se pregunta: ¿qué estoy haciendo aquí? En principio, esa pregunta se circunscribe al entorno (escolar, casi siempre): ¿qué estoy haciendo aquí, escuchando cuántas ramificaciones tiene el río Pilcomayo? Y no pasa mucho antes de que la misma persona se pregunte: ¿qué estoy haciendo aquí en la vida? Puede que esa persona nunca encuentre la respuesta, pero descubrirá que a esa vida puede administrarle placeres, amores, victorias, luchas y –por qué no– una colección de cualquier cosa. Víctor González, psicólogo y coleccionista de revistas de comics, dijo una vez que «en una colección, el ser humano hallará un porcentaje del sentido de la vida. Y los objetos que colecciona, que no lo alimentan, que no lo abrigan, que no le son útiles, le brindan lo que ninguna persona ni situación: el sentimiento de pertenencia absoluta».
Muchos de los coleccionistas con los que hablé sostienen que el espacio que viene a llenar en el hombre una colección puede comenzar por ser afectivo. Parece ser que en la adolescencia, cuando no tenés pareja, la colección ocupa el lugar de algo que te acompaña (dicho esto sin el menor menosprecio por el sexo femenino, of course). Pero la prueba de fuego es cuando se consigue pareja: si continuás coleccionando es porque sos un coleccionista de verdad. Aunque tu mujer (o marido, madre, amigo o hermana) te mire con cara de «pobrecito, ¿no?» y piense que sos poseedor de una regresión infantil en grado avanzado.
La vida por Supergirl
Del mismo modo que existen fanáticos que pueden transformar cualquier cosa –desde clavos a caracoles– en el objeto de sus desvelos, no es menos cierto que existen objetos muñidos de propiedades para transformar a ciertos hombres en fanáticos. En ese sentido, las revistas de historietas (los queridos comics) parecen radiactivas. En un escrito autobiográfico, Ray Bradbury comentaba haber abandonado su completa colección de un superhéroe de historietas cuando cursaba el séptimo grado y evitar así que el grueso de sus compañeritos lo tachara de infantil. Años después, ya adulto, recuperó íntegra su colección.
Para la gran mayoría de los coleccionistas con los que he tratado a lo largo de tantos años, parece ser que la vida del coleccionista se divide en dos etapas. La primera comienza desde tiempo inmemorial y se corta a los doce años. Y recién reencontrás el interés entre los 18 y los 22 años, cuando ya perdés toda pretensión de que pueda haber una forma normal de vivir.
Pero el caso más extraordinario es el de un amigo mío –que ya pasó los 50–, que realizó un periplo casi calcado al de Bradbury. «Dejé de coleccionar a los 13 años. Tenía todas las de Superman, Batman, etc., pero comencé a sentir que la colección se contradecía con esa bendita pregunta de ‘¿qué querés ser cuando seas grande?’ Así que terminé regalando todas las revistas a una iglesia. No es que fueran sagradas, pero casi… No quería venderlas y me pareció que le podían servir a otra gente». Un domingo, ocho años después de haber dejado sus historietas en la iglesia, este amigo iba caminando con su padre por el Parque Rivadavia y vio una revista que anunciaba en su tapa la muerte de Supergirl. «¡Me volví loco! ¿Cómo me iban a matar a Supergirl? Que yo la regalara, pase. ¡Pero que la mataran! La compré para enterarme y, desde entonces hasta hoy, no pude ni quiero parar de comprarlas».
De todo, como en botica
Cuando se dice que hay coleccionistas para todo se sabe de lo que se habla. Y así, coleccionistas de historietas, de discos, de estampillas, de latas, de figuritas, coinciden en inventar valores propios, sin posibilidad de cambio en otro mundo que no sea el suyo. La más rara lata de gaseosa puede no valer un céntimo para un numismático y la marquilla de cigarrillos más preciada por un obsesivo adolescente de Morón puede ser arrojada sin reparos a un canasto de basura en Estambul por un ciudadano que no siente el menor respeto por los envases de cartón. Y si los tesoros le plantean al grueso de la humanidad problemas cuantitativos (largos viajes, exhaustivas búsquedas, poderosas inversiones), el coleccionista realiza la tarea de decidir por él mismo qué es un tesoro y responder así la gran pregunta: ¿a qué consideramos un tesoro?
Particularmente, pienso que el coleccionismo no se puede explicar. Te pasa o no. Es difícil decirle a alguien que pagaste 200 dólares por un pedazo de papel. Pero en pocas palabras es querer atrapar en parte tangible el paso del tiempo con objetos o cosas que te generaron y generan sentimientos.
Y aquí tal vez reside una de las claves del coleccionismo: el valor de la mercancía está determinado por una cantidad de variables que –en el caso que nos ocupa– no pasan por el trabajo invertido en su hechura. Para los coleccionistas, el valor tiene que ver con la cantidad de misterio que un objeto puede contener, con las emociones que ese mismo objeto le genere, con el placer de poseer algo muy buscado por otros y que sólo está en nuestro poder y también con el grado de «calentura» que tengamos por adquirir algo.
El cuento de nunca acabar
«La colección fue en aumento; la casa fue quedándose pequeña. Para hacer hueco para sus objetos, Heepish fue prescindiendo de mobiliario. Llegó el día en que ya no quedaba sitio para la señora Heepish. La Novia de Frankenstein la estaba desplazando. Ella conocía la inutilidad de solicitar siquiera un alto a la recolección, y una disminución era algo impensable. Se mudó y obtuvo el divorcio acusando como rival a la Criatura de la Laguna Negra». Philip José Farmer sabía de lo que hablaba cuando escribió estas palabras en ‘La Imagen de la Bestia’.
Y aunque los objetos que se coleccionan sean diametralmente opuestos, casi se puede afirmar que las almas de los coleccionistas son similares entre sí, ya que hay puntos de contacto entre quien se desgañita por conseguir una edición rara en vinilo de Joan Baez y quien lo da todo por una bayoneta utilizada contra cualquier ser humano en la guerra de Vietnam. El coleccionista siempre será admirado no ya por la extraña pieza que haya conseguido sino por la extraña magia que es capaz de insuflarle a cualquier objeto.
Y como nada detiene a los que coleccionamos –y siempre puede aparecer algún objeto por el que daríamos gustosos la vida– no quiero cerrar este comentario sin contarles que atesoro objetos relacionados con los Beatles, con el cine, comics, libros y revistas de épocas pretéritas y hasta las figuritas con las que me supe entretener con mis compañeritos de la escuela primaria. Y que estaré eternamente agradecido con aquel desprendido que quiera colaborar con mi locura.
Todavía puedo deshacerme de algunos muebles.
A una edad imprecisa, pero que casi siempre coincide con el colegio secundario, cierta clase de humanos se pregunta: ¿qué estoy haciendo aquí? En principio, esa pregunta se circunscribe al entorno (escolar, casi siempre): ¿qué estoy haciendo aquí, escuchando cuántas ramificaciones tiene el río Pilcomayo? Y no pasa mucho antes de que la misma persona se pregunte: ¿qué estoy haciendo aquí en la vida? Puede que esa persona nunca encuentre la respuesta, pero descubrirá que a esa vida puede administrarle placeres, amores, victorias, luchas y –por qué no– una colección de cualquier cosa. Víctor González, psicólogo y coleccionista de revistas de comics, dijo una vez que «en una colección, el ser humano hallará un porcentaje del sentido de la vida. Y los objetos que colecciona, que no lo alimentan, que no lo abrigan, que no le son útiles, le brindan lo que ninguna persona ni situación: el sentimiento de pertenencia absoluta».
Muchos de los coleccionistas con los que hablé sostienen que el espacio que viene a llenar en el hombre una colección puede comenzar por ser afectivo. Parece ser que en la adolescencia, cuando no tenés pareja, la colección ocupa el lugar de algo que te acompaña (dicho esto sin el menor menosprecio por el sexo femenino, of course). Pero la prueba de fuego es cuando se consigue pareja: si continuás coleccionando es porque sos un coleccionista de verdad. Aunque tu mujer (o marido, madre, amigo o hermana) te mire con cara de «pobrecito, ¿no?» y piense que sos poseedor de una regresión infantil en grado avanzado.
La vida por Supergirl
Del mismo modo que existen fanáticos que pueden transformar cualquier cosa –desde clavos a caracoles– en el objeto de sus desvelos, no es menos cierto que existen objetos muñidos de propiedades para transformar a ciertos hombres en fanáticos. En ese sentido, las revistas de historietas (los queridos comics) parecen radiactivas. En un escrito autobiográfico, Ray Bradbury comentaba haber abandonado su completa colección de un superhéroe de historietas cuando cursaba el séptimo grado y evitar así que el grueso de sus compañeritos lo tachara de infantil. Años después, ya adulto, recuperó íntegra su colección.
Para la gran mayoría de los coleccionistas con los que he tratado a lo largo de tantos años, parece ser que la vida del coleccionista se divide en dos etapas. La primera comienza desde tiempo inmemorial y se corta a los doce años. Y recién reencontrás el interés entre los 18 y los 22 años, cuando ya perdés toda pretensión de que pueda haber una forma normal de vivir.
Pero el caso más extraordinario es el de un amigo mío –que ya pasó los 50–, que realizó un periplo casi calcado al de Bradbury. «Dejé de coleccionar a los 13 años. Tenía todas las de Superman, Batman, etc., pero comencé a sentir que la colección se contradecía con esa bendita pregunta de ‘¿qué querés ser cuando seas grande?’ Así que terminé regalando todas las revistas a una iglesia. No es que fueran sagradas, pero casi… No quería venderlas y me pareció que le podían servir a otra gente». Un domingo, ocho años después de haber dejado sus historietas en la iglesia, este amigo iba caminando con su padre por el Parque Rivadavia y vio una revista que anunciaba en su tapa la muerte de Supergirl. «¡Me volví loco! ¿Cómo me iban a matar a Supergirl? Que yo la regalara, pase. ¡Pero que la mataran! La compré para enterarme y, desde entonces hasta hoy, no pude ni quiero parar de comprarlas».
De todo, como en botica
Cuando se dice que hay coleccionistas para todo se sabe de lo que se habla. Y así, coleccionistas de historietas, de discos, de estampillas, de latas, de figuritas, coinciden en inventar valores propios, sin posibilidad de cambio en otro mundo que no sea el suyo. La más rara lata de gaseosa puede no valer un céntimo para un numismático y la marquilla de cigarrillos más preciada por un obsesivo adolescente de Morón puede ser arrojada sin reparos a un canasto de basura en Estambul por un ciudadano que no siente el menor respeto por los envases de cartón. Y si los tesoros le plantean al grueso de la humanidad problemas cuantitativos (largos viajes, exhaustivas búsquedas, poderosas inversiones), el coleccionista realiza la tarea de decidir por él mismo qué es un tesoro y responder así la gran pregunta: ¿a qué consideramos un tesoro?
Particularmente, pienso que el coleccionismo no se puede explicar. Te pasa o no. Es difícil decirle a alguien que pagaste 200 dólares por un pedazo de papel. Pero en pocas palabras es querer atrapar en parte tangible el paso del tiempo con objetos o cosas que te generaron y generan sentimientos.
Y aquí tal vez reside una de las claves del coleccionismo: el valor de la mercancía está determinado por una cantidad de variables que –en el caso que nos ocupa– no pasan por el trabajo invertido en su hechura. Para los coleccionistas, el valor tiene que ver con la cantidad de misterio que un objeto puede contener, con las emociones que ese mismo objeto le genere, con el placer de poseer algo muy buscado por otros y que sólo está en nuestro poder y también con el grado de «calentura» que tengamos por adquirir algo.
El cuento de nunca acabar
«La colección fue en aumento; la casa fue quedándose pequeña. Para hacer hueco para sus objetos, Heepish fue prescindiendo de mobiliario. Llegó el día en que ya no quedaba sitio para la señora Heepish. La Novia de Frankenstein la estaba desplazando. Ella conocía la inutilidad de solicitar siquiera un alto a la recolección, y una disminución era algo impensable. Se mudó y obtuvo el divorcio acusando como rival a la Criatura de la Laguna Negra». Philip José Farmer sabía de lo que hablaba cuando escribió estas palabras en ‘La Imagen de la Bestia’.
Y aunque los objetos que se coleccionan sean diametralmente opuestos, casi se puede afirmar que las almas de los coleccionistas son similares entre sí, ya que hay puntos de contacto entre quien se desgañita por conseguir una edición rara en vinilo de Joan Baez y quien lo da todo por una bayoneta utilizada contra cualquier ser humano en la guerra de Vietnam. El coleccionista siempre será admirado no ya por la extraña pieza que haya conseguido sino por la extraña magia que es capaz de insuflarle a cualquier objeto.
Y como nada detiene a los que coleccionamos –y siempre puede aparecer algún objeto por el que daríamos gustosos la vida– no quiero cerrar este comentario sin contarles que atesoro objetos relacionados con los Beatles, con el cine, comics, libros y revistas de épocas pretéritas y hasta las figuritas con las que me supe entretener con mis compañeritos de la escuela primaria. Y que estaré eternamente agradecido con aquel desprendido que quiera colaborar con mi locura.
Todavía puedo deshacerme de algunos muebles.
jueves, 2 de octubre de 2014
lunes, 29 de septiembre de 2014
Mafalda cumple 50!
martes, 23 de septiembre de 2014
Stephen King: Universos de terror
En realidad nunca se fue pero, desde librerías, kioscos, videoclubes e Internet, Stephen King nos invade con sus obras de terror para amigos y enemigos. Desde su primera y brillante «Carrie» -que le convirtió en la nueva fuente de escalofríos y dólares de las cuatro últimas décadas- hasta novelas mas o menos recientes como «Joyland» o «Doctor Sleep» (secuela de «El Resplandor»), pasando por favoritos de todos los niños como «Tommynockers» e «It», cualquier momento es bueno para meternos de lleno en el mundo escalofriante que nos propone el Rey del Terror.
Y es que leer a Stephen King, como ser fan de Star Trek, aficionado a los juegos de rol, fanático de El señor de los anillos y similares, se ha convertido en una profesión de tiempo completo. Poco a poco, el volumen de la obra de este killer profesional del terror va adquiriendo el aspecto amenazador de las obras completas de Balzac, Dickens o Tolstoi. Así que, por si alguien se encuentra apabullado por el infinito número de páginas escritas por Stephen King, aquí va una personal (muy personal) lista de las indispensables:
Cementerio de Animales (Pet Sematary) - Tal vez la mejor. Dura, terrorífica, filosófica, lovecraftiana y sin piedad alguna para con el lector o los protagonistas. Zombis, amor, muerte y leyendas indias.
La Hora del Vampiro (Salem’s Lot) - Un novelón de vampiros cruzado con Edgar Poe. Sigue siendo la mejor novela de chupasangres modernos, muy por encima de las diferentes variantes propuestas por Anne Rice en su Entrevista con un Vampiro o por Stephenie Meyer en la saga Crepúsculo.
Carrie - La obra seminal del nuevo terror adolescente de los años ‘80. Una eficaz y sensible introspección en el alma femenina juvenil y sus complejos. El rey se convierte en Stephen Queen.
El Resplandor (The Shinning) - Una de las mejores novelas de caserón encantado del terror moderno. Aunque demora un poco en entrar en materia, cuando lo hace te arrastra.
La mitad siniestra (The dark half) - Las confesiones inconfesables de King, cada vez más dividido entre su profesión de asustar niños y grandes y sus pretensiones de autor serio que aquí, a su personaje (su doble, en realidad) casi le cuesta la vida.
Christine - La historia del automóvil con vida propia que se dedica a pasarle por encima a las personas desprevenidas se convirtió en uno de los grandes éxitos literarios de King y en uno de los errores más vergonzosos de la carrera de John Carpenter, director responsable de su traspaso al cine.
Misery - Si la película fue bárbara, el libro es mejor. Hasta podemos respirar la claustrofóbica atmósfera propuesta por la enfermera demente. Y nos duelen las mutilaciones.
El primer fulgor de Stephen King trajo junto a su deslumbrante estrellato un renacer de la novela de terror moderna, un renacer que, por lo visto, no ha soportado los años ‘90 y mucho menos la llegada del nuevo milenio. Es cierto que a King le siguen leyendo niños, grandes, ancianos y psicópatas de todo tipo, pero su éxito es absolutamente personal e intransferible.
La pasión por King es como la pasión por Elvis (que puede y debe excluir a Gene Vincent, Bill Halley y Carl Perkins), por los Beatles (que prescinde de los Rolling, de los Who y de Dios) o por Tolkien (que pasa de La Iliada). Un fenómeno marciano y unipersonal.
King en cine: póker de ases
De todos los hijos de Stephen King que saltaron de la letra y el papel a la pantalla grande (y fueron muchos) brillan, a mi entender, cuatro títulos. Para verlos una y otra vez:
Carrie (Brian de Palma, 1976) - La historia del patito feo que no tuvo tiempo de convertirse en cisne. Eso, matizado con una buena dosis de menstruaciones, delirios religiosos, cine teenager, fiestas de graduación y un poco de sangre de cerdo, convirtió al primer best-seller de King en una obra mayúscula firmada por un De Palma descontrolado, aún no contaminado por las manías gratuitas que pudrieron algunos de sus filmes posteriores.
Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) - Interesante sobre todo por ser la única adaptación de una obra de King poco fantástica (The Body, para más señas), este film demuestra como Reiner, aplicado e irónico artesano, puede sacar punta a una insulsa historia de niños-que-se-inician-en-la-vida-adulta, y convertirla en una ingenua pero agradable visión de la adolescencia. Su abundante honestidad le perdona algunos toques cursis. Juventud, divino tesoro...
Cementerio de animales (Mary Lambert, 1989) - En este caso, la directora orquestó una ficción morbosa e intranquilizadora que, a pesar de sus momentos bajos (que los tiene), llegaba a donde tenía que llegar: a nuestros miedos más primarios y descorazonadores. Un gran acierto: un Pepe Grillo del más allá que hace de voz de la conciencia del protagonista.
Misery (Rob Reiner, 1990) - En este particular ensayo sobre el dolor de la creación literaria, King
excomulgaba todos los demonios de su sucia alma, y se disculpaba por vender tantos libros y tener la intención de seguir haciéndolo. Reiner se limitaba, pues, a ser un ilustrador de esta obra de teatro encubierta y montada por dos actores excelentes, que se insultan, se atacan, se aman y se pelean, uno intentando salvar su pellejo de escritor arrepentido de sus éxitos y otra -ella- intentando resucitar una heroína de novela que ha hecho más llevaderos sus días psicopáticos.
1408 (Mikael Håfström, 2007) - Basada en un cuento corto homónimo de King y protagonizada por John Cusack y Samuel L. Jackson, la película narra la historia de un escritor que es testigo de sucesos sobrenaturales en la habitación de un hotel. La idea de dotar a la habitación de una inteligencia capaz de hacer que todos los demonios interiores afloren es uno más de sus grandes aciertos del film. Los recuerdos y el fantasma de su hija fallecida martillean sobre la cabeza del escritor haciendo que no diferencie la realidad de las trampas que la habitación le tiende.
Videodrome, videoking
La otra fuerza invasora dirigida con implacable puntería hacia los kingnianos es la serie de películas que pasaron por el cine sin pena ni gloria y que luego fueron editadas en video y -más acá- en DVD. En este último caso, pobladas de «bonus track» para que el espectador pueda solazarse adentrándose en la tortuosa mente del escritor.. Pero, independientemente de los títulos más reconocidos (Carrie, Misery, Cementerio de animales, etc.) y para solaz de los adictos al cine visto en casa, aquí va un listado de las obras menos conocidas, todas ellas adaptaciones a la pantalla del universo del Maestro:
Cujo (Lewis Teague, 1983) - Tan incapaz de levantar el entusiasmo como la novela, mantiene sin embargo el suspenso a base de buena dirección y trucos. Teague dejó a un lado la diatriba al adulterio que ocupaba muchas de las páginas del libro para potenciar lo que en verdad interesaba en una cinta de terror psicológico: una madre y su hijo encerrados en un coche a merced de un dinosaurio-San Bernardo rabioso, dispuesto a amargarles su american way of life. No se le puede pedir más a un perro.
Los ojos del gato (Lewis Teague, 1985) - Un film de episodios correcto y agradable que explora el lado hitchcockniano de King. Y la posibilidad de ver a Drew Barrymore cuando todavía era una niña inocente.
Creepshow (George A. Romero, 1982) - El primer encuentro entre el inventor del zombi postmoderno y el creador del terror actual. Un homenaje a sus fuentes comunes (los comics), con un film de episodios simpáticos. De todos, destaca un relato antológico, magnífico, en el que unas cucarachas invaden el limpio territorio de un obsesivo urbanita.
La zona muerta (David Cronenberg, 1983) - El primer film americano del director canadiense y una buena adaptación del universo King. La historia con punto de partida médico -muy del agrado de Cronenberg- deriva, como la novela, hacia el thriller. El director imprimió su mirada cínica, fría y atormentada en una cinta trágica y angustiosa, que habla tanto de la imposibilidad de querer como de la presencia invisible de la muerte en cada recoveco de nuestra mente y de nuestra vida. Porque tras la mirada de ese profesor de literatura interpretado por un espléndido Christopher Walken sólo hay desolación y monstruosidad.
La resurrección del mal (Adam Grossman, 1995) - Tomando unos personajes creados por el rey (ni recuerdo dónde), el director consigue un film competente con mucha sangre y algo de satanismo y sexo.
Sustos en la pequeña pantalla
Si las adaptaciones cinematográficas de la obra de Stephen King han sido legión, las incursiones dentro de la televisión tampoco se han quedado cortas. En 1979, Tobe Hooper dirigió a David Soul (aquel de la serie Starsky y Hutch) en una producción para la CBS de cuatro horas de duración dividida en dos capítulos de dos horas, bautizada con el nombre de «El misterio de Salem’s Lot». Una de las constantes del trabajo de King, la del escritor confundido como protagonista, se unía a una trama infestada de sustos garantizados y misterios vampíricos. Basada en la novela La hora del vampiro, es, hasta la fecha, la adaptación televisiva más razonable y entretenida.
No sería hasta 1990 cuando un texto original del exitoso novelista sufriera de nuevo el traspaso a formato miniserie. «It», producida por la cadena norteamericana ABC -al igual que todas las adaptaciones siguientes-, resultó un divertimento discreto del que cabe destacar la maliciosa interpretación de Tim Curry (The Rocky horror picture show) como el payaso de Mc Donalds que aterra a ese puñado de niños con forma de adultos que nunca llegaron a crecer.
A esta le siguió «Los Tommyknockers» (1993), una torpe historia de fuerzas alienígenas con doce millones de dólares de presupuesto, olvidable a todas luces a excepción de las intervenciones del siempre correcto Jimmy Smits y de la sustanciosa ex-reina del cine porno Traci Lords. Posteriormente, «Apocalipsis», acaso la novela más ambiciosa de King, fue trasladada a imagen real por el director Mick Garris que nos ofrece aquí su creación más lúcida. Inusualmente, dado que se trataba de un producto para la TV, el reparto de «Apocalipsis» era fenomenal: Molly Ringwald, Gary Sinise (el teniente lisiado de Forrest Gump), Rob Lowe, Laura San Giacomo, Ruby Dee y Matt Frewer.
«Los Langoliers», dirigida por Tom Holland y con cuatro horas de duración, fue otra de las adaptaciones realizadas en los años ‘90. Una base literaria aburrida y pobres efectos digitales la convirtieron en un producto regular del que sólo se salvó la correcta actuación de Brent Spiner (Star Trek: La nueva generación). Y en 1997, «El resplandor», el relato de King que Stanley Kubrick popularizara con su polémica versión cinematográfica, fue llevado a la televisión mediante una nueva miniserie.
El director de «La naranja mecánica» había realizado una versión bastante sui generis del texto de King, obviando ciertos elementos que para el novelista eran esenciales, y alterando su final. Diecisiete años después, Jack Torrance, el turbulento escritor alcohólico que en el pasado interpretase Jack Nicholson, se reencarnó en la figura del actor Steven Weber para cuidar de nuevo a los espíritus del Overlook Hotel junto a la siempre suculenta Rebecca de Mornay. Así, El resplandor tuvo otra oportunidad para pasar a imagen real tal como su creador la concibiese, a través de una miniserie de seis horas de duración.
Para asegurarse de que la película fuese de su agrado, King se encargó de firmar el guión y, además, eligió nuevamente al director Mick Garris para la adaptación. Pero, a pesar de todos los cuidados, la nueva versión de El resplandor resultó bastante aburrida: el largo del metraje pareció superar al director; nadie se enganchó con el personaje de Weber, quien hizo extrañar demasiado a Nicholson, y -para cerrar el cuadro- al film le costaba arrancar casi dos horas para que, al final, todo se precipitase de mala manera.
Ya en el nuevo milenio, las actuales series «Haven» (basada en «Colorado Kid», novela del 2005) y «Under the Dome» (basada en la novela homónima del 2009) son dos intentos muy válidos de llevar a la TV la obra de King que, en ambos casos, se reservó para sí el papel de productor para poder supervisar que las historias que se narran sean congruentes con lo que él escribió. Con cinco y tres temporadas en sus espaldas, ambas series consiguieron una importante aprobación de los seguidores de King.
The end
Si algo le podemos conceder a King es el haberle dado masividad a dos géneros que -todavía hoy- son considerados «menores» por la «alta cultura»: el suspenso y el terror. Con textos trepidantes, aterradores en algunos casos, con esa forma de narrar, como de hermano mayor y experimentado que te habla como a un confidente, (para mí, uno de sus principales valores), manejando como pocos la ventaja de saber que ningún lector se atreverá a soltar el libro sin averiguar cómo se resuelve el asunto principal y -sobre todo- enseñándonos que el terror puede ser cualquier objeto de uso cotidiano que tengamos en nuestros hogares, King ha saltado la barrera de «literatura para adolescentes"» hace ya tiempo aunque deberá demostrar hasta su último día que no sólo es una máquina de hacer "best-sellers": «Leo cuatro horas al día y escribo cuatro horas al día. Si no encuentras el tiempo para hacerlo no podrás convertirte en un buen escritor.»
Y es que leer a Stephen King, como ser fan de Star Trek, aficionado a los juegos de rol, fanático de El señor de los anillos y similares, se ha convertido en una profesión de tiempo completo. Poco a poco, el volumen de la obra de este killer profesional del terror va adquiriendo el aspecto amenazador de las obras completas de Balzac, Dickens o Tolstoi. Así que, por si alguien se encuentra apabullado por el infinito número de páginas escritas por Stephen King, aquí va una personal (muy personal) lista de las indispensables:
Cementerio de Animales (Pet Sematary) - Tal vez la mejor. Dura, terrorífica, filosófica, lovecraftiana y sin piedad alguna para con el lector o los protagonistas. Zombis, amor, muerte y leyendas indias.
La Hora del Vampiro (Salem’s Lot) - Un novelón de vampiros cruzado con Edgar Poe. Sigue siendo la mejor novela de chupasangres modernos, muy por encima de las diferentes variantes propuestas por Anne Rice en su Entrevista con un Vampiro o por Stephenie Meyer en la saga Crepúsculo.
Carrie - La obra seminal del nuevo terror adolescente de los años ‘80. Una eficaz y sensible introspección en el alma femenina juvenil y sus complejos. El rey se convierte en Stephen Queen.
El Resplandor (The Shinning) - Una de las mejores novelas de caserón encantado del terror moderno. Aunque demora un poco en entrar en materia, cuando lo hace te arrastra.
La mitad siniestra (The dark half) - Las confesiones inconfesables de King, cada vez más dividido entre su profesión de asustar niños y grandes y sus pretensiones de autor serio que aquí, a su personaje (su doble, en realidad) casi le cuesta la vida.
Christine - La historia del automóvil con vida propia que se dedica a pasarle por encima a las personas desprevenidas se convirtió en uno de los grandes éxitos literarios de King y en uno de los errores más vergonzosos de la carrera de John Carpenter, director responsable de su traspaso al cine.
Misery - Si la película fue bárbara, el libro es mejor. Hasta podemos respirar la claustrofóbica atmósfera propuesta por la enfermera demente. Y nos duelen las mutilaciones.
Sissy Spacek a punto de llevarse por delante a todo el pueblo en "Carrie" |
La pasión por King es como la pasión por Elvis (que puede y debe excluir a Gene Vincent, Bill Halley y Carl Perkins), por los Beatles (que prescinde de los Rolling, de los Who y de Dios) o por Tolkien (que pasa de La Iliada). Un fenómeno marciano y unipersonal.
King en cine: póker de ases
De todos los hijos de Stephen King que saltaron de la letra y el papel a la pantalla grande (y fueron muchos) brillan, a mi entender, cuatro títulos. Para verlos una y otra vez:
Carrie (Brian de Palma, 1976) - La historia del patito feo que no tuvo tiempo de convertirse en cisne. Eso, matizado con una buena dosis de menstruaciones, delirios religiosos, cine teenager, fiestas de graduación y un poco de sangre de cerdo, convirtió al primer best-seller de King en una obra mayúscula firmada por un De Palma descontrolado, aún no contaminado por las manías gratuitas que pudrieron algunos de sus filmes posteriores.
Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) - Interesante sobre todo por ser la única adaptación de una obra de King poco fantástica (The Body, para más señas), este film demuestra como Reiner, aplicado e irónico artesano, puede sacar punta a una insulsa historia de niños-que-se-inician-en-la-vida-adulta, y convertirla en una ingenua pero agradable visión de la adolescencia. Su abundante honestidad le perdona algunos toques cursis. Juventud, divino tesoro...
Cementerio de animales (Mary Lambert, 1989) - En este caso, la directora orquestó una ficción morbosa e intranquilizadora que, a pesar de sus momentos bajos (que los tiene), llegaba a donde tenía que llegar: a nuestros miedos más primarios y descorazonadores. Un gran acierto: un Pepe Grillo del más allá que hace de voz de la conciencia del protagonista.
Misery (Rob Reiner, 1990) - En este particular ensayo sobre el dolor de la creación literaria, King
excomulgaba todos los demonios de su sucia alma, y se disculpaba por vender tantos libros y tener la intención de seguir haciéndolo. Reiner se limitaba, pues, a ser un ilustrador de esta obra de teatro encubierta y montada por dos actores excelentes, que se insultan, se atacan, se aman y se pelean, uno intentando salvar su pellejo de escritor arrepentido de sus éxitos y otra -ella- intentando resucitar una heroína de novela que ha hecho más llevaderos sus días psicopáticos.
1408 (Mikael Håfström, 2007) - Basada en un cuento corto homónimo de King y protagonizada por John Cusack y Samuel L. Jackson, la película narra la historia de un escritor que es testigo de sucesos sobrenaturales en la habitación de un hotel. La idea de dotar a la habitación de una inteligencia capaz de hacer que todos los demonios interiores afloren es uno más de sus grandes aciertos del film. Los recuerdos y el fantasma de su hija fallecida martillean sobre la cabeza del escritor haciendo que no diferencie la realidad de las trampas que la habitación le tiende.
Videodrome, videoking
La otra fuerza invasora dirigida con implacable puntería hacia los kingnianos es la serie de películas que pasaron por el cine sin pena ni gloria y que luego fueron editadas en video y -más acá- en DVD. En este último caso, pobladas de «bonus track» para que el espectador pueda solazarse adentrándose en la tortuosa mente del escritor.. Pero, independientemente de los títulos más reconocidos (Carrie, Misery, Cementerio de animales, etc.) y para solaz de los adictos al cine visto en casa, aquí va un listado de las obras menos conocidas, todas ellas adaptaciones a la pantalla del universo del Maestro:
Cujo (Lewis Teague, 1983) - Tan incapaz de levantar el entusiasmo como la novela, mantiene sin embargo el suspenso a base de buena dirección y trucos. Teague dejó a un lado la diatriba al adulterio que ocupaba muchas de las páginas del libro para potenciar lo que en verdad interesaba en una cinta de terror psicológico: una madre y su hijo encerrados en un coche a merced de un dinosaurio-San Bernardo rabioso, dispuesto a amargarles su american way of life. No se le puede pedir más a un perro.
Los ojos del gato (Lewis Teague, 1985) - Un film de episodios correcto y agradable que explora el lado hitchcockniano de King. Y la posibilidad de ver a Drew Barrymore cuando todavía era una niña inocente.
Creepshow (George A. Romero, 1982) - El primer encuentro entre el inventor del zombi postmoderno y el creador del terror actual. Un homenaje a sus fuentes comunes (los comics), con un film de episodios simpáticos. De todos, destaca un relato antológico, magnífico, en el que unas cucarachas invaden el limpio territorio de un obsesivo urbanita.
La zona muerta (David Cronenberg, 1983) - El primer film americano del director canadiense y una buena adaptación del universo King. La historia con punto de partida médico -muy del agrado de Cronenberg- deriva, como la novela, hacia el thriller. El director imprimió su mirada cínica, fría y atormentada en una cinta trágica y angustiosa, que habla tanto de la imposibilidad de querer como de la presencia invisible de la muerte en cada recoveco de nuestra mente y de nuestra vida. Porque tras la mirada de ese profesor de literatura interpretado por un espléndido Christopher Walken sólo hay desolación y monstruosidad.
La resurrección del mal (Adam Grossman, 1995) - Tomando unos personajes creados por el rey (ni recuerdo dónde), el director consigue un film competente con mucha sangre y algo de satanismo y sexo.
Sustos en la pequeña pantalla
Si las adaptaciones cinematográficas de la obra de Stephen King han sido legión, las incursiones dentro de la televisión tampoco se han quedado cortas. En 1979, Tobe Hooper dirigió a David Soul (aquel de la serie Starsky y Hutch) en una producción para la CBS de cuatro horas de duración dividida en dos capítulos de dos horas, bautizada con el nombre de «El misterio de Salem’s Lot». Una de las constantes del trabajo de King, la del escritor confundido como protagonista, se unía a una trama infestada de sustos garantizados y misterios vampíricos. Basada en la novela La hora del vampiro, es, hasta la fecha, la adaptación televisiva más razonable y entretenida.
No sería hasta 1990 cuando un texto original del exitoso novelista sufriera de nuevo el traspaso a formato miniserie. «It», producida por la cadena norteamericana ABC -al igual que todas las adaptaciones siguientes-, resultó un divertimento discreto del que cabe destacar la maliciosa interpretación de Tim Curry (The Rocky horror picture show) como el payaso de Mc Donalds que aterra a ese puñado de niños con forma de adultos que nunca llegaron a crecer.
A esta le siguió «Los Tommyknockers» (1993), una torpe historia de fuerzas alienígenas con doce millones de dólares de presupuesto, olvidable a todas luces a excepción de las intervenciones del siempre correcto Jimmy Smits y de la sustanciosa ex-reina del cine porno Traci Lords. Posteriormente, «Apocalipsis», acaso la novela más ambiciosa de King, fue trasladada a imagen real por el director Mick Garris que nos ofrece aquí su creación más lúcida. Inusualmente, dado que se trataba de un producto para la TV, el reparto de «Apocalipsis» era fenomenal: Molly Ringwald, Gary Sinise (el teniente lisiado de Forrest Gump), Rob Lowe, Laura San Giacomo, Ruby Dee y Matt Frewer.
«Los Langoliers», dirigida por Tom Holland y con cuatro horas de duración, fue otra de las adaptaciones realizadas en los años ‘90. Una base literaria aburrida y pobres efectos digitales la convirtieron en un producto regular del que sólo se salvó la correcta actuación de Brent Spiner (Star Trek: La nueva generación). Y en 1997, «El resplandor», el relato de King que Stanley Kubrick popularizara con su polémica versión cinematográfica, fue llevado a la televisión mediante una nueva miniserie.
El director de «La naranja mecánica» había realizado una versión bastante sui generis del texto de King, obviando ciertos elementos que para el novelista eran esenciales, y alterando su final. Diecisiete años después, Jack Torrance, el turbulento escritor alcohólico que en el pasado interpretase Jack Nicholson, se reencarnó en la figura del actor Steven Weber para cuidar de nuevo a los espíritus del Overlook Hotel junto a la siempre suculenta Rebecca de Mornay. Así, El resplandor tuvo otra oportunidad para pasar a imagen real tal como su creador la concibiese, a través de una miniserie de seis horas de duración.
Para asegurarse de que la película fuese de su agrado, King se encargó de firmar el guión y, además, eligió nuevamente al director Mick Garris para la adaptación. Pero, a pesar de todos los cuidados, la nueva versión de El resplandor resultó bastante aburrida: el largo del metraje pareció superar al director; nadie se enganchó con el personaje de Weber, quien hizo extrañar demasiado a Nicholson, y -para cerrar el cuadro- al film le costaba arrancar casi dos horas para que, al final, todo se precipitase de mala manera.
Ya en el nuevo milenio, las actuales series «Haven» (basada en «Colorado Kid», novela del 2005) y «Under the Dome» (basada en la novela homónima del 2009) son dos intentos muy válidos de llevar a la TV la obra de King que, en ambos casos, se reservó para sí el papel de productor para poder supervisar que las historias que se narran sean congruentes con lo que él escribió. Con cinco y tres temporadas en sus espaldas, ambas series consiguieron una importante aprobación de los seguidores de King.
The end
Si algo le podemos conceder a King es el haberle dado masividad a dos géneros que -todavía hoy- son considerados «menores» por la «alta cultura»: el suspenso y el terror. Con textos trepidantes, aterradores en algunos casos, con esa forma de narrar, como de hermano mayor y experimentado que te habla como a un confidente, (para mí, uno de sus principales valores), manejando como pocos la ventaja de saber que ningún lector se atreverá a soltar el libro sin averiguar cómo se resuelve el asunto principal y -sobre todo- enseñándonos que el terror puede ser cualquier objeto de uso cotidiano que tengamos en nuestros hogares, King ha saltado la barrera de «literatura para adolescentes"» hace ya tiempo aunque deberá demostrar hasta su último día que no sólo es una máquina de hacer "best-sellers": «Leo cuatro horas al día y escribo cuatro horas al día. Si no encuentras el tiempo para hacerlo no podrás convertirte en un buen escritor.»
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