jueves, 17 de abril de 2014
Los Beatles por García Márquez
En recuerdo de uno de los más grandes escritores que haya dado América Latina, y a quien voy a extrañar...
Los Beatles
Por Gabriel García Márquez
Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles.
Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres; "Help, I need somebody”. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla a favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es oiseau de malheur, es decir, pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñe, desde entonces, en incluir a los Beatles.
Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un critico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”. Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a maquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.
Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con mas de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quien soy, ni que carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inicio la liberación del sexo y otras drogas para soñar.
Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.
En "16 de Diciembre de 1980"
Extractado de Notas de prensa 1980 – 1984
miércoles, 16 de abril de 2014
Discurso final de "El gran dictador"
«Lo siento, pero yo no quiero ser emperador, porque ése no es mi oficio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie sino ayudar a todos si fuera posible, a judíos y gentiles, a blancos y negros. Todos tenemos que ayudamos, pues así son los seres humanos.
Deseamos vivir la felicidad del otro, no su angustia, ni queremos odiar y despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos, y la tierra es rica y puede proveer para todos. El camino de la vida podría ser libre y hermoso pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado el alma de los hombres y ha formado barricadas de odio en este mundo. Nos ha hecho ir despacio, sobre todo por la sangre derramada. Hemos dominado la velocidad pero la maquinaria que nos dio la abundancia también nos ha dado la privación.
La sabiduría nos ha dado el cinismo, nuestro ingenio nos ha hecho duros y faltos de bondad. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. No necesitamos tanta maquinaria sino más humanitarismo. Y más que ingenio necesitamos bondad y dulzura. Sin estas cualidades, la vida es violenta y todo está perdido.
La aviación y la radio nos han acercado unos a otros, y la verdadera naturaleza de estos inventos clama por la bondad del hombre, grita por la hermandad universal, por la unidad de todos. Ahora mismo, mi voz llega a millones de personas del mundo entero, a millones de hombres desesperados, de mujeres y niños, víctimas del sistema que provoca que los hombres torturen y encarcelen a gente inocente.
A los que puedan oírme les digo: no desesperen. La angustia que nos atenaza es sólo el paso a la codicia, a la amargura de hombres que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará y los dictadores caerán, y el poder arrebatado por ellos al pueblo volverá al pueblo. Mientras haya hombres que mueran por ella, la libertad no perecerá.
Soldados, no se entreguen a los brutos, a los hombres que los desprecian y esclavizan, que rigen vuestras vidas, que les dicen lo que deben pensar, hacer y sentir, que les dejan morir de hambre, que les tratan como ganado, que les utilizan como carne de cañón. No se entreguen a estos hombres artificiales, hombres-máquina con mentes mecanizadas y corazones mecanizados. Ustedes no son máquinas, no son ganado, sino que son hombres. Tienen el amor de la humanidad en vuestros corazones y no odian. Sólo los no amados odian, los no amados y los no naturales.
Soldados, no luchen por la esclavitud, luchen por la libertad. El capítulo diecisiete del Evangelio de San Lucas dice: "El reino de Dios está en el hombre". No en un hombre, no en un grupo de hombres, sino en todos los hombres.
Ustedes, que son el pueblo, ostentan el poder de crear maquinaria, de crear felicidad. Ustedes, el pueblo, pueden hacer que la vida sea libre y hermosa, pueden convertir esta vida en una magnífica aventura. Pues bien, en nombre de la democracia utilicemos este poder.
Unámonos. Luchemos por un mundo nuevo, un mundo honesto y mejor que dé a los hombres la oportunidad de trabajar, que dé a los jóvenes un futuro y a los ancianos una seguridad. Prometiendo todo esto llegaron los brutos al poder. Pero mintieron. No cumplieron nada. Jamás lo cumplirán. Los dictadores se liberan a sí mismos, pero esclavizan al pueblo.
Bien, luchemos para cumplir esa promesa. Luchemos para liberar al mundo y acabemos con las barreras nacionales, acabemos con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón, de la justicia, un mundo donde la ciencia y el progreso nos lleven a la felicidad general. Soldados, en nombre de la democracia, unámonos.
Hannah ¿puedes oírme? Estés donde estés... ¡mira a lo alto! ¡Mira a lo alto, Hannah! ¡Las nubes desaparecen! ¡Aparece el sol! ¡Salimos de la oscuridad hacia la luz! Estamos forjando un mundo nuevo, un mundo más dulce, un mundo en el que los hombres abandonarán su odio, su codicia y su brutalidad. ¡Mira a lo alto, Hannah! El alma del hombre ha conquistado alas y ya comienza a volar... Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza... ¡Mira a lo alto, Hannah!
¡Mira a lo alto!»
Charles Chaplin
1940
jueves, 10 de abril de 2014
44 años de la separación de los Beatles: La balada de John & Yoko
John era un Beatle a pesar de sí mismo, con una convicción poderosísima de lo que ser un Beatle significaba, a la que creyó traicionar a través de lo que la Beatlemanía generó. Tal vez no se dio cuenta de que él mismo, junto con sus tres compinches, fue capaz de revertir todo ese contenido negativo de la celebridad, para transformar a The Beatles en uno de los más poderosos vehículos de cambio que el siglo XX haya presenciado. Pero él ya no pudo desprenderse del desencanto que toda esa locura le había causado, aún a pesar de seguir creando, aún a pesar de seguir marcando rumbos.
Velozmente pasó de ser un Beatle a ser un ferviente antibeatle. Sólo que nos permitimos dudar de que lo haya creído realmente. De alguna forma, muchas de sus declaraciones y las a veces tan terribles letras de sus canciones sobre The Beatles muestran tanta furia y tanto odio, pero al mismo tiempo tanto dolor, que tendemos a pensar que se asemejan mucho a la reacción de aquel que ha perdido un gran amor y que sabe que no lo podrá recuperar jamás.
Entre dos fuegos permanentemente, John amó tanto a los Beatles como los odió. Y se nos hace muy difícil establecer en que momento sucedió cada una de las cosas. Tal vez, es que sucedieron al mismo tiempo, de la misma forma en que amó y odió a su madre sin poder separar un sentimiento del otro. La característica de un soñador con un gran sueño, que lo ama por hermoso pero que -en algún punto- llega a odiarlo por irrealizable.
Ahora bien, ¿cuánto influyó Yoko Ono en este cambio de John que llevaría –irremediablemente– a la separación del cuarteto de Liverpool? ¿Es ella «la culpable» de que los Beatles hayan dejado de existir? ¿O la desbandada fue producto de una suma de factores dentro de los cuales Yoko era sólo uno más?
Woman
En una de las tantas entrevistas que concedió durante los 30 años que transcurrieron desde la fatídica noche del 8 de diciembre de 1980, Yoko comentó: «Cuando él murió sentí que no entendía nada. Y al principio hubo un momento en que perdí toda la confianza. No dejaba de preguntarme por qué. Pero luego empecé a entenderlo. Creo que la gente había comenzado a hablar de nosotros con mucho cinismo, no sólo de nosotros como pareja, sino también del mismo John. Yo era el blanco principal de todas las críticas, pero a él lo desprestigiaban por estar conmigo».
Yoko sabe que ha pasado a la historia (y que deberá vivir eternamente con ese estigma) como «la mujer que separó a los Beatles». Pero sabe que –de cierta forma– ella ayudó a devolverle al mundo a un Lennon no sólo renovado sino más centrado en su convicción de que con su arte podía construir una sociedad distinta. Tal vez por eso, agrega inmediatamente en esa misma entrevista: «Creo que durante una época la gente no escuchaba el mensaje de sus canciones; sin embargo, era muy importante que prestaran atención. Sentía con toda su alma que era fundamental que el mundo escuchara su mensaje y que sus obras tenían más fuerza cuanto menos atrapado se sentía en los límites de su propio cuerpo. Creíamos que componer canciones podía contribuir a mejorar el mundo. Pensábamos que nuestras canciones eran sinceras y que lo que surgiera de nosotros sería positivo porque la verdad tiene un poder en sí misma. John había venido a este mundo con esa misión. Tenerlo fue una suerte para todos nosotros».
Para Yoko está claro que, por más que se empeñaran en hablar de sí mismos como una «unidad», ella quedaba a la sombra de su famosísimo esposo.
La señora de Lennon siempre sostuvo que ambos aprendieron mucho uno del otro. «La vida es un proceso de aprendizaje y de tomar conciencia –dijo una vez–. En ese sentido puedo decir que hicimos juntos un viaje increíble, no sólo porque nos comprendíamos uno al otro sino porque descubrimos muchas cosas del mundo. Vengo de Oriente, él era occidental, yo soy mujer y él era hombre. El era muy afectuoso con las mujeres. Y yo, que era una mujer reivindicativa, comencé a sentir más simpatía hacia los hombres. Como ambos éramos artistas, vivíamos inspirándonos el uno al otro todos los días. Para bien y para mal. Yo lo veía bien, y creo que él también pensaba que era algo bueno. Quizá algunas personas odien esto. Mucha gente nos preguntaba: ¿No os dan ganas de destruiros al ser ambos artistas? Fuimos muy afortunados, porque nunca sentimos eso».
The end
Tapa del Daily Mirror. Abril 10 de 1970 |
Versión I: Lennon como el genio absoluto de una banda y el primero en comprender que cada uno debe seguir su camino para poder seguir creciendo, con Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr como los malos de la película que se niegan a aceptar a Yoko Ono. Versión II: Lennon metiendo de prepo en el seno del grupo a su nuevo amor, llevándola a las grabaciones y (¡gran herejía!) prestando oído a sus opiniones. Versión III: Lennon como ser sufriente que nunca se repone del abandono de su padre ni de las muertes de su madre y de su amigo Stuart Sutcliffe; Lennon como un generador de escándalos («Los Beatles son más grandes que Cristo») y profeta ácido responsable de hacer que rock y vanguardia sean una misma cosa; Lennon como amante del amor y publicista de su cama y de su japonesa. Versión IV: el hastío de George Harrison de ver como sus composiciones quedaban siempre relegadas para dar lugar a las de John o Paul. Versión V: Lennon como adicto compulsivo; heroína o Maharishi o Grito Primal o LSD o Yoko, es lo mismo, que genera el horror en sus tres compañeros. Versión VI: los malos manejos económicos de Apple, la productora que los Beatles crearon sin saber bien dónde se estaban metiendo y que perdía miles de dólares por día. Versión VII: Lennon como beatle crítico compositor de canciones sobre el horror de ser beatle (Help!, I’m a Loser), la resignación de ser beatle (I’m Only Sleeping, I’m So Tired, Across the Universe, She Said, She Said, Tomorrow Never Knows) y la angustiante felicidad de ya no ser beatle (todo el álbum ‘John Lennon Plastic Ono Band’). Versión VIII: las diferencias musicales entre Lennon & McCartney, dupla creativa donde se apoyó buena parte de la historia de The Beatles.
Dear Yoko
Para cuando apareció ‘Just Like (Starting Over)’ –último álbum de Lennon en colaboración con Yoko– hacía cinco años que John no editaba nada y la gente (que es mala y comenta) ya aseguraba que Yoko lo había hechizado para que el ex Beatle oficiara sólo de ama de casa, atendiera al pequeño hijo de ambos y se olvidase para siempre de su pasado artístico.
John concedió entonces una larga entrevista y allí volvió a hablar del inicio de su relación con Yoko. A la pregunta de cómo se inició su colaboración con Yoko, Lennon respondió: «Antes de conocerla estaba metida contra la guerra, protestaba, gritaba en un saco negro en Trafalgar Square. Y cuando nos conocimos hablamos de lo que queríamos hacer juntos. Y lo que queríamos era seguir con mi manera de ser y mi amor-amor-amor y con su manera de ser y su paz-paz-paz».
Recordó también que escuchaba cosas como «¿Qué es lo que están haciendo?» o «Esa bruja japonesa lo ha hechizado y lo está volviendo loco». Pero afirmaba que lo único que hizo su esposa fue «sacar de mi interior esa fantasía, ese vigor de mi alma que hasta entonces yo había tenido inhibido». John afirmó que «la necesitaba mucho, muchísimo. Quería estar con ella y realmente no podía sobrevivir sin ella. No podía seguir funcionando como ser humano. Cuando nos separamos (varios meses entre el ’73 y el ’74) me hice pedazos».
Y cierra aquella entrevista confiándole al periodista un deseo que, a dos meses de su asesinato, es casi una premonición: «Espero morir antes que Yoko porque si ella muriese yo no sabría como sobrevivir. No podría seguir adelante».
Come Together
Difícil y sencillo imaginar qué hubiera sido de Lennon en los ’80, en los ’90 y en la primera década del siglo XXI. Cuesta poco pensar en una reunión –benéfica o millonaria, da igual– con sus ex compañeros, lejos ya de la mirada rasgada de su mujer. El paso de los años hubiera encontrado a Beatle John, seguro, trepándose a los escenarios de Oasis y Blur como artista invitado. Con los años, Lennon hubiera recuperado el filo y envejecido como un licor noble y amargo. Por lo menos, a uno le gusta pensar que así habría sido.
Con el advenimiento del año 2000 John Lennon fue elegido como el artista de rock más importante del siglo. Paul McCartney quedó segundo. Dicen que Paul no se sintió nada mal, pero ya no tenía enfrente al hombre con quien competía por el título de «Mr. Ególatra».
Y tal vez haya que buscar allí la verdadera razón de la separación de The Beatles. Tal vez haya que remontarse al 6 de julio de 1957. Ese día, un amigo en común presentó a John y a Paul. Se miraron de reojo, desconfiando uno del otro. Y la amistad que nació casi en forma inmediata no evitó que el ego enorme que anidaba en ambos se disparase. Primero fue una competencia sana y creativa. Con el tiempo se convirtió en una guerra por el espacio en los discos. Con la personalidad de ambos, con la historia que cada uno cargaba, era imposible que no hubiese sucedido así.
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