jueves, 2 de agosto de 2012

AMBROSE BIERCE: Conjeturando sobre la Cuarta Dimensión


Por Gabriel Alvarez

Maestro del humor negro y lo sobrenatural, versátil redactor de cuentos, fábulas y reflexiones varias, Ambrose Gwinet Bierce goza, muy a pesar suyo, de un quisquilloso registro de sus actividades durante los setenta años que le tocó vivir sobre este vetusto planeta al que tanto despreciaba, y como una ácida ironía -esa que su inigualable pluma desperdigó magistralmente en infinidad de páginas- aunque se lo considera uno de los mejores autores de nuestro tiempo, su nombre no es el primero que nos viene a la cabeza cuando nos toca enumerar a los grandes narradores norteamericanos como Edgar Allan Poe, Jack London o Mark Twain. Sin lugar a dudas, la suya es una biografía compleja, que escapa a los convencionalismos de otras figuras literarias. Analicemos juntos las siguientes efemérides.

Algún documento perdido en el tiempo ubica su nacimiento el 24 de Junio de 1842, en una humilde cabaña de Horse Cave Creek, en el condado de Meigs, Ohio. Siendo el noveno hijo de un excéntrico agricultor que prefería echarse a leer poesía, antes que dedicarse al intensivo labrado de sus tierras, el absorto pequeñuelo forjo durante su primera infancia un odio compulsivo hacia su familia. Asqueado de la pobreza que lo rodeaba, intenta huir de tan miserable entorno ingresando a la Escuela Militar de Kentucky con apenas diecisiete años. Los alborotados acontecimientos sociales lo obligan a participar en la cruenta Guerra de Secesión Norteamericana (1861-1865), donde cae gravemente herido en la Batalla de Keneseay. Tras recuperarse, marcha hacia San Francisco y comienza a escribir mordaces columnas políticas para los periódicos Argonaut y News Letters, hasta llegar a 1871, año en el que se suceden numerosos hechos trascendentes para el autor. Aparece su primer relato en el Overland Monthly, contrae matrimonio con Mary Ellen Day y se afinca temporariamente en Londres. Si bien se desconocen los motivos de semejante mudanza, consta su participación para las revistas Fun y Figaro con artículos y relatos varios.

El destino, el dinero, o los constantes reclamos de su esposa, lo traen de regreso a San Francisco, a comienzos de 1876, para colaborar nuevamente como jefe de redacción del Argonaut y Wasp, además de encargarse de una columna para el Examiner del célebre William Randolph Hearst -magnate periodístico precursor del amarillismo sensacionalista, sobre el que Orson Welles se basó para moldear su clásico ‘Citizen Kane’. En esa misma época comienza a gozar del reconocimiento de sus pares. Años mas tarde publicaría ‘In the midst of life’ (En medio de la vida, 1891), el primero de sus libros, donde narra principalmente historias de soldados (la mayoría con desenlaces decididamente crueles) ambientadas en la Guerra Civil Norteamericana. Es justamente este libro en particular, el que muchos laboriosos analistas literarios señalan, apresuradamente, como el mas logrado de su obra. Lo cual significaría dejar de lado los ejemplares relatos de índole sobrenatural reunidos en ‘Can such things be?’ (¿Puede ocurrir esto?, 1893) o el mordaz contenido de ‘Devil’s Dictionary’ (El Diccionario del Diablo, 1906).

Todas esas páginas despliegan una vitalidad envidiable, donde el autor plasma brillantemente su fatalismo implacable, haciendo uso de una escritura escueta y precisa, ajustándose al esquema del relato tradicional y narrando situaciones cargadas de contundente violencia. Cubriendo varios estilos, donde siempre ronda lo siniestro y el desprecio absoluto hacia la raza humana, donde seguramente jamás nos encontraremos con un moralista intentando probar lo que fuera a través de sus narraciones. Su maestría reside en comprender al horror como algo innato al hombre, nunca lo cuestiona, simplemente lo evidencia en su magnitud mas cotidiana. Es decir, la mas perturbadora.

Pero tanto prestigio editorial, no le reportaría una vida placentera. Una cruel jugarreta de la muerte -aquella que le pasó tan de cerca durante la guerra- se llevó casi simultáneamente a sus dos hijos adultos, uno víctima del alcohol y el otro herido mortalmente durante una riña. Obviamente, tanta desdicha culminaría en la separación de su mujer, después de dieciocho años de felicidad esquiva. A comienzos de este siglo, atraído por la recién horneada Revolución Mexicana, acontecimiento que probablemente encendió sus adormiladas ansias aventureras o por no estar atado a nada en el mundo, parte hacia las tierras de Pancho Villa en 1913, y desaparece sin dejar rastro, como esfumado en el aire. Desde ese instante, sus andanzas mexicanas han permanecido como un alarmante enigma. Mas alarmante aún teniendo en cuenta la obsesión del autor por las desapariciones misteriosas. Obsesión que lo llevo a publicar unas intrigantes historias, a mitad de camino entre lo periodístico, lo científico y lo narrativo, donde pormenorizaba casos reales en los que varias personas desaparecían bajo condiciones inexplicables.

Ahora bien, si una conocida pareja de expertos investigadores paranormales asevera que nada desaparece sin dejar rastro, el amargo autor yanqui elaboró -para retrucarle a quien lo quisiera, o por el puro placer de especular- una osada teoría donde menciona la existencia de un espacio con mas dimensiones que el ancho, el largo y la profundidad. Una suerte de dimensión paralela. Ambrose afirmaba que dentro de nuestro mundo visible hay lugares vacíos, agujeros a través de los cuales objetos animados e inanimados pueden caer hacia un mundo invisible y no ser vistos u oídos nuevamente, dado que dentro de esa cavidad, donde impera el vacío absoluto, no se darían ninguna de las condiciones necesarias para la acción de alguno de nuestros sentidos. Si algún ser viviente sufriera la desgracia de ocupar sitio semejante -y según Bierce varios la han sufrido, y la están sufriendo en el preciso instante en que te encuentras leyendo plácidamente este artículo-, no podría vivir ni morir, porque tanto la vida como la muerte son procesos que pueden tener lugar sólo donde hay fuerza, y en el espacio vacío no puede existir ninguna fuerza.

¿Debemos suponer, entonces, que el amargo escritor permanece suspendido en una de estas cavidades huecas, sin saber de la lenta revalorización que comienza a tener a un paso de un nuevo milenio? ¿O que sus huesos descansan en algún ignoto lugar, bajo la árida tierra mexicana? Ustedes deciden.

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