jueves, 10 de enero de 2013

TATO BORES: Aunque no lo veamos, siempre está

Genio. Maestro. Prócer. Actor cómico de la Nación. Primer monologuista diplomado del país. Periodista de primera. Gran columnista político. Capocómico. Máximo exponente del humor político. Actor de raza. Gran cronista de su época. Emblema de la cultura nacional. Verdadero comunicador político... Son tantos los títulos que han definido su figura que ensayar otros no le agregaría nada nuevo a su mito. Tato Bores, uno de los referentes más importantes del humor argentino, hizo reír y pensar al país, con un humor político premonitorio. ¡Y vaya que se lo extraña!

¡Qué festival se haría si volviera! Si volviera a esta Argentina, si eligiera nuevamente su oficio, si decidiera mirar la tele que tenemos... Y qué festival nos haríamos si, al encender el televisor, su emblemática figura llegara montada a los patines, con la voz y la velocidad de su lado, con el decir como principal herramienta. Porque lo suyo no era simple verborragia. Era necesidad de decir —o responsabilidad de no callar—, con el humor como marco y el compromiso como modo. Mucho antes de haber sido declarado como “El Actor cómico de la Nación”, se instaló en la memoria colectiva como aquel personaje de frac, habano y peluca que, subido a la soledad de sus monólogos, se le animaba al poder. Y más de una vez le podía.

Desde su muerte, el humor político —y en parte el análisis político— se quedó sin su mejor referente. Su discurso en solitario, cada domingo, era más clásico que un Boca-River. De hecho, era una cita semanal con el hombrecito siempre afilado, siempre con tela para cortar, siempre con la claridad que el lunes era recogida por el eco cotidiano de bares y oficinas. Más de una vez, la falta absoluta de complacencia y la presencia permanente de su espíritu crítico, le valieron caer en la telaraña de la censura. Con dictaduras militares y con gobiernos democráticos. Y al regresar a la pantalla siempre doblaba la apuesta. 

Rodeado de los mejores libretistas, Tato siempre estuvo a la altura de las circunstancias. Con lluvia de papelitos, sobre patines, hablando por el teléfono negro conectado a Olivos o comiendo fideos y tomando champagne, pasó más de 40 años aliviando a varias generaciones la difícil tarea de digerir la realidad. Tal vez como nadie, supo condensar la lucidez del crítico y la insolencia del bufón para decir todo lo que nadie se atrevía a decir sobre la Argentina y los argentinos. Y mientras él se afianzaba como un intérprete del tiempo que le tocaba vivir, pasaron por la Casa Rosada unos 16 presidentes y 37 ministros de Economía, y ninguno, o casi ninguno, se salvó de su ironía, como tampoco los sindicalistas, los empresarios y los mismos ciudadanos comunes que coqueteaban con el poder de turno. 

Siempre en domingo


Tato fue una figura televisiva fundamental de los domingos por la noche desde que arrancó en 1961 con “Tato siempre en domingo”. Con su peluca estrafalaria, sus anteojos y su falso habano, concitaba la atención y el recelo de políticos y otros famosos, aún antes de que se pusiera de moda el concepto de “lo mediático. Con este ciclo, logró introducir en la televisión un género que era hasta el momento un patrimonio de la revista porteña: el humor político. Así, renovó el lenguaje televisivo, incorporando monólogos políticos recitados a una velocidad increíble, con su particular estilo de relatar en clave de humor los avatares del país (“Si lo quiero hacer despacio no me sale”, respondía Tato cada vez que alguien le peguntaba sobre la velocidad de sus palabras). 

“No improviso ni los estornudos. Estudio como un animal. Estudio, si es que no vienen a joderme, a preguntarme pavadas”, le contestó en una entrevista al periodista Rodolfo Bracelli en junio de 1981, en una de tres charlas que mantuvieron y que figuran en el libro “Caras, caritas y caretas”, editado por Sudamericana. Ahora bien, ¿Tato Bores habría dicho cosas que Mauricio Borezstein no hubiese querido? Difícilmente, si nos atenemos a lo que sostuvo una vez Santiago Varela, el último guionista que escribió los libretos para Tato: “La política editorial de Tato era la defensa de la democracia. Tato era un liberal en el buen sentido. Nunca estuvo de acuerdo con los golpes militares. No le gustaba la prepotencia ni las faltas de respeto”.

La sagacidad de sus comentarios hizo furor entre los televidentes, tanto que hasta el día de hoy se recuerdan sus famosas frases: “El que sabe, sabe y el que no es jefe” (comentario que en 1957 le dedicó a Isaac Rojas, uno de los hombres fuertes de la dictadura de entonces), “Vivir se puede, pero no te dejan”… y tantos y tantos otros. Si hoy escucháramos cualquiera de los dos mil monólogos que pronunció de memoria, notaríamos que la canción es la misma. Y en cierto modo, repasando la actualidad y viendo cómo el país se nos va de las manos muchas veces, parece premonitorio aquel sketch donde Tato se convierte en el arqueólogo Helmut Strassen, un alemán que en el año 2500 comienza a investigar cómo fue que desapareció la Argentina de la faz de la Tierra. De pantalón corto y con una palita en la mano, el científico encuentra unos videos enterrados, y a partir de ellos trata de entender por qué nunca nadie le prestó atención a ese humorista llamado Tato Bores, que durante décadas trató de abrirle los ojos a sus compatriotas.

Tato tiene la vigencia de las cosas elementales. Representa la risa sana, la crítica constructiva, la moral rectilínea, la intuición para comprender el presente e imaginar el futuro, la opinión responsable, el trabajo en equipo por encima de los intereses individuales y, sobre todo, la coherencia. 

Con el paso de los años la figura de Tato se ha agigantado. Más que recordarlo, pareciera que nos negamos ha olvidarlo, tal vez por el simple hecho de haber sabido utilizar su inteligencia para construir un personaje que expresaba lo que muchas veces nosotros mismos sentimos y no nos atrevemos a decir. Cada domingo, cuando su ausencia se agranda en la pantalla, todavía hay muchos que se preguntan invariablemente, ¿qué hubiera dicho Tato sobre cual o tal tema? Los argentinos extrañamos a Tato Bores.

Hace unos años, se organizó una muestra sobre él en el Centro Cultural Recoleta. 90.000 visitantes que pasaron por allí, dejaron testimonios conmovedores del afecto por el actor. Llenaron 1500 páginas de dos voluminosos libros de visitas. “Mientras estés para cuidarnos, podremos seguir ofreciendo resistencia dentro del país”, decía uno. “Tato ¿dónde estás? No más bromas. Volvé. Hoy te harías un picnic”, agregaba otro. “Tenías razón. Hace 30 años sabías qué iba a pasar. Fuiste un profeta”, remataba un tercero. Una joven de 22 años escribió: “En mi casa había un solo televisor. Los domingos mis viejos veían a Tato y no me dejaban ver a Tinelli. Hoy se los agradezco”.

Lo que viene


Los últimos años de vida del actor y el camino que recorre la televisión argentina en el siglo XXI prenden la alarma acerca de lo que hubiese ocurrido con Tato, si aún usara la peluca y el habano. ¿Tendría lugar en una televisión copada por los realities, los programas de entretenimientos y los programas que se ríen de otros programas? Carlos Ullanovsky, periodista especializado en la historia y los contenidos de la “caja boba”, manifestó sus dudas en este sentido: “Tato murió en 1996, y ya desde el ’94 no estaba en la TV. Y en el ’93 tuvo que hacer un programa mensual. No era semanal como hasta ese momento había sido durante casi 30 años. No sé que le pasaría. La TV está muy rara”.

¿Y el propio Tato, qué opinaba al respecto? En el último reportaje que concedió, hizo algunas referencias a la televisión que lo excluía: “Yo creo que en este momento la televisión está dedicada a la joda, a los entretenimientos y a la nada. (...) ¿Sabés qué pasa con la televisión? Todo lo que hacés es demasiado perecedero. Y a la larga se olvida. Estoy seguro de que se van a olvidar de mí, porque lo único que queda son los tangos de primera y las sinfonías de Beethoven, las obras de Shakespeare y los cuadros de Goya, los libros de Borges y Bioy Casares. El resto no”

Como un mal chiste (o como una premonición por lo que vendría), el horario histórico de Tato pasó a ser para Gerardo Sofovich, que se mostraba entonces muy ocupado invitando a los televidentes a cortar una manzana en dos partes idénticas frente a cámaras. Muy lejos de aquel cartel que colgaba en una pared del estudio donde Tato disparaba sus monólogos allá por 1974: “Darse cuenta” se leía, como una invitación a penetrar la superficie y entender el trasfondo.

En cualquier caso, aunque las efemérides nos dicen que Tato Bores falleció un 11 de enero 1996 a causa de un cáncer óseo, vale la pena que coincidamos con los familiares del gran cómico, cada vez que alguien, en la calle, les pregunta con cariño cuándo vuelve Tato a la tele. Ellos siempre responden: Tato nunca se fue

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