miércoles, 16 de abril de 2014

Discurso final de "El gran dictador"


«Lo siento, pero yo no quiero ser emperador, porque ése no es mi oficio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie sino ayudar a todos si fuera posible, a judíos y gentiles, a blancos y negros. Todos tenemos que ayudamos, pues así son los seres humanos.

Deseamos vivir la felicidad del otro, no su angustia, ni queremos odiar y despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos, y la tierra es rica y puede proveer para todos. El camino de la vida podría ser libre y hermoso pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado el alma de los hombres y ha formado barricadas de odio en este mundo. Nos ha hecho ir despacio, sobre todo por la sangre derramada. Hemos dominado la velocidad pero la maquinaria que nos dio la abundancia también nos ha dado la privación.

La sabiduría nos ha dado el cinismo, nuestro ingenio nos ha hecho duros y faltos de bondad. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. No necesitamos tanta maquinaria sino más humanitarismo. Y más que ingenio necesitamos bondad y dulzura. Sin estas cualidades, la vida es violenta y todo está perdido.

La aviación y la radio nos han acercado unos a otros, y la verdadera naturaleza de estos inventos clama por la bondad del hombre, grita por la hermandad universal, por la unidad de todos. Ahora mismo, mi voz llega a millones de personas del mundo entero, a millones de hombres desesperados, de mujeres y niños, víctimas del sistema que provoca que los hombres torturen y encarcelen a gente inocente.

A los que puedan oírme les digo: no desesperen. La angustia que nos atenaza es sólo el paso a la codicia, a la amargura de hombres que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará y los dictadores caerán, y el poder arrebatado por ellos al pueblo volverá al pueblo. Mientras haya hombres que mueran por ella, la libertad no perecerá.

Soldados, no se entreguen a los brutos, a los hombres que los desprecian y esclavizan, que rigen vuestras vidas, que les dicen lo que deben pensar, hacer y sentir, que les dejan morir de hambre, que les tratan como ganado, que les utilizan como carne de cañón. No se entreguen a estos hombres artificiales, hombres-máquina con mentes mecanizadas y corazones mecanizados. Ustedes no son máquinas, no son ganado, sino que son hombres. Tienen el amor de la humanidad en vuestros corazones y no odian. Sólo los no amados odian, los no amados y los no naturales.

Soldados, no luchen por la esclavitud, luchen por la libertad. El capítulo diecisiete del Evangelio de San Lucas dice: "El reino de Dios está en el hombre". No en un hombre, no en un grupo de hombres, sino en todos los hombres.

Ustedes, que son el pueblo, ostentan el poder de crear maquinaria, de crear felicidad. Ustedes, el pueblo, pueden hacer que la vida sea libre y hermosa, pueden convertir esta vida en una magnífica aventura. Pues bien, en nombre de la democracia utilicemos este poder.

Unámonos. Luchemos por un mundo nuevo, un mundo honesto y mejor que dé a los hombres la oportunidad de trabajar, que dé a los jóvenes un futuro y a los ancianos una seguridad. Prometiendo todo esto llegaron los brutos al poder. Pero mintieron. No cumplieron nada. Jamás lo cumplirán. Los dictadores se liberan a sí mismos, pero esclavizan al pueblo.

Bien, luchemos para cumplir esa promesa. Luchemos para liberar al mundo y acabemos con las barreras nacionales, acabemos con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón, de la justicia, un mundo donde la ciencia y el progreso nos lleven a la felicidad general. Soldados, en nombre de la democracia, unámonos.

Hannah ¿puedes oírme? Estés donde estés... ¡mira a lo alto! ¡Mira a lo alto, Hannah! ¡Las nubes desaparecen! ¡Aparece el sol! ¡Salimos de la oscuridad hacia la luz! Estamos forjando un mundo nuevo, un mundo más dulce, un mundo en el que los hombres abandonarán su odio, su codicia y su brutalidad. ¡Mira a lo alto, Hannah! El alma del hombre ha conquistado alas y ya comienza a volar... Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza... ¡Mira a lo alto, Hannah!
¡Mira a lo alto!»

Charles Chaplin
1940

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