domingo, 19 de mayo de 2013

1968. Cuando el mundo se inflamó

Durante esos extraños 366 días, estudiantes, obreros, trabajadores y movimientos en distintas partes del mundo, coincidieron en un objetivo en común: levantarse y protestar. Las razones fueron muchas pero un elemento aglutinante fue su rechazo a la guerra de Estados Unidos contra Vietnam. A éste, se unieron motivos más específicos de cada país o región: libertades políticas, democracia, acabar con el racismo, libertad sexual, igualdad de género, derechos de estudiantes… La furia del rechazo a todo fue el grito de libertad de una juventud emergente que ya no podía tolerar las camisas de fuerza heredadas. Fue un período de utopías, esperanzas y generosas entregas. Todos se sintieron actores relevantes. A 45 años de aquellos hechos todavía hay preguntas sin responder. ¿Fueron sólo ilusiones? ¿El ‘68 se fue para no volver o todavía podemos rescatar algo para nuestros días? 

La década de los sesenta se observa como un periodo de revolución de los esquemas de pensamiento en el mundo. Principalmente por lo que se refiere a la población joven, protagonista en todos los conflictos que se generaron en esos años. Los antecedentes inmediatos a esta revolución de valores se encuentran en los movimientos por la paz que desde finales de los años cincuenta recorrieron Europa, centrados en la denuncia y la movilización ciudadana contra el peligro de una guerra nuclear y en la aparición del tercermundismo. Al calor de los procesos de descolonización y del descrédito entre amplios sectores de la izquierda occidental del comunismo soviético se generó un malestar que encontró en la revolución cubana, la guerra de Argelia y, sobre todo, en la guerra de Vietnam los elementos movilizadores de una incipiente nueva izquierda.

Se fue desarrollando una crítica radical de las sociedades opulentas del bloque liderado por los Estados Unidos, pero también se cuestionó a los burocratizados y dictatoriales regímenes de socialismo. Comenzó así la búsqueda de una tercera vía que parecía apuntar con el nacimiento del movimiento de los países que no se alineaban ni con Washington ni con Moscú.

Por otra parte, la elevación de los niveles de vida y el creciente consumismo asociado al desarrollo de los medios masivos de comunicación, la generalización de los sistemas educativos y la masificación de las universidades, y la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, transformaron los valores de la sociedad, particularmente de las jóvenes generaciones nacidas después de la Segunda Guerra Mundial. Así, a mediados del decenio de los felices sesenta el malestar comenzó a corroer a determinados sectores de estas sociedades desarrolladas: los jóvenes empezaban a mostrar síntomas de rebeldía.

En el ámbito universitario proliferaba un radicalismo político. Los procesos de descolonización avivaron el interés por el estudio de otras formas civilizadoras distintas de la occidental, impulsando el desarrollo de la etnología y la antropología.

La liberalización de las costumbres fue el trasfondo del cambio de valores que se generó en esta época. Especialmente en las relaciones entre sexos. La liberación sexual caminó de la mano con el nuevo papel que las mujeres reivindicaban en la sociedad. Su incorporación masiva al mundo del trabajo, puso en cuestión los tradicionales roles que le asignaban como madre y esposa, al tiempo que comenzó a cultivar su autonomía e independencia; a reivindicar la capacidad de decidir sobre su propio cuerpo y sexualidad. El control de la maternidad fue determinante en este sentido (en 1960 se iniciaba en los Estados Unidos la comercialización de la píldora anticonceptiva). Hablamos propiamente del momento en que nace el movimiento feminista como tal: se inician las campañas en favor del divorcio, del derecho de aborto, de la igualdad de salarios y la no discriminación por razones de sexo.

En términos generales el nuevo horizonte cuestionaba los planteamientos lineales de la ideología del progreso, dando lugar a un contexto problemático, cargado de ambigüedades, donde se fundía el malestar de las nuevas generaciones respecto de los valores dominantes.

El germen

Un hecho distintivo de fines de los ’50 y principios de los ’60 fue el ascenso de las ocupaciones que requerían educación secundaria y superior y -por lo mismo- la demanda por acceder a ellas -especialmente a la superior- se multiplicó. La explosión de estas cifras fue particularmente dramática en la educación universitaria. Para Eric Hobsbawn "en los 60's llegó a ser innegable que los estudiantes se habían convertido, social y políticamente, en una fuerza mucho más importante que antes, cuando en 1968 el levantamiento mundial del radicalismo estudiantil habló más claro que las estadísticas" (1).

Estas masas de hombres y mujeres jóvenes y sus profesores eran un nuevo factor cultural y político. Eran transnacionales, moviéndose y comunicando ideas y experiencias a través de las fronteras con facilidad y rapidez, y probablemente se llevaban mejor con la tecnología de las comunicaciones que los gobiernos. Como los ‘60 revelaron, no sólo eran políticamente radicales y explosivas, sino que tenían una efectividad única para dar expresión nacional, e incluso internacional, al descontento político y social.

Pero, ¿por qué los jóvenes que estaban en obvio camino hacia un futuro mejor que el de sus padres, o, al menos, que el de la mayoría de los no estudiantes, tuvieron que sentirse atraídos -con raras excepciones- por el radicalismo político? No se puede obviar el hecho de que ese grado de compromiso con el cambio era nuevo en los países desarrollados: antes de la Segunda Guerra Mundial, la gran mayoría de los estudiantes de Europa central y occidental, así como de Norteamérica, había sido no política o bien se había recostado a la derecha.

La aguda explosión de las cantidades de estudiantes sugiere una posible explicación. Entre 1960 y 1970 el número de jóvenes en carreras humanistas y de ciencias sociales se multiplicó por cuatro. La consecuencia más directa e inmediata fue una inevitable tensión entre masas de estudiantes de primera generación que ahora llovían de pronto sobre las universidades y las instituciones que no estaban ni física ni organizacional ni intelectualmente preparadas para tal influjo. Para Hobsbawn, "el ir a la universidad dejó de ser un privilegio excepcional y las aulas recibieron grandes cantidades de jóvenes no adinerados. El resentimiento hacia un tipo de autoridad, la de la universidad, fácilmente se ampliaba a un resentimiento hacia cualquier autoridad, y por lo tanto -en Occidente- inclinaba a los estudiantes hacia la izquierda. No es para nada sorprendente que los ‘60 se convirtieran en la década de descontento estudiantil por excelencia" (2).

Respecto al resto de la sociedad y a diferencia de otros grupos sociales, los estudiantes no tenían un lugar establecido en ella o una forma de relacionarse con la misma. La sola existencia de la nueva clase implicaba preguntas sobre la sociedad que la había engendrado; y de las preguntas a la crítica hay un solo paso. ¿Cómo encajaban en ella? ¿Qué tipo de sociedad era ésta? La misma juventud del cuerpo estudiantil, el mismo ancho de la brecha generacional entre esto hijos del mundo de postguerra y sus padres, hizo las preguntas más urgentes, las actitudes más críticas. Pues los descontentos de los jóvenes no eran aminorados por la conciencia de vivir en tiempos de sostenidas mejoras, mucho mejores tiempos que los que sus padres jamás esperaron ver. Los nuevos tiempos eran los únicos que los jóvenes que iban a la universidad conocían. Sentían que las cosas podían ser diferentes y mejores, aún cuando no supieran muy bien cómo.

La industrialización de las sociedades había exacerbado la esquematización de casi todo, en nombre de la productividad. La familia debía tener padre, madre y dos hijos (desde el salario mínimo hasta los automóviles fueron concebidos para cuatro personas), la escuela era una fábrica de profesionales calificados. Casas, ropas, comidas, carreras, todo lo más parecido posible, hecho en una línea de producción. La moral vigente reprimía el sexo. Nada de relaciones sexuales antes del casamiento. Las religiones eran omnipresentes y castradoras. Ser ateo era casi un crimen. Y el pelo largo una señal de delincuencia. El orden jerárquico era absoluto, casi militar, en las relaciones familiares, laborales y escolares y entre el Estado y la sociedad. Europa prosperaba, con un sistema de protección social sin precedentes. Pero era una euforia de reprimidos, al menos para los estudiantes.

Así, la explosión del descontento juvenil hizo erupción contra lo que veían como característico de esta sociedad, no contra el hecho de que la vieja sociedad no se hubiese mejorado lo suficiente. Paradójicamente, el hecho de que el ímpetu del nuevo radicalismo viniese de grupos no afectados por descontento económico estimuló incluso a grupos que sí estaban acostumbrados a movilizarse sobre bases económicas a descubrir que, después de todo, podrían pedir a la nueva sociedad mucho más de lo que habían imaginado. No es casual que a la rebelión estudiantil se plegaran los obreros pidiendo mejores salarios y condiciones laborales.

La nueva cultura

Los grupos de edad no son nada nuevo en las sociedades y en la civilización occidental un estrato de aquellos sexualmente maduros pero aún en crecimiento físico e intelectual y sin experiencia de la vida adulta, había sido siempre reconocido. El que este grupo estuviese volviéndose más joven no cambiaba por sí mismo la situación. Simplemente causaba tensiones entre los jóvenes y los padres o profesores que insistían en tratarlos como si fuesen menores que lo que ellos se sentían. Occidente estaba acostumbrado a ver a sus hombres jóvenes -a diferencia de sus mujeres jóvenes- pasar a través de un período de turbulencia antes de "sentar cabeza". Lo novedoso en la nueva cultura juvenil fueron tres elementos.

En primer lugar, la "juventud" dejó de ser vista como una etapa preparatoria para la adultez, sino, en cierto sentido, como la etapa final del desarrollo humano completo. Como en el deporte (la actividad humana en la que la juventud es suprema) la vida claramente iba cuesta abajo después de los treinta. En el mejor de los casos, tenía poco digno de interés después de esa edad. El hecho de que esto no correspondiera, en la práctica, con una realidad social en la cual el poder, la influencia y los logros, así como la riqueza, aumentaban con la edad, era una demostración más del modo insatisfactorio en que el mundo estaba organizado. Pues hasta los años ‘70, el mundo de posguerra estaba gobernado por una gerontocracia como pocas veces antes se había visto, concretamente por hombres -aún rara vez mujeres- que había sido adultos a fines, o incluso en los comienzos, de la Primera Guerra Mundial. Esto era así tanto en el mundo capitalista (Adenauer, de Gaulle, Franco, Churchill) como en el mundo comunista (Stalin y Krushchev, Mao, Ho-Chi-Minh, Tito) y en los mayores estados postcoloniales (Nehru). Un líder menor de cuarenta era una rareza incluso en regímenes revolucionarios emergentes de golpes militares, un tipo de cambio político usualmente realizado por oficiales relativamente jóvenes que tenían menos que perder que los mayores. De ahí mucho del impacto internacional de Fidel Castro, que capturó el poder a los 33.

Algunas (y quizás no conscientes) concesiones fueron hechas al rejuvenecimiento de la sociedad por el establishment de los viejos: hubo una tendencia a reducir la edad mínima para votar y también algunos signos de descenso en la edad para el consentimiento de relaciones heterosexuales.

Mao Tse Tung (China), Charles de Gaulle (Francia)
y Fidel Castro (Cuba)
La segunda novedad de la cultura juvenil fue que se volvió dominante en las "economías de mercado desarrolladas", porque la asombrosa velocidad del cambio tecnológico dio a los jóvenes efectivamente una ventaja demostrable por sobre la edad más conservadora o al menos más inadaptable. Fuese cual fuese la estructura de edad de la administración de IBM o Hitachi, las nuevas computadoras eran diseñadas y el nuevo software programado por veinteañeros. Incluso cuando las máquinas y programas se hacían a prueba de tontos, la generación que no se había formado con ellas era notoriamente inferior a aquella que sí lo había hecho. Lo que los hijos podían aprender de los padres pasó a ser menos obvio que lo que los hijos sabían y los padres no. El rol de las generaciones se revirtió.

La tercera peculiaridad de la nueva cultura juvenil en las sociedades urbanas fue su impresionante internacionalismo. Los blue jeans y la música rock se convirtieron en distintivos de la juventud "moderna", de las minorías destinadas a convertirse en mayorías, en todos los países donde eran tolerados e incluso en algunos en los que no lo era, como la URSS a partir de los 60's. El inglés de las letras de rock con frecuencia ni siquiera se traducía. Esto reflejó la avasalladora hegemonía de Estados Unidos en la cultura y estilo de vida populares, aunque el corazón de la cultura juvenil occidental distaba mucho de ser "patriotera", especialmente en sus gustos musicales. Estilos importados del Caribe, Latinoamérica o África, eran bienvenidos.

Los fuegos de mayo

1968 es un símbolo pero no necesariamente una síntesis. Acontecimientos espectaculares, violentos y multitudinarios le imprimieron el sello de revolucionario, pero definir la naturaleza de esa revolución es lo arduo. Los enigmas y las polémicas se han hecho interminables. Ampliar el foco a la década ayuda a entender el contexto en el que 1968 ingresó a la historia, con la insurrección estudiantil de mayo en Francia, la invasión de tropas soviéticas a Checoslovaquia, la matanza de estudiantes en México y el auge de las luchas negras por los derechos civiles en Estados Unidos. Se rompieron también las amarras de la izquierda: la revolución y la lucha por conquistas sociales dejaron de ser privativas de los obreros y los sindicatos, como postulaban los marxistas. Los movimientos sociales se multiplicaron y ganaron las calles, desembocando en la fragmentación actual.

El mayo francés fue emblemático por la amplitud de la sublevación y de los cuestionamientos. Las barricadas de París contagiaron a millones de trabajadores que paralizaron el país, ocupando unas 300 fábricas. "Prohibido prohibir", "La imaginación al poder", "Sé realista, pide lo imposible" o "No confíes en nadie mayor de 30 años", fueron lemas imperativos de los manifestantes.

En Nanterre -un gris conglomerado de bloques de cemento construido para descongestionar La Sorbona- funcionaba la Facultad de Humanidades, a la que asistían unos 14 mil estudiantes franceses y de otras naciones de Europa. En marzo de 1968, el gobierno del autoritario general Charles De Gaulle planteó una reforma de la enseñanza superior que acentuaba la selectividad. La mayoría de los estudiantes sabían que su opinión no sería consultada, que estarían condenados a la desocupación cuando concluyeran sus carreras y eran conscientes de la inutilidad y la vacuidad de la enseñanza que recibían.

Inesperadamente, una chispa enciende la mecha. El 20 de marzo, una pequeña concentración convocada contra la guerra que Estados Unidos lleva adelante en Vietnam rompe con la tradición pacifista: se queman imágenes del presidente estadounidense Lyndon Johnson y los manifestantes enfrentan violentamente a la CRS, el grupo de choque de la policía francesa. El saldo: seis detenidos.

Dos días después, en un mitin de protesta contra la represión, se toma una decisión sorpresiva: la ocupación de los locales administrativos de la facultad. Ya son cientos los que intervienen. El 13 de abril, un atentado realizado en Alemania contra el líder estudiantil de ese país, Rudy Dutschke, genera la indignación de sus camaradas franceses. Cinco mil de ellos se reúnen en Nanterre y la CRS tropieza con una resistencia impensable. La rebelión se extiende a La Sorbona y las paredes hablan: "Olvídense de todo lo que han aprendido, empiecen a soñar". "Profesores, ustedes nos hacen envejecer". "En los exámenes responda con preguntas". "Todo enseñante es enseñado, todo enseñado es enseñante", desafían. Apenas unos días antes, demostrando así que el clima se iba espesando, Martin Luther King cae asesinado en Memphis, celebrándose entonces manifestaciones de protesta en ciento sesenta y siete universidades norteamericanas, en las que estudiantes blancos y negros marcharían juntos contra el racismo.

Un viejo profesor, Raymond Aron, expresa su preocupación ante tanta energía desbordada: "La cooperación entre estudiantes y docentes no podrá, en ningún caso, cuestionar la responsabilidad y la dignidad de los docentes. Toda elección de profesores por asambleas donde participen los estudiantes es incompatible con esta responsabilidad y esta dignidad".

Jean Paul Sartre
El filósofo Jean Paul Sartre, uno de los más entusiastas defensores de la rebelión, le responde: "Al contrario de lo que se pretende hacer creer, los estudiantes no se niegan a que se les enseñe cualquier cosa; simplemente piden el derecho de discutir lo que se les enseña, de verificar su importancia, de asegurarse que no les están haciendo perder el tiempo. No pueden imaginarse la cantidad de estupideces que me enseñaron cuando era estudiante. El profesor de facultad es casi siempre –también lo era en mi época– un señor que ha hecho una tesis y que la recita durante el resto de su vida. Alguien que posee un poder al que está fuertemente ligado: el de imponer sus propias ideas a los demás, en nombre de un saber que ha acumulado, sin que aquellos que lo escuchan tengan el derecho de discutirlas. La única forma de aprender es discutir. Es también la única manera de hacerse un hombre".

Las críticas, inicialmente circunscriptas a lo académico, se extienden velozmente a la familia, la política, la religión. En suma, a todos los valores sobre los que se asienta la sociedad. Es un enfrentamiento difuso, pero que pone en juego la naturaleza misma de un sistema basado en el productivismo y el consumismo y Francia toda siente los efectos del terremoto. Los muros evocan al filósofo Heráclito: "El combate es el padre de todas las cosas" o convocan a la imaginación: "Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta". En tanto, el matutino Le Monde plantea con claridad las proyecciones de la protesta: "Esos estudiantes que no adscriben a ninguna organización política conocida constituyen un elemento explosivo en un medio muy sensible". Como suele suceder, los sectores más reaccionarios preparan la contraofensiva contra lo que llaman "la lacra bolchevique".

El 2 de mayo, en Nanterre, el decano anuncia la decisión de clausurar la facultad. La policía desaloja el lugar detiene a cientos de estudiantes. Desde la mañana del día siguiente se desarrolla un acto de solidaridad en La Sorbona y se organizan grupos de autodefensa. El alzamiento se masifica. Las manifestaciones se multiplican. En el Barrio Latino, todo civil es sospechoso, todo joven puede ser un estudiante y, por lo tanto, pasible de ser maltratado o apaleado. El lunes 6, 600 mil estudiantes franceses acatan el llamado a la huelga general. Por primera vez se difunden volantes llamando a la solidaridad obrera, aparecen las barricadas y se incendian decenas de automóviles. Herbert Marcuse, uno de los referentes intelectuales de la rebelión, explica: "Si son violentos es porque están desesperados. Y la desesperación puede ser el motor de una acción política eficaz". Los intelectuales franceses adhieren masivamente a la revuelta, los actores toman los teatros. "Toda creación cultural debe ser colectiva", es la premisa.

Los deseos y la realidad

La población comienza a prestar ayuda y los heridos en los enfrentamientos entre los policías, que utilizan gases asfixiantes, y los manifestantes, que aprovechan su excelente conocimiento del terreno, suman 800. Los estudiantes dan a conocer la Carta de la Sorbona, un documento que recoge las coincidencias de los sectores rebeldes: "Neguémonos a responder cuando nos preguntan a dónde vamos. No estamos en el poder. No tenemos por qué ser positivos ni justificar nuestros ‘excesos’. Pero si respondemos, ello significa también, y sobre todo, que queremos los medios de nuestros fines, es decir, si no el poder, al menos un poder donde toda forma de opresión y de violencia esté excluida, como fundamento de su existencia y medio de su supervivencia".

En los días subsiguientes se confirma que la situación es incontrolable. Algunas fábricas –entre ellas la Renault– comienzan a ser ocupadas por sus obreros, los liceístas se suman a la revuelta y el gaullismo gobernante contempla con pánico a una manifestación de 40.000 personas –entre las cuales se ve a muchos trabajadores– que remonta los Campos Elíseos. El diario conservador Le Figaro acusa: "¿Estudiantes estos jóvenes? Son carne de correccional más que de Universidad". El 13 se inicia una huelga general por tiempo indeterminado convocada por las tres centrales sindicales y un millón de parisinos se manifiestan en las calles al grito de "Gobierno popular".

Un calificado testigo de los acontecimientos, el escritor mexicano Carlos Fuentes, describe: "Los franceses han descubierto que llevaban años sin dirigirse la palabra y que tenían mucho que decirse. Sin televisión y sin gasolina, sin radio y sin revistas ilustradas, se dieron cuenta de que las “diversiones” los habían realmente alejado de todo contacto humano. Durante un mes, nadie se enteró de los embarazos de la princesa Grace de Mónaco, nadie se sintió constreñido por el dictado sublimante de la publicidad a cambiar de auto, reloj o marca de cigarrillos. Renació de una manera maravillosa el arte de reunirse con otros para escuchar y hablar y reivindicar la libertad de interrogar y de poner en duda".

El canto del cisne

Hasta el 24 de mayo los trabajadores controlan los medios de producción. Los comités de acción estudiantiles manifiestan explícitamente su temor al aislamiento en una consigna: "Los obreros deben tomar la bandera de lucha de nuestras frágiles manos". Así, el fuego comienza a convertirse en ceniza. El cansancio es una evidencia incontrastable y los heterogéneos protagonistas de la gesta continúan discutiendo si es mejor hacerse fuertes en la Universidad e impulsar las reformas necesarias, constituir urgentemente "un partido revolucionario" o replegarse para recuperar fuerzas. El gobierno resuelve prohibir las concentraciones y proscribir a las organizaciones nacidas al calor de los sucesos. El 13 de junio, dos días después de una violenta jornada que fue el canto del cisne de la rebelión, se convoca a elecciones generales. Con el apoyo de la "mayoría silenciosa" convocada por De Gaulle (los adultos en su mayoría), la coalición oficialista gana las elecciones y ocupa 358 de los 487 escaños de la Asamblea Nacional. La fiesta ha terminado.

Checoslovaquia 1968: La primavera

El duro régimen comunista que soportó Checoslovaquia desde 1948 hizo crisis 20 años más tarde. Cronológicamente, el hecho conocido como "La Primavera de Praga" marca el inicio de aquel 1968 revolucionario. Ideas nuevas como la descentralización de la industria, libre creación de partidos siempre que aceptaran el modelo socialista, igualdad nacional entre checos y eslovacos, liberación de presos políticos, derecho de huelga, sindicatos independientes, libertad religiosa, libertad para viajar al extranjero, libertad de expresión y prensa y muchas otras medidas, formaban el paquete de decisiones políticas por las cuales el gobierno pretendía responder a los deseos populares y ganarse el derecho al poder. Fue el intento de implementar lo que se llamó "socialismo con rostro humano". El nuevo contexto de libertad despertó a la sociedad checoslovaca: florecieron asociaciones, periódicos... Un ambiente de euforia se extendió por el país.

Por más que los recién llegados actuaron con cautela asegurando a los rusos que Checoslovaquia mantendría su alianza y respetaría el Pacto de Varsovia (1955), a medida que el plan se fue desarrollando, la alarma rusa aumentaba. El pueblo checoslovaco, que había disfrutado por poco tiempo de aquella Primavera de Praga, veía como el 20 de agosto de 1968 los tanques soviéticos entraban a la capital: 600 mil soldados, 2.300 tanques y 700 aviones, para poner fin al sueño. El pueblo se manifestó mediante una resistencia pacífica que igualmente dio como saldo decenas de muertes, la mayoría jóvenes.

Las críticas desde Occidente fueron casi inexistentes. Escritores de izquierda, como Tariq Ali, argumentaron que esto se debía a que los estados de Occidente veían en el socialismo humano y democrático de Checoslovaquia un desarrollo hacia una tercera vía, una amenaza más grande al capitalismo que el comunismo soviético que, en gran medida, ya estaba muy desacreditado en 1968.

México 1968: La matanza

El 2 de octubre de 1968 es una fecha que no quedará sólo en la memoria de sus protagonistas, sino que ya forma parte de la historia, y no tan sólo mexicana. Ese día el movimiento estudiantil fue reprimido de la forma más sangrienta, cruel y cínica posible en la llamada Matanza de la Plaza de las Tres Culturas.

Un aspecto innegable es que el movimiento del ‘68 en México comenzó a aglutinar fuerzas sociales muy diversas; algunos sectores populares y de la clase media se sumaron a la protesta estudiantil, en busca de un medio de expresión para sus propias inconformidades. La conciencia de la juventud se revolucionó en esa época respondiendo al fuerte trastrocamiento de valores que se estaba generalizando en el mundo.

Cuarenta y cinco años después, la niebla del silencio todavía esconde muchos detalles de lo que pasó, empezando por el número exacto de los muertos. Desde el principio la máquina del poder se puso en marcha para confundir y borrar informaciones.

Algunos números dados entonces por el propio gobierno mexicano: 15.000 proyectiles disparados (cifra oficial), 8.000 militares de varios cuerpos destacados en la acción, 300 medios armados (tanques, blindados y jeeps con ametralladoras). Todo esto para reprimir una manifestación pacífica. El resultado, se estima, fue de no menos de 700 heridos, un número de muertos que oscila entre 300 y 500, algunos de los cuales fueron arrojados al océano desde aviones militares, 5.000 estudiantes detenidos, algunos de ellos sometidos a torturas y falsos fusilamientos y 300 de ellos permanecieron en la cárcel hasta la amnistía de 1971.

Estudiantes y maestros comenzaron las protestas cuando el gobierno estadounidense invadió la República Dominicana en abril de 1965. Por todas las Universidads había personas preocupadas por los tratados económicos de Estados Unidos con América Latina. A ello se sumaron las protestas en contra de la injusticia social que México presentaba puertas adentro. El foco de estas demostraciones y actividades sucedió, especialmente, en el verano de 1968; iba directamente en contra del gobierno mexicano que incrementaba cada vez mas la represión hacia los grupos que hacían movimientos sociales. En julio, el ejército mexicano y la policía, ocuparon el Instituto Politécnico Nacional; ésta invasión dejó centenas de heridos y docenas de muertos.

Salvador Zarco, era en 1968 estudiante de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Para él, "el gobierno justificó sus actos declarando que los movimientos estudiantiles en la ciudad eran parte de una conspiración ‘comunista’. Sin embargo, esta masacre sólo intensificó las protestas. Las organizaciones liberales y los estudiantes comenzaron a pedir el fin de la represión, se hizo un llamado a la democracia y al respeto de la leyes de la Constitución mexicana. El gobierno mexicano, en lugar de responder con una actitud abierta al diálogo, reaccionó aún con más represión. Los estudiantes eran arbitrariamente arrestados y en septiembre la UNAM fue ocupada por tropas militares".

El ciclo de violencia del gobierno hacia los estudiantes, provocó el enojo de muchos trabajadores de la ciudad. La represión creció a la par de la participación de los trabajadores, porque el gobierno se alarmó pensando que el movimiento de estudiantes aunado al de los trabajadores podría forzar la apertura democrática.

Para Zarco, "este es el antecedente de la masacre de Tlatelolco o de la Plaza de las Tres Culturas, ocurrida la noche del 2 de octubre de 1968. Esa noche, estaba acordada la reunión entre los representantes del movimiento estudiantil y representantes del gobierno, para comenzar la resolución del conflicto. Había una promesa de paz por parte del gobierno, pero el resultado de esa promesa fue la masacre".

Los responsables de aquella matanza, programada al detalle con días de antelación, nunca han sido juzgados. En noviembre de 2006 el juez José Mattar, responsable del Segundo Tribunal Unitario en Materia Penal, ordenó la detención del ex presidente Luís Echeverría, quien en 1968 se desmpeñaba como secretario de Gobernación. En julio de 2007, un tribunal federal concedió un amparo contra el auto de formal prisión, y se ordenó levantar el arresto domiciliario. El titular del Tercer Tribunal Unitario en Materia Penal, Jesús Guadalupe Luna Altamirano, exoneró a Echeverría al considerar que no existía ninguna prueba que lo inculpara como responsable de los hechos ocurridos, pero determinó que en Tlatelolco hubo genocidio planeado y ejecutado.

"La lucha en contra de la represión de nuestros movimientos estudiantiles en 1968, ha traído al fin ciertos cambios en México - dice Zarco -. Antes de 1968 era imposible hacer una protesta pública. Ahora, treinta años después, la gente con quejas y protestas puede circular libremente por la ciudad, se puede demandar resolución a conflictos con el gobierno. La marcha que se hizo el 2 de octubre de 1998, mostró que los estudiantes mexicanos no han sido engañados por la mala información y mentiras acerca de 1968. Esto me hace sentir una esperanza por el futuro de Méxicoen particular y de América Latina en general".

Muchos años después de la masacre, la poeta mexicana Rosario Castellanos escribiría: "Recuerdo, recordamos. /Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca /sobre tantas conciencias mancilladas /sobre un texto iracundo /sobre una reja abierta, /sobre el rostro amparado tras la máscara /Recuerdo, recordemos /hasta que la justicia se siente entre nosotros".

Las fogatas y los ecos

Lo que ocurrió en el mundo a lo largo de 1968 se ha prestado a las más diversas interpretaciones a medida que el tiempo ha pasado y que la historia, la memoria y el presente tienden a confundirse en su reinterpretación. Pero más allá de las diferentes tomas de partido al calor de los hechos, son pocos los que niegan hoy que la convulsión sufrida por el Planeta en aquel momento significó un verdadero punto de inflexión en nuestra historia contemporánea.

La tarea de aquellos chicos y chicas que planteaban que "la sociedad de consumo y alienación tiene que perecer de muerte violenta", que buscaban "un mundo nuevo y original" que se opusiera a ese otro mundo en el que "la seguridad de no morir de hambre ha sido sustituida por el riesgo de morir de aburrimiento", terminó desplegando sus efectos en tres espacios de la sociedad moderna: la familia, la escuela y los medios de comunicación. Todas las transformaciones en la pedagogía, los métodos de enseñanza, lo que la escuela misma significa, la crítica de la escuela capitalista, de las jerarquías del saber-poder como criticó Michel Foucault es posterior y este es uno de sus efectos. Lo mismo en el ámbito de la familia, donde el modelo patriarcal, machista, monógamo, se pone en cuestión y aparecen otras formas de familia como las comunas hippies. Finalmente, los medios de comunicación, que tenían un papel secundario y marginal, dejan de ser simples medios de entretenimiento para volverse mecanismos formadores de opinión.

Muy fácilmente se puede comprobar los efectos provocados por aquellos jóvenes en el desarrollo posterior del feminismo, que forzó a una generación de mujeres a arreglar sus cuentas con la política. Lo mismo podemos afirmar del ecologismo y de una nueva conciencia planetaria de la que emergió como novedad una concepción de la solidaridad internacional que ha dejado su huella en las décadas siguientes.

La ola libertaria gestada en las barricadas de París no tardó en extenderse al resto de Europa: Roma, Milán, Florencia, Madrid, Barcelona, Amsterdam, Bruselas, Praga, son –entre otras– las ciudades donde la ira contestataria de los jóvenes sacude abruptamente la modorra de sociedades anquilosadas. En Río de Janeiro, Montevideo, Lima, Maracaibo, Rosario y Córdoba, con las peculiaridades propias de un continente empobrecido y saqueado, los estudiantes asumen con madurez el rol que les cabe en la lucha de sus pueblos. Casi exactamente un año después del Mayo Francés, el Cordobazo marcó el principio del fin de la dictadura militar del general Onganía en la Argentina. "En las fogatas callejeras arde el entreguismo, con la luz, el calor y la fuerza del trabajo y de la juventud", dijo Agustín Tosco, uno de los sustentos emblemáticos de aquella rebelión popular.

Daniel Cohn-Bendit, líder de los estudiantes franceses, describió esa vivencia colectiva con las siguientes palabras: "En 1968 el planeta se inflamó. Parecía que surgía una consigna universal. Tanto en París como en Berlín, en Roma o en Turín, la calle y los adoquines se convirtieron en símbolos de una generación rebelde. ‘Queremos el mundo y lo queremos ahora’, cantaba Jim Morrison de The Doors… Ayudados por el fulgurante desarrollo de los medios de comunicación, fuimos la primera generación que vivió, a través de una oleada de imágenes y sonido, la presencia física y cotidiana de la totalidad del mundo".

Pero lo más significativo de esta diversidad de iniciativas y conflictos es precisamente que, a pesar de las distancias espaciales y de las especificidades nacionales, las afinidades entre los participantes fueron grandes. Esto ha sido comprobado y demostrado y alcanza con citar el comentario realizado por el sociólogo francés Daniel Bertaux: "Lo que nos impresionó fue la semejanza, más allá de las fronteras, de los valores, esperanzas y emociones de los activistas que iniciaron los movimientos". Es un hecho, por tanto, que toda una generación llegó a coincidir en una misma experiencia de rebeldía y protesta.

La riqueza del movimiento se refleja así en lo que Jean Paul Sartre definió como la expansión de lo posible, la reivindicación de la utopía frente al poder. Ese discurso global permitió asentar una experiencia fundadora común de la nueva generación del ‘68. Por eso fue el antiautoritarismo el más común denominador de todos los que compartieron intensamente el sentido de pertenencia a ese movimiento. Ese rasgo esencial podía subdividirse luego en antiimperialismo, anticapitalismo, antiestalinismo o antisistema en general, según los gustos, convirtiéndose así en la seña de identidad fuerte de sus miembros.

El paso del tiempo, es cierto, fue diluyendo muchas de las principales consignas de este movimiento juvenil espontáneo, lo cual se hace cada vez más evidente en la abulia que muchos sectores juveniles tienen desde finales del siglo XX y en lo que va del siglo XXI tal vez por estar cada vez más sumergidos en lo que, justamente hace cuarenta y cinco años, levantó esta protesta: la sumisión, la prohibición, la discriminación y el apogeo de lo material sobre lo humano.

Por las dudas, antes de las elecciones que terminarían convirtiéndolo en el nuevo presidente de Francia y olvidando que él mismo es un perfecto producto de aquél año (¿quién hubiera imaginado antes un presidente dos veces divorciado –e hijo de inmigrantes, además- en el Elíseo?), Nicolas Sarkozy llamó "basura" a los jóvenes que viven en los suburbios de París y prometió que si ganaba iba a "liquidar y enterrar la herencia de Mayo del 68". Por algo será, ¿no?

(1) Eric Hobsbawn. The Age of Extremes. Sección II del capítulo “The Social Revolution 1945-1990”.
(2) Eric Hobsbawn. The Age of Extremes. Sección II del capítulo “The Social Revolution 1945-1990”.

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