lunes, 25 de junio de 2012

H. G. WELLS: Una desesperada utopía

Nacido en una familia humilde del barrio de Kent en Londres y dueño de una desbordante imaginación, a H. G. Wells le debemos trabajos colosales en el género de la novela de anticipación. Aquí revisamos las que tal vez sean las tres obras más importantes de un hombre que pasó de creer que las inmensas fuerzas materiales puestas a disposición de los humanos podían ser controladas por la razón y utilizadas para el progreso y la igualdad entre los diferentes habitantes del mundo, a concluir –en sus últimos años de vida– que la humanidad caminaba hacia su destrucción, fruto del odio y la ambición.

Cierta mitología cultural relega a Herbert George Wells como el escritor que inventó ese género conocido como Ciencia Ficción. El cine y la televisión desempolvan sus novelas y cuentos para que el espectador descubra que los efectos especiales son más impresionantes que la trama urdida por este autor inglés. Sin embargo, Wells fue en primera instancia un hombre de ciencias y un humanista confeso y a la par de esta pasión surgió su vocación de escritor.

Porque a pesar de su formación científica natural (era biólogo y físico) a H. G. Wells siempre le llamaron la atención los temas de las disciplinas humanas. Y es evidente que algunas de sus obras más importantes no pueden ser leídas sólo como ficción científica, ya que el autor no solamente hace un acertado análisis de la sociedad de su época, sino que además se aventura a profetizar cómo terminará la humanidad si es que no deja de lado los permanentes conflictos de unos contra otros.

Aunque las tramas tenían su acento en alguna especulación de la ciencia de su tiempo, su intención era buscar el trasfondo humano. Toda la obra de H. G. Wells está influenciada por sus profundas convicciones sociales y ya en sus primeras novelas, esas que lo han convertido –a su pesar– en uno de los más grandes escritores de ciencia ficción, podemos observar su preocupación por el destino de la humanidad. En La Máquina del Tiempo (1895) aborda el tema de la lucha de clases; en La Isla del Doctor Moreau (1896) y El Hombre Invisible (1897), los límites morales de la ciencia y la obligación del científico de actuar de forma ética más allá del poder que le otorgan sus descubrimientos; finalmente en La Guerra de los Mundos (1898), la crítica de los usos y costumbres de la época victoriana y las prácticas imperialistas británicas.

El tiempo pasa

Partiendo de un artículo sobre la cuarta dimensión publicado en 1893 en el Henley’s National Observer, Wells escribió La Máquina del Tiempo en quince días y se consagró en el mundo literario. Aun cuando el argumento sea un viaje al futuro y la descripción de la sociedad que lo habita, el tema central de la novela es la responsabilidad de los hombres con respecto al porvenir. El autor profundiza a lo largo del libro en la teoría social y en una intención doctrinaria: efectivamente, lo que el Viajero protagonista encuentra en ese futuro remoto es el devenir terrible de la sociedad moderna.

Ante el escepticismo de sus amigos, un científico de finales del siglo XIX logra descubrir las claves de la denominada «cuarta dimensión» (el Tiempo) y construye un vehículo que le permite viajar físicamente a través del mismo. En el año 802.701 el Viajero descubre la evolución del hombre en dos especies separadas, los Eloi y los Morlock. Los primeros son seres frágiles, débiles y bastante inocentes, hedonistas, sin escritura, inteligencia ni fuerza física. Habitan la superficie del planeta en lo que parecen ciudades utópicas, y el Viajero no alcanza a apreciar cómo se sustentan, pues el trabajo parece estar ausente. Pero más tarde descubrirá un terrible secreto: la prosperidad de los Eloi se basa en el trabajo producido por una raza subterránea, simiesca y oscura, los Morlock, seres que se han habituado a vivir en las tinieblas y salen de noche para alimentarse de los Eloi que capturan.

El viajero asocia la raza subterránea a la evolución de los sirvientes de las clases pudientes, es decir, los trabajadores, mientras que los descendientes de los acomodados serían los habitantes de la superficie del planeta. De este modo, La Máquina del Tiempo puede ser leída como una novela con fuertes críticas sociales: el futuro al que se enfrenta el Viajero es lo que sucederá llevando al extremo los enfrentamientos entre las clases dominantes y las clases dominadas, al punto de que ya no pueda haber diálogo, comunicación, ni posibilidad de evolución ni cambio. El ocio de algunos está sustentado por el duro trabajo de otros y el precio que ambos deben pagar es muy grande.

Uno de los mejores hallazgos novelescos de Wells, será uno de los Eloi, una muchacha de nombre Weena, un ser primario, asustadizo y débil, pero que por su capacidad de sentir amor, ternura y lealtad representa el único motivo de confianza en la humanidad que se encuentra en la novela.

Un hombre sin sombra

El Hombre Invisible fue originalmente publicada por capítulos en la revista Pearson’s Magazine en 1897. Narra la historia de Griffin, un científico que teoriza que si se cambia el índice refractivo de una persona para coincidir exactamente con el del aire y su cuerpo no absorbe ni refleja la luz, entonces no será visible. Griffin logra llevar a cabo este proceso consigo mismo pero al no conseguir volver a ser visible su estado mental se vuelve inestable. Su nueva naturaleza, lejos de acarrearle las ventajas previstas (el misterio, el poder, la libertad), le arrastra a la soledad y la desesperación.

La historia comienza en el soñoliento pueblo de Iping, en West Sussex (Inglaterra), cuando la llegada de un misterioso forastero buscando alojamiento en la posada local, The Coach and Horses, despierta la curiosidad y el miedo de los lugareños. El extraño viste un grueso abrigo largo y guantes, y lleva la cara completamente cubierta por vendas, grandes gafas y un sombrero de ala ancha. El forastero es extremadamente solitario y exige permanecer a solas, empleando la mayoría de su tiempo en su habitación trabajando con aparatos de laboratorio y sustancias químicas, atreviéndose a salir sólo de noche.

Perseguido por los habitantes de cada pueblo por los que pasa, luchando por sobrevivir a la intemperie, Griffin se encierra en la posada de Iping buscando revertir el experimento. Al no dar con una solución planea comenzar un reinado de terror, usando su invisibilidad para someter al país. Finalmente, cercado por la policía en una granja, hallará la muerte luego de que un grupo de peones le golpea violentamente. Griffin muere por estas heridas volviéndose visible su cuerpo desnudo y maltratado.

El pensamiento político de Wells es determinante en esta novela. Como mencioné, la trama es una advertencia sobre los límites éticos de la ciencia, pero también, la idea de un hombre invisible es una metáfora perfecta del marginado, de la persona que vive separado de la sociedad e incluso enfrentado a ella.

Llegan los marcianos

Fuera de la descripción de una invasión extraterrestre, La Guerra de los Mundos es toda una reflexión sobre las contradicciones humanas en tiempos de guerra y la capacidad de supervivencia del hombre, además de un llamado de atención frente a la barbarie.

Por otra parte, la “seguridad ficticia y la fatua vanidad” que caracteriza a la humanidad autosatisfecha, también forma parte del núcleo conceptual que sintetiza la trama. Así, la novela es una denuncia de nuestro propio mundo. “Pero el hombre es tan vano, tanto le ciega su vanidad, que ningún escritor antes del fin del siglo XIX expresó el pensamiento de que allá lejos la vida intelectual, en caso de existir, se hubiere desarrollado muy por encima del humano nivel”, se lee en sus primeras páginas, y el mismo estilo de forma más rotunda aparece en el epílogo: “Es posible, en los amplios designios del Universo, que no deje al fin de beneficiarnos la invasión marciana; se nos ha arrancado esa confianza tranquila en el porvenir, que es la fuente más segura de degeneración”. En este sentido, La Guerra de los Mundos, más que una profecía, sería un entretenido sermón sobre las bondades de la humildad.

Wells escoge a Marte como el planeta hostil de donde llegarán varios cilindros misteriosos, confundidos con meteoritos. Lo magistral de la novela es el contraste entre la placidez de la vida cotidiana y la magnitud de la catástrofe. El choque entre la confiada curiosidad de los humanos y la agresividad tecnificada de los marcianos. Es de destacar también que por las circunstancias históricas del momento de su publicación (las naciones “civilizadas” consideraban que su mayor nivel de poder les daba derecho a gobernar a culturas “inferiores”) conllevaba un alegato contra el colonialismo imperante. En su primer capítulo, pone en boca del narrador la explicación del ataque marciano y –utilizando la óptica humana– hasta lo justifica: «Antes de juzgarlos con excesiva severidad debernos recordar que nuestra propia especie ha destruido completa y bárbaramente, no sólo especies animales, como las del bisonte y el dodo, sino razas humanas inferiores. Los tasmanienses, a despecho de su figura humana, fueron enteramente borrados de la existencia en exterminadora guerra de cincuenta años, que emprendieron los emigrantes europeos. ¿Somos tan grandes apóstoles de misericordia que tenemos derecho a quejarnos porque los marcianos combatieron con ese mismo espíritu?» Está claro que para Wells, los hombres no tienen mucha autoridad moral para juzgar una invasión.

En una Tierra escindida por las diferencias sociales (la revolución industrial del XIX sirvió para hacer más profundo el abismo entre ricos y pobres), la plaga extraterrestre se presenta como el más eficaz mecanismo de igualación social. Marte, el planeta rojo, el dios de la guerra, sacará lo bueno y mejor de una sociedad acomodaticia, desigual y que había visto siempre en la fortaleza de los ejércitos el pilar sobre el cual era necesario sustentar las aspiraciones nacionales, siempre enfrentadas con las de sus vecinos, Hasta tal punto llega este enfrentamiento que vemos como, socarronamente, Wells le hace decir a Mrs. Elphinstone que, a su parecer, los franceses y los marcianos le hacen el efecto de ser de la misma especie. Pero ahora nada pueden los ejércitos ante esta nueva amenaza.

Con sus terribles extraterrestres de cabezas enormes e ingenios mecánicos gigantescos que escupen fuego a diestro y siniestro, Wells consiguió unir bajo un mismo propósito todas las naciones de la Tierra como nunca había sucedido antes: al final, aniquilados los marcianos (no gracias a la acción del hombre, incapaz ante su superioridad tecnológica, sino por la acción de las bacterias) y con la capital inglesa bajo los escombros, humeante, el autor nos dice que por el Canal de la Mancha, por el mar de Irlanda y por el Atlántico venían multitud de embarcaciones cargadas con trigo, pan y carne en socorro de los sitiados. Todas las embarcaciones del mundo parecían dirigirse a Londres. También desde Francia…

Con La Guerra de los Mundos se inaugura la larga serie de novelas sobre extraterrestres que aparecieron desde entonces, posiblemente para atenuar el ansia que nos despierta la duda sobre la existencia de habitantes en otros planetas. La novela de Wells es precursora de todos los libros y películas que actualmente proliferan sobre el tema. Su gran virtud no reside en que su autor se anticipase con el “Humo Negro” a la guerra química o los gases asfixiantes, o que el “Rayo Ardiente” se haya identificado con el moderno rayo láser. Su grandeza, dejando aparte su portentosa imaginación, proviene de que Wells supo, mirando a las estrellas, conocer mejor la condición humana.

¿Un futuro posible?

Wells terminó sus días pensando que el futuro del hombre era complejo y nada halagüeño debido a la desmedida ambición humana, a esa soberbia que de alguna manera le ha llevado a destruir de manera irreparable el equilibrio natural del planeta donde habita. Pero también creía que, al final, el corazón del hombre era el puente para proporcionar luz a los oscuros interrogantes de la humanidad. Quizá por esa razón Fernando Savater escribe: «Quería ser algo más que un novelista: un reformador social, un guía ideológico para la nueva era tecnológica y masificada que los hombres abordaban. En una palabra un idealista. Como todos los miembros de este gremio enérgicamente pedagógico, sentía viva impaciencia por la abulia desordenada de los humanos, su cortedad de miras y la obtusa sumisión ante prejuicios del pasado».

¿Serán Morlocks quienes desde sus altos cargos de poder siguen llevando a los incautos al matadero de la guerra, el hambre y la miseria? ¿Cuánto de invisibles tienen los seres humanos que, apenas, son sólo números e índices en las estadísticas de las crisis financieras? ¿El mundo es una isla global en la cual el doctor Moreau sigue realizando sus experimentos utilizando a seres humanos como simples animales de laboratorio?

Que la raza humana –como pensaba Wells– puede tener una leve oportunidad, que es capaz de hacer un mundo más respirable, todavía está por verse. De ser así, debería empezar hoy mismo. Porque tal vez no haga falta la llegada de los marcianos para darnos cuenta de que ya no hay vuelta atrás.

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