viernes, 22 de junio de 2012

LA VIDA "BONUS"


Hubo un tiempo en que las cosas eran más acústicas y no tan digitales y la palabra bonus era el paraíso al que llegaban aquellos que habían demostrado su maestría a la hora de golpear la pelota plateada del pinball o “fliper”, como lo llamábamos por estas tierras. La suficiente acumulación de bonus nos permitía acceder a un juego extra, a la posibilidad de seguir jugando. Nada que ver tienen aquellas máquinas con los bonus digitales del presente. Hay casos de películas editadas en DVD cuyos bonus superan en horas al metraje original.

Podemos entonces pensar en la Vida Bonus como en una rara y moderna suerte de nostalgia futurista. Supongo que los responsables fueron Los Beatles, porque es con ellos con quienes empieza esta necesidad compulsiva por rastrear la rareza, el demo, la broma privada; y entonces anexarla al compact o al DVD como bonus-track y material extra: los productos más orgullosamente bonus que disfrutamos con ansia de adictos y padecemos con pasión de “ciudadanos kane” a la hora de gastarlo todo para tenerlo todo.

Por ejemplo, el DVD de “Casablanca” trae abundantes bonus y special features. Ninguno aporta algo decisivamente nuevo e imprescindible para aquel que disfrutó de la película “a secas”. Pero todos los bonus prolongan el placer de la experiencia, provocan la sensación de ser dueños de un déjà vu sólo para iniciados y –claro– podemos ver una y otra vez, todas las veces que queramos, esa “Marsellesa” cantada en el bar de Rick o la antológica despedida en la que Bogart le dice adiós a Ingrid Bergman.

Confieso que me atraen los bonus, allí donde los encuentre. La mayoría de las veces, los agradezco. En más de una oportunidad pueden resultar imprescindibles, aunque no puedo dejar de pensar que también son sólo una forma de renovar lo viejo. Eso que nos negamos a ver morir. Pero creo que lo terrible de esto que podríamos llamar la “Vida Bonus” es su manifestación cada vez más constante y contaminando zonas de la realidad que trascienden lo comercial. Podemos aceptar la idea –con cierto esfuerzo– de que a partir de ahora ya jamás volveremos a gozar de una obra artística “a secas”, porque, con el correr de los meses, nos volverá a ser ofrecida una y otra vez, con apéndices varios, con “Special features” (que ya no son descartes sino que son filmados y grabados pensando en el CD o el DVD) cada vez más numerosos a la hora de conmemorar aniversarios, décadas y, ya que estamos en esto, por qué no días. Los avances tecnológicos a la hora del consumo doméstico del arte se apoyan básicamente sobre ese sólido espejismo que es la nostalgia. Lo que se nos ofrece es algo que ya experimentamos, pero mejor y, sí, más largo y sometido a la voluntad de nuestros controles remotísimos.

Resignados a semejante comportamiento y sometidos ya desde hace un tiempo a semejante entrenamiento, no demoramos en comprender que la Vida Bonus es la vida entera. Que las próximas investigaciones de EE.UU. acerca de lo ocurrido –por ejemplo– en la última guerra en Irak no serán otra cosa que agregados que harán más “interesante” la misma historia, sin modificarla demasiado, pero sí volviéndola más grande. Así, las declaraciones recuperadas hace poco en las que Colin Powell y Condoleezza Rice, antes de aquel 11 de septiembre del 2001, aseguraban a la ciudadanía toda que Saddam no tenía capacidad armamentística ni para matar a un mosquito, le despiertan a esa misma ciudadanía –amnésica por la ininterrumpida avalancha de versiones alternativas y bonus varios– una indignación poco sorprendida. Ya vendrán más bonus, así que no reaccionemos a esto porque, seguro, cualquier día de estos nos ofrecen algo todavía mejor y todavía peor.

Y hasta podemos ir más lejos y pensar qué ocurriría si cuando nos morimos accedemos a nuestros respectivos bonus. ¿Qué pasa si en realidad eso que entendemos como cielo o infierno no son otra cosa que versiones alternativas, escenas de nuestra vida filmadas desde otro ángulo o por otras personas, canciones que cantamos de otra manera? Podemos empezar a temblar ante semejante posibilidad o dejarnos seducir por alguno de los tantos santuarios de la Vida Bonus. Después de todo, ¿no tuvieron a veces la sensación de que este mundo que nos toca vivir no es más que un gigantesco pinball?

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